miércoles, 30 de abril de 2008

Monólogo de una mujer feliz.

Sociedad, no me impongas estar delgada para ser bella, porque a mí no me importa que mis piernas no puedan entrar en una talla 36, los números nunca me han importado, no me obligues a quererme menos sólo porque mis brazos sean tan redondos que mi mano no pueda rodearlos, sólo quiero sentirme bien cuando me llevo la cuchara a la boca, y no creer que con cada bocado estoy asesinando a alguien. No me llames gorda como si fuera un insulto, aunque sea verdad, porque sí, lo estoy ¿y qué? y qué si yo soy feliz, ¿acaso puedes medir la felicidad?
Sé que no cumplo el 90 - 60 - 90, más bien lo excedo de tal forma que mis medidas podrían ser las de 2 mujeres y media con ese prototipo, pero a mí no me importa.
No estoy delgada, pero tengo dos ojos grandes y preciosos, y dicen que mi sonrisa es tan blanca como la luna, y que cuando me río contagio hasta al más triste.
Nunca podré vestir una S, ni una M, alomejor una L, pero cuando llego cada día a la universidad, y entro en el aula de Anatomía, sé que el día de mañana cuando trabaje como cirujana nadie valorará mi competencia por la cantidad de grasa que hay en mi cuerpo, sino por los años de estudio y trabajo que llevaré a mi espalda.
Sé que los hombres no me miran cuando paso por la calle, ni piensan que soy un cuerpo 10, pero cuando hablo en público, todos callan, porque a la hora de debatir cualquier tema o explicar mi postura ante un suceso soy capaz de dejar boquiabiertos a todos.
No necesito que me griten guapa, o que me conozcan por el tamaño de mis pechos o por cómo bailo en el pub más famoso de la ciudad, soy cómo soy y me quiero y no necesito que nadie me lo diga porque me basto yo sola para amarme.
¿Tengo cartucheras? Sí. ¿Y tripa y michelines? Los que tú quieras, cariño. ¿Tengo los brazos morcillones y las piernas rechonchas? También. ¿Y celulitis? Por todas partes.
Me gusto tal y como soy.
Me gusta quedarme desnuda frente al espejo y admirar cada pedazo de mi cuerpo, porque es bello, es natural y perfecto, con sus curvas y redondeces maravillosas.
Estoy gorda, sí, y soy feliz.
Soy una mujer, una mujer que se quiere, una mujer que se ve guapa por su físico y por su inteligencia, por su capacidad para trabajar, por su don de gentes, porque se enamora y es capaz de enamorar, porque encandila, juega, y es encadilada, porque llora cuando es importante y cuando no lo es, porque viste tallas XX....y no le importa, porque cuando camina alza su barbilla y viste faldas cortas por encima de la rodilla.
Porque me gusta ponerme tacones, para que suenen mis pasos.
Estoy gorda, ¿y qué? Y qué si soy feliz así.

domingo, 27 de abril de 2008

A mi corazón.

Desperté, y una brisa suave de verano se colaba por las rendijas de la persiana.
Abrí del todo las puertas del balcón y dejé que la luz y el aire fresco me empaparan lentamente.
"Hoy hace un día de hierba y helado", y sonreí.
He olvidado cuantos meses hace ya que mi corazón entró en un estado de somnolencia absoluta, cuando sin quererlo se rompió en pedacitos. Con el tiempo, me dijeron que se iría reestableciendo él solo, que yo no debía intervenir para nada más que cuidarlo y mimarlo en su tratamiento.
Aún así, herido y a punto de desfallecer, quería latir, quería conocer, pero me era imposible dejarlo libre, tenía pánico a que lo rompieran del todo y que me fuera imposible recomponerlo.
Cada día que pasaba le veía ahí, en una cajita, aburrido y enfadado, entreteniéndose soplando las pelusas que sobrevolaban la caja. A veces me miraba de reojo, con rencor, exigiéndome que le dejase volverse a enamorar.
Con el tiempo vi cómo era cierto que se curaba; las heridas se iban cicatrizando y recuperó el color rojo intenso e incluso, cuando se cercioraba de que yo no lo estaba observando, se incorporaba en su cajita y sonreía.
Los médicos me dijeron que podía sacarle a pasear por las tardes, con tranquilidad, y siempre protegiéndole porque todavía no estaba totalmente sano.
Y lo sacaba a pasear en su cajita. Y él, radiante, se asomaba desde el borde y miraba a su alrededor, maravillado porque había echado mucho de menos al mundo.
En muchas de esas salidas tuvo que enfrentarse a sus mayores miedos. Vio de nuevo a quién le había herido, y aterrorizado se escondió en un rincón de la caja, temblando, y rogándome que nos fuesémos a casa. Les pregunté a los médicos qué debía hacer, que eso era un síntoma de que no estaba curado, pero me respondieron que era normal y que ya no debía protegerlo.
El tiempo...el tiempo pasó, pasó lento y a veces demasiado rápido, incluso llegué a olvidar cómo se encontraba mi corazón, ni siquiera le preguntaba cómo iba recuperándose.
Entonces llegó la etapa de frenesí. Se sentía vivo y curado, ya no tenía miedos, y quería amar y amar y amar. Me convencía para conocer gente, se fijaba en cientos de personas, pero yo no estaba segura y le pedí que se tranquilizara, que debía dejar que todo transcurriera solo, y aunque molesto, me hizo caso.
Esta mañana, cuando desperté y abrí el balcón y pensé que hacía un día de hierba y helado, me asomé a su cajita, colocada en un estante del armario.
Ahí estaba él, dormido todavía, acurrucado y sosteniendo entre sus manitas rojas un pequeño hilo de mi pijama.
- Buenos días - susurré.
Abrió los ojitos, me miró y sonrió.
- ¿Cómo estás? - pregunté.
Y él estiró sus manitas y aplaudió.
- ¡Bien! Hoy te invito a un helado, ¿quieres?
Y continuó aplaudiendo.
Fue entonces cuando, tras mirar su ficha médica, me di cuenta de que ya había pasado mucho tiempo desde que lo hirieron, y ahí estaba, como nuevo, aplaudiendo en su cajita y ansioso por volver a mi pecho, lo echaba de menos.
- Creo que ya es hora de que vuelvas a casa - murmuré.
Y el sonrió.
Lo saqué con cuidado de la cajita y lo metí en su hueco, entre pulmón y pulmón.
- ¿Cómo te sientes? - pregunté en voz alta.
Y comenzó a latir eufórico.
Estaba curado.

Hoy te lo dedico a ti, corazón, porque me das la vida y cuando te hieren me la quitan.
Sin ti no soy nada, corazón.

sábado, 26 de abril de 2008

Caridad

- Mira a que fecha estamos y todavía no me ha pagado el alquiler.
- Bueno, pues baja a pedírselo.
- Estoy harto, de verdad, harto y encima necesitaré una mascarilla para entrar, ya lo verás, que asco.
- Anda, anda, venga date prisa que tenemos que ir a casa de tu madre.

Mariano coge con desgana las facturas de la comunidad y sale de su casa, un 2ºB de la calle Alcanfor, para ir al 1ºB donde vive la señora Caridad.
Sólo el hecho de bajar las escaleras ya le produce malestar, prefiere el ascensor porque se encuentra separado de las viviendas y suele ser su medio de transporte para salir del edificio, pero para visitar a su vecina sabe que sólo puede llegar por ahí.

Llega al último escalón y un olor hediondo se introduce por sus fosas nasales.
Llama a la puerta.
Nadie responde. Llama de nuevo.
Alguien despotrica unos insultos en el interior que Mariano no logra entender bien.
Llama de nuevo. Abre una mujer.

- Señora Caridad, buenos días. Vengo a cobrarle las facturas de la comunidad, ya sabe, estos dichosos papelillos - dice Mariano con media sonrisa en la boca y un deje de hilaridad.
- Déjenme en paz, ¡fuera!, ¡cerdos!, ¡fuera!, ¡no tengo dinero y no tengo nada! ¡fuera ya maldita víbora! - grita la pobre mujer escondida tras la puerta.

Mariano, entre el susto y el hedor, sale disparado escaleras arriba.
La puerta se cierra.

Caridad está agitada. Su cabello entrecano cae por sus hombros, amarillento y cubierto de una sustancia irreconocible que podría ser desde orín hasta restos de comida.

Lleva puesto un vestido negro raído y deshilachado, con la falda cubierta de lamparones y manchas de todo tipo. Sus manos están sucias, sus uñas largas y ennegrecidas, los pocos dientes que aún le quedan dibujan una franja marrón cuando abre la boca.

Su higiene personal brilla por su ausencia.

Refunfuñando palabras ininteligibles camina por el pasillo, aplastando a su paso una alfombra de periódicos que alcanzan toda la estancia y seguramente cubran todo el suelo de la casa.
En los rincones hay cajas llenas de botes de pintura seca y de bombillas, algunas rotas y otras en buen estado. Caridad entra en su cocina.
La pila se esconde bajo una montaña de botellas de Coca - Cola vacías y sobre la pequeña encimera hay restos de jamón y vasos de leche que se ha agriado.
El suelo, lleno de periódicos, sostiene verdaderas columnas de heces de gato, mientras dos de estos animales pululan entre los pies de Caridad, suplicando por un poco de comida.

Ella al verlos se agacha como puede y los acaricia.
- Sólo vosotros me comprendéis, sólo vosotros.
Y el silencio vuelve a reinar en la casa.

Caridad se levanta y va a su dormitorio. Allí tiene metidos dos carros que cogió del supermercado, y dentro de ellos hay más cajas. En ellas reposan tablones de madera que podrían haber pertenecido alguna vez a repisas de alguna estanterías, hay también cables rotos y montones de ropa acumulada, tanto de niño, como de hombre, como de mujer, eso sí, toda ella está sucia y parece haber sido cogida de cubos de basura.

Caridad se sienta, a duras penas, en su cama. Para ello tiene que apartar a los gatos que dormitaban sobre ella y tiene que tirar al suelo las cáscaras de plátano y restos de manzana.

Después mete la mano bajo la almohada y coge cuatro sobres. Los abre uno a uno y saca de ellos billetes y billetes, pudiendo llegar a reunir, sin exagerar, más de un millón de euros en cuestión de unos minutos. Después, haciendo un gesto de repulsión, vuelve a esconderlos bajo la almohada, y coge un pedazo de manzana oxidado para llevárselo a la boca.
El timbre suena de nuevo. Caridad se pone nerviosa y comienza a gritar. Corre de un lado a otro de su casa, hasta que, con tan mala suerte, no ve un montón de ladrillos que hay junto a la puerta del salón, unos que "tomó prestados" de una obra, y tropieza con ellos, cayendo al suelo y golpeándose la cadera.
Caridad queda tendida ahí, con los gatos pululando sobre ella suplicándole más comida, mientras el timbre no deja de sonar repetidamente.
Mariano y los dos policías esperan impacientes en la puerta.

- Antes ha hecho lo mismo, ha tardado mucho en abrirme, es que esta mujer...
- No se preocupe, si no abre tomaremos las medidas oportunas.
Tres días después consiguen una orden y abren la puerta del 1ºB.
Al entrar, los dos policías, la asistente social y Mariano se dan de bruces con dos gatos muertos.
El olor nausebundo, mezcla de orín y comida en descomposición, cubre toda la estancia.
Las cuatro personas entran en la vivienda entre el desconcierto y el miedo.
Cuando llegan al salón, descubren el cuerpo sin vida de Caridad.
Uno de los policías dice - Madre mía, pobre mujer.
El otro añade - cuánta mierda hay aquí dentro, por dios, no se puede vivir.
Mariano, aterrado, comenta - Si es que esta mujer estaba loca, ¡cómo podía vivir así!
La asistente social responde - No estaba loca, estaba sola.

El primer policía saca su teléfono móvil y marca un número
- Gerardo, ¿me escuchas?, venid a la calle Alcanfor número 13, sí, hemos encontrado un cadáver, es una anciana, sí, y avisad a los bomberos hay mucha mierda aquí, sí, sí...ya, sí, yo pienso lo mismo, tenía el Síndrome de Diógenes.

Mariano mira al otro policía y pregunta - ¿Síndrome de qué?
Y los gatos ya no pululan sobre Caridad.
Ella está ahí, con su pelo sucio, sus dientes marrones y su corazón diminuto, muerto y arrugado por la tristeza de tantos y tantos años sin compañía.


miércoles, 23 de abril de 2008

A sus pies (III)


¿Y si Dios fuera una mujer? - Juan Gelman

¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer,
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.
Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.
Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.
Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.
Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.
Mario Benedetti

martes, 22 de abril de 2008

Mayo

Léeme el pensamiento.

¿En qué pienso?

No lo sabes...pues en ti.

¿No me crees? Y te ríes, ¡yo no me río!, y volvemos a empezar desde el principio.

Si te lo pidiese, ¿me traerías una nube?

¿Cómo que para qué quiero una nube? No sé, parece amorosa, ¡no hay un para qué!

No te rías...

Y ahora, ¿en que pienso?

¡Fallaste! No pensaba en ti. ¡Tampoco en nubes!. Ahora estaba pensando en lo sucias que tengo las zapatillas, ¿has visto?, casi no puedo ver los globitos dibujados en la tela.

Vuelves a reírte...no, no pares, me gusta cómo te ríes. A veces achinas los ojos tanto que no puedo distinguirlos, pequeñitos...¡pequeñitos cómo tú!

No te enfades...ven, déjame abrazarte.

¿Qué es esto? ¡Oh, es una flor! ¿Para mí? ¡Gracias!

¿Me queda bien? Me estás ensuciando el pelo...

¿Qué dices? ¿Tienes frío? Ven, toma tu chaqueta, y acurrúcate en mi regazo.

¿Mejor? Estás tiritando, ven, ven que te mime pequeño, deja que mamá te quite el frío.

Si, ríe...me gusta verte reír.

¿Ves el cielo? ¿lo ves? Undía será tuyo, te lo prometo.

-Mamá.
- ¿Sí?
- Te quiero.


viernes, 18 de abril de 2008

Juventud

Sentados en un banco, con mis piernas encima de ti.
Tu mirada está cansada, a mi me duelen los brazos, pero nadie nos quita esa tarde de viernes para no decirnos nada y contarnos todo lo acaecido durante la semana.
Cosquillas...
A veces el mundo se limita a dos ojos reflejándose entre sí.
Caminamos en silencio, y hablamos de temas sin sentido, cosas que no le importarían a nadie, pero a nosotros sí; y ríes, muy alto y muy fuerte, y tu mirada brilla, tu pelo brilla, brillas, y esa esfera dorada en la que te conviertes me coge a caballo y me lleva al fin del mundo con ella.
Corremos...nos perdemos...a veces nos miramos sin hablar, con la ropa manchada de hierba y de tierra, intentando adivinar qué estará pensando cada uno, aunque realmente sepamos que nuestras cabezas han dejado a un lado los números, los libros y los horarios.
Cuando estamos juntos sólo pienso en ti, y cuando no, también.
Hablamos, hablamos, hablamos, hablamos, ¿y los besos?
Eso después...porque si algo me gusta de tus labios es verlos moverse mientras susurras, o verlos silbar.
Y si algo me gusta de tus brazos es verlos danzar mientras me cuentas alguna batalla, o que me estrujes para darme un abrazo.
Y si algo me gusta de tus mejillas es sentirlas cerca de las mías, piel con piel.
Cuando anochece, nos escondemos de la luz, y me recuerdas la manera tan curiosa en la que nos conocimos. Entonces me río, me acurruco, y te pido que no te vayas nunca.
Y tú murmuras "nunca me iré".

jueves, 17 de abril de 2008

Amistad, sangre e ideal

Es verano y dan las 12 en el reloj del pueblo. Germán está de pie, en mitad de la carretera que cruza la plaza por la parte que está al lado del río. Le tiemblan las piernas y las gotas de sudor impregnan su cuello y sus mejillas. Le duelen los brazos, le pesa el corazón, y tiene miedo, mucho miedo.
En el mismo lugar, justo donde él se encuentra, está un joven igual que él, se llama Guillermo.
Ambos tienen el cabello corto y algo de perilla, tienen ojos oscuros y miden 1,75 metros.
Los dos son delgados, no tienen más de 17 años, los dos se encuentran en el mismo lugar, orientados hacia la pequeña abertura que comunica la plazoleta con la calle principal.
Ninguno de los dos ha besado nunca a una chica, y ambos piensan que, cuando lo hagan, será una sensación maravillosa.
Germán se gira nervioso para observarlo todo y tropieza con una piedra que hay sobre la tierra que está pisando.
Guillermo se gira también, pero no tropieza con nada. El suelo que él pisa está asfaltado.
Podría decirse que, al mirarles, estamos observando a la misma persona, pero no es cierto.

De repente, a las 12:05, Guillermo escucha un sonido sobrecogedor sobre su cabeza. Mira hacia el cielo y ve pasar un avión blanco. Piensa: "Que envidia, seguro que ese trasto va a alguna isla y yo aquí, en pleno verano y asándome de calor en esta mierda de pueblo"
De repente, a las 12:05, Germán escucha un sonido sobrecogedor sobre su cabeza. Mira hacia el cielo y ve pasar un avión gris. Piensa: "Ya están aquí"

Podría decirse que, al mirarles, estamos observando a la misma persona, pero no es cierto.
Guillermo es un estudiante de bachillerato que el año que viene, en mayo de 2009, cumplirá 18 años.
Germán es un chico de pueblo que trabaja con su padre en el campo, y, el año que viene, en mayo de 1938, no sabe si seguirá con vida.
El mismo lugar, pero en diferente tiempo.
Dos jóvenes que no saben nada de la vida todavía, con sus miedos y sus sueños, sus líos y sus emociones. Dos corazones inmaduros: uno que se lamenta por no tener batería en su móvil para hablar con sus amigos, el otro, que no sabe lo que es un móvil, sólo lamenta no tener ningún arma mejor que el viejo fusil de su padre.
Los dos se sientan en el suelo. Germán se muere de sed. Guillermo de aburrimiento.
Pasan unos minutos.
Por la entrada de la plaza aparece una silueta. Son las 12:10.
Germán logra distinguir que la figura andante es en realidad un joven que lleva en su cabeza una boina, pero no puede ver bien su color.
Guillermo logra distinguir que la figura andante es en realidad una mujer que lleva en su cabeza un pañuelo, pero no puede ver bien su color.
El hombre se acerca y le sonríe.
La mujer se acerca y le sonríe.

Germán le mira y dice: "Cerezos, maldito cerdo traidor, cerdo asesino."
Guillermo dice: ¡Hola abuela!
El joven responde : No sabes nada, no sabes nada estúpido.
La mujer responde sonriendo: ¿Quieres venir a casa a merendar helado?
Germán grita: ¡viva la República! ¡viva mi padre! ¡por la libertad!
Guillermo grita: ¡siiiiii!
Un puñetazo golpea la cara de Germán.
Un mano acaricia la mejilla de Guillermo.
El joven recarga su fusil, suenan 4 disparos secos, y luego silencio.
Germán se desploma contra el suelo.
Guillermo se levanta y coge a su abuela de la mano.
- Sabes hijo, justo ahí, donde estabas sentado, mataron a un hermano mío.
- ¿Qué dices abuela? ¿Cuando?
- En la guerra hijo.
- ¿Quién lo mato?
- Un joven del pueblo, era amigo de mi padre pero le engaño, bueno nos engañó a todos. Primero mató a mi padre y luego a mi hermano.
- Jobar abuela.., qué horror.
- Si hijo si. Yo tenía 12 años.
- ¿Y cómo pasó todo?
- Es una historia muy larga, no hubo buenos en ningún lado, pero bien es cierto que si hubo más malos en un bando que en el otro.
- Cuéntamelo.
- Pues fue un día de verano. Mi hermano, tu bisabuelo, vio como dos hombres, uno mayor y otro un muchacho joven, mataban a mi padre porque éste se negaba a delatar a unos amigos nuestros que eran miembros de un partido que ellos consideraban prohibido creo, ay "mijo", hay cosas que no recuerdo bien.
- ¿Vio cómo mataban a su propio padre?
- Sí, y vino a casa y se lo dijo a mi madre y sin avisar cogió el fusil que mi padre tenía escondido y salió a la calle. Recuerdo que corrí detrás de él para pararle, pero me empujaba y me decía "vete" "vete", y yo lloraba mucho porque no quería que le hicieran daño.
- Pero se fue.
- Si, y antes de irse se agachó y me besó en la frente, me dijo que era la niña más guapa de todas y que le recordase siempre, siempre...
Guillermo espera unos minutos pues su abuela se ha quedado callada y tiene los ojos llenos de lágrimas. Tras 6 minutos de silencio, le habla.
-¿Abuela? ¿Estás bien?
- Perdona hijo, me he quedado ausente.
- Si quieres hablamos de otra cosa.
- No mi vida, estoy bien, me emociona mucho recordarle, sólo es eso. Sé que mi hermano mató a uno de los hombres que había asesinado a mi padre y luego fue él el asesinado, ahí donde estabas tú, y sé que murió venerando a su República, a nuestro padre y a la libertad. Tardé muchos años en comprender por qué estaba pasando aquello en España, y cuando por fin lo entendí, supe que debía estar orgullosa de lo que ellos, mi padre, mi hermano y miles de hombres hicieron.
- Eres la hermana y la hija de dos héroes.
- Y tú eres mi nieto, así que lo llevas en la sangre.
- Abuela, ¿cómo se llamaba tu hermano?
- Germán, y era exacto a ti, a veces cuando te miro puedo verlo a él.
- Fue muy valiente.
- Lo fue.
- Yo no lo hubiese sido, seguro, que miedo.
- "Mijo"...nadie sabe que haría si se encontrase en mitad de una guerra. Podrías pensar que morirías por un ideal y luego realmente te echarías atrás, podrías decir que serías cobarde, y resulta que luego estarías en la primera fila luchando. No lo sabes, lo que si es cierto es que si hubieses visto morir a tu padre a manos de otros, habrías movido cielo y tierra por vengarle.
- Pero eso no está bien abuela...matar...
- Claro que no hijo, pero aquella época era diferente, eran otros tiempos, gracias a dios.
- ¿Por qué no ponemos un ramo o algo en la plaza? ¿Le importará a alguien?
- Sería perfecto hijo, así sabría que los recordamos a ambos, podemos comprar las flores en aquella floristería.
- Y las pondríamos junto a ese ramo que todas las semanas deja esa vecina tuya, ¿cómo se llama? ¿la señora José?
- Si.
- ¿Por quién las pone ella?
- Por un hermano suyo que murió también.
- ¿A él que le pasó?
- Es una larga historia- dice cogiéndole de la mano- mató a un joven, y luego un vecino lo mató a él.
- La guerra era horrible...
- Si hijo si.
- ¿Le importará a la señora José que pongamos el ramo con ella?
- No hijo, es muy buena mujer.
- ¿Germán y su hermano se conocían?
- Mi hermano y ese muchacho, Luis, eran dos mejores amigos.
De repente la señora José aparece por la calle, sosteniéndose en su viejo bastón. Al ver a Guillermo y a su abuela, baja la mirada y susurra un débil hola, apresurándose a caminar más rápido sin pararse a hablar.
- Hasta luego señora José - dice Guillermo.
- Que tenga usted un buen día doña Cerezos - dice la abuela de Guillermo.

Durante unos segundos las dos ancianas se miraron, con los ojos llorosos, una aferrada a su bastón, la otra a la mano de su nieto. Ambas sentían la vejez y el cansancio, pero sus corazones habían vivido muchísimos años llenos de dolor. Durante unos segundos cada una pensó en su hermano, pensó en la guerra, pensó en aquellos tiempos horribles que gracias a dios quedaban hoy tan lejos, pero que jamás conseguirían, ni permitirían que nadie lo consiguiera, olvidar.

martes, 15 de abril de 2008

Maravillas


La belleza del mundo reside en los entes puros y libres de toda inteligencia, porque sólo ellos basan su existencia en sobrevivir sin llegar nunca a dañar a otro ser vivo por envidia u odio.
La inocencia de su mirada desvela el verdadero motivo por el que surgió este planeta, para ellos.
El ser humano cree ser el centro de todo, y argumenta esta vanidad en su capacidad para reflexionar y controlar todo lo que le rodea, se autoafirma cuando proclama que es la cúspide de la pirámide animal.
Qué equivocado estás, hombre, cuando piensas así.
Si nos parásemos a observarlos, a ellos, a cada animal, nos soprenderíamos al ver la maravillosa realidad que se esconde ante nuestros ojos.
Si consiguiésemos dejar de verlos con codicia y transformar cada miembro suyo en dinero, aprenderíamos a valorarlos como seres, como pedacitos de la palabra vida, valorar cada brizna de aire que respirasen.
Lucha por ellos, el planeta no fue hecho para ti, tú sólo eres un granito más en esta inmensa e infinita playa, aprovecha el tiempo enriqueciéndote con ellos porque un día tu ego se irá mientras te ves arrastrado por una ola llamada final.
El saber no sólo duerme en las letras, también nada en los mares, vuela en el aire, corretea por los troncos, se esconde en la hierba, teje, silva, salta, se cuelga, levita, se mimetiza, no pestañea, envenena...

domingo, 13 de abril de 2008

Él y ella


Él solía llegar a las 8:30 y se marchaba a las 13:55.

Ella llegaba a las 15:45 y se iba a las 21:30.

Él dejaba su carpetón encima de la mesa número 188 y se dirigía hacia la sección de Derecho, detrás de las últimas filas de Filosofía, para buscar esos pesados volúmenes tan necesarios para su trabajo de Civil.

Ella siempre colgaba su bolso en el respaldo de la silla de la mesa 188, y luego se perdía en la sección de Literatura Universal, recorriendo con sus dedos índice y corazón los lomos del quinto estante, disfrutando de la textura rugosa de todos ellos.

Él, a menudo, solía quedarse dormido sobre la mesa mientras memorizaba apartados y apartados.

Ella se evadía del mundo mientras se adentraba en el pasado, sintiéndose privilegiada por ser la confidente de tanta belleza escrita.

Él odiaba esos libros. Le interesaban sus contenidos porque era un fanático de su carrera, pero muchas veces se le hacía cuesta arriba tener que estudiarlos detalladamente.

Ella amaba sus libros. Cada ejemplar era una conexión con el alma de sus escritores: ingleses, alemanes, españoles, sudamericanos, franceses, italianos..., pedazos de distintas culturas y formas de pensar.

Nunca habían coincidido para poder conocerse en persona. Compartían la misma mesa número 188 de la biblioteca, pero sus horarios separaban sus vidas.

Una tarde, ella escribió un poema en una hoja rota de su cuaderno y, a las 21:35 se dio cuenta de que iba a perder el autobús, por lo que salió corriendo y lo olvidó sobre la superficie de madera.

A la mañana siguiente, él lo encontró.

"El alma que sueña con ser secuestrada, te espera, te adora, te siente. Y sueña también con sostener tu cara entre sus manos, como los pétalos de una flor sujetan a una abeja mientras duerme, quiero encontrar en ti la vida que me falta, los segundos que me quedan para verte."

Y debajo, escribió:

"No soy bueno para la lírica, por eso no puedo saber con certeza si esta poesía es buena o no, no tengo los conocimientos necesarios para juzgarlo, pero sé, como lector, que me has cautivado, seas quién seas, gracias por brindarme estos minutos de paz al leerla."


Y se marchó.

A las 15:45 ella llegó.
Colgó su bolso en el respaldo de la silla y en vez de ir directamente a la sección de Literatura, se quedó quieta, pues había encima de la mesa una hoja, y alguien había escrito en ella.


Vio que era su poema, y leyó lo que él había dejado.


A las 21:30 se marchó, no sin antes asegurarse de dejar a la vista otro papel.





"Trovador, no te escondas entre los árboles, no me importa cómo seas, cómo quiso Dios que fueras, o cómo Gaia decidió crearte, sólo quiero que te acerques para poder escuchar de tus labios esos poemas que me embelesan, inundan mis horas de sueño, acércate y bríndame los versos originarios de tu corazón, quiero ser tu musa y tu ser, tu alma y tu valor. No temas si las ánimas vienen...mueves el mundo con el ritmo de tu voz".



Él, a la mañana siguiente, leyó el escrito y respondió.
Pasaron los meses y un día se atrevió a decirle lo que su corazón deseaba hacer desde hacía mucho tiempo.


"Quiero conocerte"


A las 14:55 abandonó la biblioteca emocionado, ansioso por volver y encontrar su respuesta.


Pero ella no volvió.


Al día siguiente, él no encontró ningún poema, ninguna hoja, por más que buscó en el suelo, preguntó al servicio de limpieza, a los que allí se encontraban. Nada, nadie sabía nada en absoluto.


Pasaron los días, pero ella jamás volvió.


Después de un año sin saber nada, sufriendo cada día, esperando llegar y encontrar algo en la mesa, en vano, se presentó como siempre a las 8:30 y se dirigió a la mesa 188.


Había una hoja de papel.





"Perdóname por irme sin avisar, pero me fue imposible contactar contigo. Aquel día, cuando iba de camino a la biblioteca, mi autobús sufrió un accidente y tuve que ser ingresada en un hospital. Pensé en ti todos y cada uno de los días que estuve postrada en la cama, no sé si llegaste a responderme, ni siquiera sé si leerás esto, pero mi corazón se paró en el momento en el que supe que no iba a leer tu letra en el papel, mientras el vehículo daba vueltas en el aire.
La peor noticia, no puedo caminar, quizás ya no sea tan interesante cómo antes, no soy la misma, sólo espero que me perdones porque me fui sin avisar."





Él no respondió. A las 13:55 miró su reloj, era la hora de irse a la universidad, pero no fue.


Se quedó sentado en la mesa 188.


A las 15:45 llegó una joven en silla de ruedas, con un bolso en su regazo.


Él se dio la vuelta.


Ella le miró.


Él se acercó y se arrodilló ante la silla, puso sus manos sobre las rodillas de ella y susurró:





"Aquí está el trovador. Ése que no teme acercarse a tu ventana para recitarte la belleza del mundo, para recitarte a ti misma. No importa que tus piernas no puedan moverse, no las necesito, con ellas no converso, con ellas no río, con ellas no sueño ni sonrío, ellas no me hacen falta para disfrutar de un beso, ellas no me privan del tacto de tu pelo, de tu mirada, de tu cara, de tus manos. Ellas no me dan tu dulzura y tu cariño. Lo único que me separaría de ti serías tú misma, si te fueras."



Ella sonrió y sostuvo su cara entre sus manos.
Ella y él.
Un joven de pie, una joven sentada en una silla de ruedas.
Ambos se sentaron en la mesa 188, y grabaron en una de sus esquinas, a escondidas del bibliotecario, una cita:





"Lo único que no me gusta de ti, es que seas libre para dejarme,
lo que más me gusta de ti, es tu mano entrelazada con la mía."

Aquí tiene la respuesta, quién aún se pregunte si existe el verdadero amor.

miércoles, 9 de abril de 2008

Libre para pensar. Pensar, para ser libre.


Está de pie, frente al ventanuco de la pared, esa puerta única que lo comunica con el exterior. Sus tres barrotes de hierro oxidados lo vigilan y lo compadecen, pues ya son 15 los años que llevan compartiendo oxígeno, lluvia, viento, cansancio y dolor. Su mirada vacía se pierde en ningún punto más allá del horizonte, donde cree ver suaves lomas de tierra verde, sin lograr discurrir qué serán ni dónde se encuentran. Pues ni siquiera sabe dónde se encuentra él mismo.
Cuando acabó la guerra, muchos hombres clavaron sus fusiles en tierra y gritaron al cielo que ellos no eran los vencidos. Él no tenía armas, quizás su pluma hizo más daño al bando contrario, quizás por eso, cuando él la acostó en su estuche de madera, llamaron a su puerta y no tuvo tiempo suficiente para despedirse de ella. Es curioso que a estas alturas, sea a ella a quién más haya echado de menos.
Sus manos de escritor se han ido arrugando, pero él mismo sabe que no son marcas de experiencia, que no son vivencias ni recuerdos grabados en la piel, sencillamente son arrugas sucias que no dicen nada, porque no han visto nada más que muros grises y no han tocado nada más que muros ásperos.
Piedra, es la mujer que nunca tuvo, que quizás aún lo espera en casa, llorando, preguntándose dónde está o qué hicieron con él, o quizás, en quién pensó antes de fallecer. Silencio, es su hijo primogénito, ese que quería luchar en la guerra, pero él se lo había impedido, aterrado ante la idea de verlo morir. Frío, es su hija pequeña, su tesoro, su sentido, todo.
A menudo llora. Pero lo hace despacio, no quiere que nadie lo descubra, aunque realmente muchas veces piensa que allí no hay nadie más, que los hombres que al comienzo de su encierro lo vigilaban se fueron hace años, y algún ángel del cielo se encarga de pasarle un pedazo de cebolla y un vaso de agua por la puerta para cenar.
Se ha sentado en el montón de paja. Tirita y se dice a sí mismo ¿Ya estaré loco? Si no lo estoy, ¿cuánto me queda? ¿Moriré así? ¿De locura? ¿Y el mundo? ¿Sigue ahí afuera?
Sonríe, porque su cabeza le ha vuelto a sorprender versando.
"Podrán acabar conmigo, con mi historia, con mi nombre y mis raíces, con mi mente y mis palabras, con lo que dije en el pasado, podrán cambiarme entero, transformar hasta mi propia alma, pero nunca me robarán la locura, la locura de saber que sigo cuerdo, la locura convertida en la cordura, esa que me hace seguir viviendo. Y cuando me vaya, no existiré para nadie, ni tan siquiera como recuerdo, pero mi fe y mis creencias no me las llevo, sé que quedan con mi pueblo, y ellos serán los que un día, sin saber mi nombre, ni mi muerte, ni qué hice, ni qué no hice, ellos, se alzarán en mi nombre, mi nombre secreto, y volveré."
Se ha levantado y ha vuelto a mirar por la ventana. Con el tiempo se fue acostumbrando a estar solo, a no hablar, a no sentir, pero nunca pudo acostumbrarse a no pensar.
Acaricia los barrotes, los besa en señal de despedida. Después se tumba en el suelo. Su cabello canoso cae por su espalda y su barba blanca se esparce por su pecho. Respira despacio, sonríe.
Su corazón se ha parado, y él continua sonriendo.
Ha muerto por decir lo que pensaba; por llevarle la contraria al más fuerte; por creer en la libertad de expresión y de pensamiento, por tener fe en el mundo, por negarse a que le impusieran aquello en lo que él nunca creyó.

Hoy por los escritores que tuvieron que exiliarse para seguir escribiendo, por aquellos que se quedaron y se atrevieron a incumplir las normas, por los que fueron encarcelados y fusilados por pensar de forma diferente, por todos aquellos que vieron en la palabra la salvación de la humanidad aunque no lo fuera para sus propias vidas.

martes, 8 de abril de 2008

Agua

Llueve. Me estoy mojando. Mi cabello se adhiere a mi cabeza y a mis mejillas, empapado, mientras las gotas surcan todo mi cuerpo, obstáculo soy en su camino hacia el suelo. Mi camiseta de tirantes blanca se funde con mi torso y formamos una sola figura, traslúcida, que deja entrever mi intimidad y mi alma a los ojos de los que quieran pararse, en esta tormenta, a mirarme.

Giro y giro, sin principio ni final, con los brazos extendidos simbolizando la expresión de libertad más conocida, antagonismo puro a las cadenas de hierro que muchos se ven obligados a cargar en sus vidas. Yo no las tengo, yo las desprecio. He lanzado mi bolso al suelo, he descalzado mis zapatos, he dejado que mis calcetines blancos se tiñan del color de las aceras.

Corro sobre los charcos, y salto sobre ellos, manchando mis piernas desnudas de barro y de agua , salpicando mi falda de motitas de suciedad en las cuales pueden leerse los nombres de todos aquellos que vendieron su alma a cambio de dinero. El dinero es tan sucio como los charcos.

Sigo corriendo, y me tumbo sobre la hierba, y me calo hasta los huesos, sintiendo como el frío húmedo traspasa mi piel y se arrincona en el fondo, congelando cada centímetro con el fin de dejarme completamente inmóvil. Cierro los ojos, ahora la lluvia acaricia mi cara, me besa la boca, me besa los párpados y la frente, me limpia los pensamientos.

Abro los oídos, me concentro en el silencio y sólo escucho las gotas golpeando contra todo, enfurecidas, creando la melodía más placentera que jamás se haría oír en el planeta.

Cuando deje de llover tendré que ir en busca de miz zapatos, y luego en busca de mi bolso, en el cual tengo todo mi dinero, mi DNI, mis fotos, las llaves de mi casa, el móvil, el bono del tren, las recetas del médico, el periódico, la garantía de la cadena, mis gafas, mi vida.

Cuando deje de llover volverán los miedos e inquietudes que me asolan, por eso, hasta que no haya caído la última gota sobre mi frente y haya seguido fluyendo hasta desaparecer en mis labios, no abriré los ojos y mucho menos me levantaré de aquí.

Quiero ser lluvia, para no ser persona.
Quiero ser agua para vivir.
Que no deje de llover.....que no se seque la vida, quiero agua para seguir estando viva, no la gastéis en tonterías...si lo hacéis dejará de llover...


Fina lluvia, claridad perpetua en mi piel, que recorre impetuosa en torrentes de pureza mis poros, y desemboca, tras fluir entre las grietas de la experiencia, como final de una escorrentía invencible al sino de la sequía; fina lluvia no dejes que te agotemos con nuestro incansable egoísmo, huye mientras puedas del abismo en el que el ser humano te viola, cada día, agua sé libre para abandonarnos, y vive en libertad por y para aquellos que sepan amarte como mereces.
Y vuelvo a sorprenderme versando, tumbada en mitad de un parque, en mitad de una ciudad, en mitad de un país, de un continente, en mitad de un mundo en el que un día dejará de llover, y mis miedos e inquietudes jamás se irán de mi lado, ni del vuestro.


Cuídala, vives gracias a ella, no es tan complicado devolverle el favor.

domingo, 6 de abril de 2008

Reflejo


Reflejo.

De pie frente al espejo. Terror.

Le tiemblan las piernas, le duele la cabeza, le ahoga lentamente el corazón.

Su cuerpo es su cárcel y su refugio, su cruz y su salvación, sus ojos bombardean cada zona odiosa, cada parte de sí misma que repudia, cada defecto de los miles que posee y que desearía hacer desaparecer.

El olor a vómito cubre lentamente la atmósfera, pero ella ajena a esa fragancia que siempre la acompaña no huele ni siente, sólo se hunde bajo las baldosas blancas, pensando en porqué tiene que velar ella sola tantas desgracias.

Y pesan las losas sobre su espalda. Se mira a los ojos, se escudriña buscando en ellos algo que la invite a luchar, pero sólo puede ver un monstruo horrible, gigante y obeso que nunca la dejará ser feliz. Comienza a llorar, y sus mejillas lo agradecen porque se hidratan las grietas de su piel.

Se gira, y con temor se acerca a su temible enemiga. Un pie, el otro, cierra los ojos, segundos, los abre, agacha la cabeza, lee un número, suspira, deja de llorar, se baja, se acerca al lavabo, se mira, se gira de nuevo, insulta a la báscula, se mira de nuevo, levanta su camiseta y se acaricia la tripa, le duele, se da la vuelta, una reverencia al retrete y vomita.

Dolor agudo en la espalda, mal sabor en la boca, mareo, le arde la cara, le escuecen los labios, se ahoga. Tose, se suena la nariz, se enjuaga, escupe, se mira. Se mira y no se quiere.

Piensa en su vida, ¿qué es eso? ¿quién es ella? ¿qué ocurre? No entiende nada y se sienta en el suelo. Todo da vueltas y espera que alguien entre por la puerta y, cogiéndola en brazos, la acune y la mime hasta que toda vuelva a ser normal. Pero nadie llega, está sola.

Se levanta, sube en la báscula, unos gramos menos, se alegra, siente como desde sus piernas hasta su pecho sube un torrente de aire, euforizante. Se mira, sonríe, y sus dientes marrones se disfrazan de blancura en su reflejo.

Pero baja la mirada y según avanza, más se odia a sí misma.

Todo le sobra, todo, ¿por qué no puede ser feliz? ¿por qué nada le motiva para seguir viviendo? ¿por qué el mundo parece estar en su contra? ¿por qué nadie la comprende? Ella sólo quiere ser feliz...¡FELIZ!

- Eres una maldita vaca- se dice a sí misma.

Se sube a la báscula, segundos, mira hacia abajo: 45'200 Kilogramos.

Y cae desfallecida sobre las baldosas blancas, esperando que nadie la encuentre y por fin la dejen ser feliz.
Ella sólo quiere tener su hueco en la sociedad, como todos nosotros.

jueves, 3 de abril de 2008

Convocarlo, con sólo respirar...

(...) De haber tenido un hijo,
le habría enseñado a leer
en los libros y muros (...)
de modo que las lluvias
limpiaran sus palabras
defendiéndolas (...)
de haber tenido un hijo
acaso no sabría
que hacer con él
salvo decirle adiós cuando se fuera.
Mario Benedetti
"...acaso no sabría que hacer con él, salvo decirle adiós cuando se fuera..."
Leí este poema hace algo más de un año, y los dos últimos versos a veces vienen a mi memoria sin ningún porqué. Muchas veces, mientras fantaseo con mi futuro, me pregunto si alguna vez tendré hijos y qué será de ellos, y la verdad es que me aterra y me entusiasma pensar en que un día podré tener a uno en mis brazos.
Si yo tuviera un hijo
le enseñaría a sentir cada palabra,
como si ellas fuesen algo más que montoncitos
de letras.
Si tuviera un hijo,
amaría cada uno de los segundos a su lado,
y le mostraría que el mundo
es como sus manos,
pequeño y sucio,
tierno y cambiante.
Si yo tuviera un hijo,
le llamaría con todos los nombres,
amor, vida, tesoro, lucero,
antes que por el suyo propio.
Si tuviera un hijo,
acaso no sabría que hacer sin él
cuando se fuera.
Para usted, Señor Benedetti, por darme un poema tan bello que me acompaña cada día.