viernes, 31 de julio de 2009

Un libro, un personaje, un corazón


Fue la primera y la última vez vez que he llorado leyendo un libro.
Nunca antes me había pasado algo parecido y he de reconocer que es una experiencia inolvidable, pues no sé si mucha gente es capaz de emocionarse así con una historia fantástica e irreal.
Hoy ha venido a mi mente porque hace poco estrenaron la película y aún sin haberla visto todavía, las opiniones que voy escuchando sobre ella hacen que me cueste decidirme a hacerlo.
¿Por qué me ocurre? Si la saga de Harry Potter me atrapó con cada página, cada portada de la editorial Salamandra, cada capítulo deseoso de ser conquistado, ¿por qué no quiero ver la sexta película?
Quizás porque...ya es sabido que todas las producciones cinematográficas que se hacen sobre libros jamás alcanzan la perfección de ese montón de hojas y en este caso, según me han contado, el director ha olvidado la esencia de la magia y ofrece un culebrón adolescente donde se habla de "morrearse" en vez de magia.
Una imagen a veces no vale más que mil palabras cuando éstas te describen una despedida, un reencuentro, un momento tan intenso, como me ocurrió a mí en este caso.
A mí y creo que a todos los lectores de J.K. Rowling.
Recuerdo que estaba sentada en el sofá, alcanzando el final del libro.
Todas las aventuras de Harry habían sido imprevisibles, sorprendentes, muchas veces dolorosas e incomprensibles y otras necesarias y fatídicas, pero con el sexto libro en mis manos, recorriendo cada párrafo, algo dentro de mí se llenó de una ternura y una devoción hacia ese personaje tan venerado y entrañable: Albus Dumbledore.
El abuelo perfecto (como el mío): un anciano que desde el primer momento nos encandiló con su mechero robando las luces de las farolas, que lo sabía todo antes que nadie, pero dejaba a los demás buscar las respuestas, aquel que nunca se equivocaba, que estaría ahí en el momento oportuno, aquel con poderes sobrenaturales, ese que predicaba el perdón, la sabiduría, la paciencia, la constancia, el valor...Ese de las gafas de media luna, de los ojos azules cristalinos, casi transparentes, ese de las túnicas de colores y sombreros extraños, él...
Gracias a Rowling, Dumbledore (en el primer libro le llamé así Dumbledore, fonéticamente, tendría yo unos 8 años, luego descubrí que se pronunciaba "Dambeldor") se convirtió en ese ente protector con el que todos los niños sueñan, ese que nunca nos abandonará.
Por eso siempre que parecía no haber luz al final del túnel, sabía que él aparecería
y siempre lo hacía.
Cuando llegué al final del capítulo 26 mi corazón se paró durante unos segundos, algo dentro de mí pensaba que él no era un ser humano más, quizás por eso no quiero ver la película, para que nadie pueda arrebatarme ese recuerdo, ese momento en el sofá de mi casa
cuando las lágrimas rodaron por mis mejillas, al descubrir que Dumbledore no era sobrenatural.

Harry rozó la piedra con el brazo rasguñado y el arco, tras recibir su tributo de sangre, se abrió al instante. Cruzaron la cueva exterior y Harry ayudó a Dumbledore a meterse en el agua que llenaba la grieta del acantilado. - Todo saldrá bien, señor - repetía una y otra vez, más preocupado por el silencio del director que por la debilidad de su voz-. Ya casi hemos llegado...Puedo hacer que nos desaparezcamos los dos...No se preocupe... - No estoy preocupado Harry - repuso el anciano con tono más firme, pese a que el agua estaba helada-. Estoy contigo.

Harry Potter y El misterio del príncipe; capítulo 26, pág 535.


Y aquel "Estoy contigo" me dio a entender lo que vendría después, mientras comenzaba a sollozar irrefrenablemente. Fue descubrir que todos estamos solos en el mundo, que nadie es inmortal, es querer abrazar a a un personaje literario, decir un "todo irá bien" a algo que no existe.
Por eso quiero mantener siempre aquel recuerdo, porque fue maravilloso llorar así.
Porque sé que la película no lo reflejará, ni siquiera saldrá seguramente.
Y para mí Albus Dumbledore siempre será sobrenatural.


(Es una entrada un tanto "friki" o poco interesante para quién no conozca Harry Potter, pues no creo que entiendo lo que siento y es totalmente comprensible, pero era algo que necesitaba escribir)

jueves, 30 de julio de 2009

Julio casi agostino

Es verano.
Y pasan los días...
Y las horas...
Otro verano más.
Cúmulo de sentimientos y sensaciones que borbotean en un frasco cerrado.
Arena negra y acre, coquinas, agua helada, brugal con seven up, piel dorada,
sonrisas, paseos, regalos, vida contemplativa, complicidad.
Y una piña colada.
Mamá, papá.
Emi, Eugenio.
Pepe, Man.
Ana.
Y la brisa, el gazpacho, la sal.
Echar de menos a los que no están y a los que están un poco lejos,
pero pronto volverás a ver.
Comidas copiosas, dietas de helado, juegos con palas, carreras, montados
en canguros y delfines,
construir castillos con barro,
y un hippie haciendo pompas de jabón gigantes.
Regresamos.
Al calor, al sudor.
Lejos del mar, de su libertad.
Y encuentro los ojos de ellas y ellos.
Y me entra un hormigueo, ganas de abrazar, de contar, de perder el tiempo en la hierba, en batidos, en caminos, en el suelo.
Y apareces tú.
Con tus manos.
Con tus ojos.
Tú.
Ese al que había echado tantísimo de menos.
Y hacernos pasar por dos extraños que se conocen por primera vez.
Para que todo tenga la misma intensidad
que cuando nos marchamos.

Y una lágrima en mi mejilla
al recordar la arena, la sal, el gazpacho
y la complicidad entre una familia que se quiere y se cuida tanto.

viernes, 3 de julio de 2009

J.T

A tu lado soy capaz de contar después de infinito.
Y los copos nieve sobreviven en mi pelo aunque sea verano.
Si me miras aún me sonrojo, como el primer día.
Y puedo decir, con certeza, que si encuentro a oscuras todas las cicatrices de tu cuerpo
es porque te conozco.

Y si te conozco será porque no perdemos el tiempo en discutir por punzantes celos, golfos de playa y serpientes con tacón (las de Lorca),
será que preferimos mirarnos en silencio, para vernos en nuestra más sincera naturalidad.

Será que te pienso cuando menos me lo espero
y te extraño cuando me dejas en la puerta de casa.
Y no hay canción que no me hable en alguna nota de ti.
Ni violín inocente que no me transporte a tus manos.

Eres la voz que quiero escuchar el resto de mi vida.
Y la otra mitad del corazón que ha de latir en mi regazo.