domingo, 19 de abril de 2009

Pompas de abril


Llegado este momento, me confieso... chico de las cicatrices, no puedo vivir sin ti.
Hagamos una breve parada en el trayecto
sí, déjame cerciorarme de que estás aquí,
y yo te rozo los labios con los dedos.


No puedo escribir el poema más bello esta noche,
quizás porque estoy tan llena de ti
que me impides pensarte más de lo que puedo.

Será porque cada vez que intento concentrarme
me hablas,
aunque sólo sea para murmurarme"...te quiero"

Y yo pregunte ¿Qué has dicho?
sólo por oírlo de nuevo.


Miro hacia atrás y cuento los meses con los dedos...
un economista apesadumbrado augura "malos tiempos para el país"
en la radio,
y con tu rosa en la mano me confundo..
para mí está siendo un gran año...

No lo digo muy alto, no sea que se escape la musa o la suerte...
a veces para ser feliz sólo hay que buscar en los ojos de la gente
y yo en tu mirada verde me he atrincherado.

domingo, 12 de abril de 2009

Justicia

Las pezuñas golpean contra el suelo de la puerta principal. Como si de animales se tratara, se chocan entre ellos, hembras y machos, no obstante no pierden en ningún momento las alhajas, ellas y los puros, aquellos. Desde lejos sólo se distingue una nube de cornamentas grises.Suben por las escaleras que llevan a los diferentes palcos. El gran semental llega puntual, seguido de su séquito de burros y vacas. Ellos lo adulan rebuznando, ellas abrillantan sus ubres para conquistarlo. Él, sin embargo, hace caso omiso al coro de pedantería y posa sus cuartos traseros sobre el asiento acolchado. Está impaciente.
La masa de bóvidos se implanta en sus localidades y espera la gran actuación.
Pasados unos minutos, se anuncia el nombre del hombre: "Antón" y se le describe:
"Antón de Ubrique,
peso: 76 kg.
edad: 38 años."

La multitud brama histérica cuando las puertas se abren y el ser humano entra corriendo desnudo en la plaza.
Sobre sus mejillas caen rodando dos lágrimas y, clavando sus rodillas en la arena, mira suplicante a las reses, esperando un ápice de clemencia.
La respuesta es inminente, todos patalean sobre las tarimas sedientos de sangre.
Cuando el ruido llega a ser ensordecedor y el siglo XXI se traslada a tiempos del Coliseo Romano, se abren otras puertas y aparece el maestro,
el toro.

La plaza se inunda de resoplidos malolientes, de gruñidos salvajes, las bestias se encienden al ver al gran tauro.
Éste se regodea. Observa a la presa. El hombre se hace un ovillo intentando camuflarse con el acre de la arena.

Se extiende una ola de mugidos, como carcajadas malvadas que se mofan ante el bípedo desprotegido.
La bestia negra da una vuelta. Otra. Y se detiene en el extremo puesto, de frente al humano.
Éste no se mueve, el miedo le paraliza.
Las gradas se llenan de ira, de ojos inyectados en sangre, de sed de violencia, de brutalidad.
El gran tauro lo sabe, por eso saborea el momento.
Agacha su cuello. El ruido aumenta.
Corre.
Corre.
El ruido cesa. Sólo se escucha el llanto de un hombre.

Y, de repente, silencio.


Podría decir, ahora, que el gran tauro frenó su carrera antes de embestir.
Que postró sus patas delanteras en señal de disculpa y dejó el hombre se montara en su lomo, sacándolo de la plaza y salvándole la vida.
Quizás si los seres más inteligentes de este mundo fueran los bóvidos esto sí ocurriría.
Lo que tengo claro es que si pongo ese final mi historia será feliz y no causará ninguna reflexión en el lector.
Sólo espero que si quien ha leído esto ha sentido pena por ese ser humano,
también sienta pena cuando ve al toro en la plaza.

Aunque el toro no llore.
Porque no es consciente de lo que va a pasarle.


A todos los futuros padres que quieran educar a sus hijos con valores como el respeto a los animales, la tolerancia y el amor, les recomiendo esta película (basada en el libro) "El toro Ferdinando", que tantas veces nos leyó a mi hermana y a mí mi tía Mª Ángeles y tanto me ha enseñado.

viernes, 10 de abril de 2009

100 años más

- Lo sentimos, acaba de morir.

Y en ese instante, milésimas de segundo, el tiempo se paró y nunca volvió a reanudar su viaje.
El pasillo dejó de ser blanco, dejó de estar inundado por las voces de las enfermeras, el ruido de las camillas, los televisores de algunas habitaciones, todo dejó de ser real para convertirse en un lugar extraño y lejano.

- ¿Se encuentra usted bien?

Pero él no sabía quiénes eran, qué hacían hablándole, él sólo quería llegar a la habitación 202 y verla, y prometerla que se pondría bien, y hacerla reír como siempre había hecho desde que se conocieron.

- Siéntese, le traerán agua.

Todo daba vueltas. Parpadeó y se dio cuenta de que se le había resbalado de las manos la bolsa de plástico que traía. En ella llevaba un libro recién editado con todos los poemas que ella había escrito, era su regalo para darle fuerzas.

- Por favor, no puede entrar, estamos esperando que suban para llevarla abajo y...

Pero era tarde. Sus ojitos se habían cerrado para siempre, sus párpados cayeron como un telón, como el telón de una obra que cerraba con su última función. Se había ido, se había marchado.
Nunca volvería a oírla reír. Nunca volvería a tocar su nariz. No volvería a oler ese perfume que sólo ella tenía.

- ¡Señor!

En menos de 30 segundos pasaron por su mente todos los años que habían vivido juntos, todo lo malo, todo lo bueno, y como flashes aparecían y desaparecían sus sonrisas, las canciones, aquellos abrazos tan llenos y aquellas discusionestan dolorosas que les habían hecho unirse más.
No era posible que ella se hubiese marchado y él hubiese llegado demasiado tarde para despedirse.

- ¡Pero qué hace! ¡Señor!

Entonces corrió, corrió por aquel pasillo sin mirar hacia dónde iba. La desesperación se aferraba a su corazón y le impedía parar, le obligaba a creer en lo imposible.

Al pasar por la habitación 201 vio cómo unos hombres envolvían un cuerpo.

-
Hola niño de algodón...

Y al girarse, en la habitación 202, la encontró.

Ahí estaba de pie, delgada y enferma, ojerosa y cansada, débil y temblorosa, pero con una sonrisa tan grande y tan llena, que nadie pudo hacer nada, salvo dejar lo que tenían entre sus manos y mirarla, por la luz que desprendía.

- Me dijeron que...

Y las lágrimas ahogaron las palabras.

- No llores, no llores, no pasó nada, estoy aquí y siempre lo he estado, aunque llevásemos sin hablarnos tantos años.

Y el pasillo retomó su color, los televisores se encendieron de nuevo.

Y los dos ancianos se miraron a los ojos y se abrazaron.

- Pensé que no volvería a verte nunca más.
- Te prometo que nunca me marcharé sin despedirme antes de ti.

Y aquella noche, en la planta de Oncología del hospital,
se vio bailar a dos amigos, a dos grandes amigos, una canción de merengue que decía algo cómo ".....es mi sueño hecho realidad..."

- Niño de algodón...
- Dime cabecita de ajo...
- Tú si que eres un 80%...

jueves, 9 de abril de 2009

Ernesto

Ernesto tenía un dilema.
Después de muchas noches con insomnio y continuos viajes astrales, decidió atreverse.
Se vistió, se peinó, se echó colonia, metió unas cuántas monedas en el bolsillo de su pantalón, tomó un vaso de leche y uno a uno besó a su padre, a su madre y a su hermana.
Entonces cerró la puerta de su habitación con llave y exhaló una bocanada de aire para relajarse.
Estaba asustado, quizás no debía hacerlo, su cabeza iba y venía mientras sus ojos intentaban centrarse en un punto fijo en la pared. Le temblaban las piernas y casi sin fuerzas entró en el armario.
Allí dentro se sintió seguro. El olor a madera de pino era reconfortante, le recordaba a su infancia, cuando se escondía de su hermana durante las largas tardes de verano. Allí todo era tranquilidad, podía rozar con sus dedos las camisas recién planchadas y colgadas en sus perchas, podía tumbarse y leer sus viejos cómics de Tintín con su linterna o bajar la colcha de invierno y extenderla, para echarse una siesta de mil horas.
Sí...no quería salir, quería quedarse allí.
Pero entonces se dio cuenta de que allí dentro sólo había espacio para él.
Por mucho que quitase cosas, no cabía otra persona.
Sí, allí dentro nadie podía herirle, tenía todo lo que hacía feliz sin molestar a nadie, pero su corazón tenía frío y sus ojos le dolían porque necesitaban llorar.
Supo entonces que tenía que atreverse, que por eso estaba ahí.
Se levantó, exhaló otra bocanada de aire y abrió la puerta.
Primero puso un pie fuera, sintiendo como el olor a madera se perdía por el cuarto.
Después el otro.
Y tuvo unas ganas irrefrenables de volver dentro.
Pero de repente sonó el teléfono y su madre golpeó la puerta.
- Erni, cariño, ¡es para ti!
Arrastrando los pies se acercó a su mesilla y descolgó el auricular.
- ¿Sí?
- Ernest, tío, soy yo...Iván.
- Hola...
- Quería decirte que siento...siento haberte besado, yo...supuse que...bueno, lo siento.
- No lo sientas, yo también quería besarte.
Tras responderle, inconscientemente, sonrió.
Y la puerta del armario se cerró sola.

martes, 7 de abril de 2009

Embarcamos...


Era un día de esos en los que las nubes le roban el sitio al sol y éste,
como ese niño pequeño que solloza para pedir compasión,
deja que sus rayos se cuelen entre el vapor de agua y rocen las copas de los árboles.
Era una mañana de esas que se mueve entre el frío y el calor,
entre el sofá y la cama,
un té helado en la mano izquierda y una manta sobre mis rodillas.
Y ahí,
inmersa en la lectura de ningún libro,
con la mente absorta imaginándome a mi misma sobrevolando algún acantilado,
no esperaba ningún otro acontecimiento salvo verte aparecer
por la puerta del salón.
Pero no lo hiciste.
Esperaste un despiste, un vistazo a la ventana, un parpadeo, un gesto echándome hacia atrás el pelo
y me tapaste los ojos.
No canturreaste "¿Quién soy?", porque sabemos que el tiempo apremia.
Preferiste quedarte pegado, impidiéndome ver la luz, durante mucho tiempo, para notar cómo nuestras energías fluían en ambos sentidos entre nuestros cuerpos.
Para después separarte despacio y sonreírme como sonreirás a nuestros hijos.
Esa mezcla de ternura y de cariño. De miedo y dependencia. De bienestar.
Me robaste el té helado.
Y los latidos.
Por mi parte, me quedé con todo el olor que emanó de ti tras eternos abrazos, piel sobre piel.
Mientras el sol seguía afanándose en ser el protagonista del día, causa perdida en cielos de abril,
nosotros nos dormimos,
perdimos el tiempo,
mirándonos a los ojos no supimos qué decir,
salvo "te quiero".

lunes, 6 de abril de 2009

La vida

Pensaba que las clases de Historia de la Medicina no tenían ningún fundamento más allá de los meros conocimientos que se aprenderán de memoria para un exámen y luego sólo podrán salir a luz en fiestas elegantes o reuniones aburridas, dónde alguien dirá "¡que grandes fueron los antiguos griegos!" y tú, para quedar genial, añadirás "el desarrollo de la medicina se debió a la situación geográfica, la búsqueda de nuevas tierras...bla, bla, bla..." y si surge meter por ahí que el dios de la medicina es Asclepio.
Sí, me parece importante conocer la historia de tu profesión, al fin y al cabo tú formarás parte de ella, pero cuando alguien llega y te da la clase leyendo apuntes interminables, sin mirarte a los ojos cuando habla y olvidando que mañana tendrás un exámen horripilante de bioquímica, como que las ganas de saber historia se pierden entre reacciones.

(Menudo parrafo más "friki" me ha quedado...)

Bromas aparte, quería poner en mi blog un poema bellísimo de un hombre, el profesor Esteban Pont Barceló de la Universidad Autónoma de Barcelona, el cual sufrió un Accidente Vascular Cerebral que le obligó a estar muchos años ingresado en un hospital y a perder toda su autonomía.
Este poema es una forma de agradecer a los médicos/as y enfermeros/as la ayuda que recibió de ellos mientras pasó ese periodo de enfermedad y me parece tan cercano, tan puro, tan cierto, que el día mañana lo veré colgado (si Dios quiere) en la pared de mi consulta y de mi casa.

Gracias por sus palabras señor Pont.


Dame tu mano. No quiero que tires de mí.
Pero sí sentir esas turgencias cálidas de tu palma,
y notar que todo nos importa.
Y que "imposible" es el adjetivo de los necios.
Tengo más fuerza de la que me suponen. Mejor que lo ignoren.
Pues, junto a ti, me temerían.
Y dictarían leyes para proscribirnos.
Eres manantial de poder, para ir dónde yo quiera.
Cuando juntos nos afligimos, nos duele la humanidad,
y nos crecen ansias infinitas, de solidaridades y amores
nacarados.
No importa donde estés.
Ni que te marches cuándo claman los relojes.
Estás en mí. Y sé que en ti vivo.
Por todo eso,
dame la mano, que todos lo ignoren, menos yo.
Tú, por siempre, compañero/a.


Esteban Pont Barceló; Bellaterra (Cerdanyola del Vallés) 20/05/03

viernes, 3 de abril de 2009

Sidaction

En estos tiempos de pólemica, sensacionalismo y vanalidades siempre habrá un lugar para los pensadores, los activos, los que viven con la cabeza y el corazón pensando en horizontes comunes y no meramente individuales. Por ello, hoy, después de una semana repleta de noticias que me causan "corazonitis" (inflamación del corazón) me atrevo a decir, haciendo uso de mi libertad de expresión:

Que nadie puede ponerme la etiqueta de que estoy en contra de la vida, sólo porque no acudo a una manifestación a favor de ésta (manifestación contra el aborto).
No lo comprendo...sí, la ley es imperfecta, yo tampoco estoy de acuerdo con que una niña con 16 años pueda decidir qué hacer con su futuro hijo/a sin el consejo de sus padres pero se necesita una ley regulada, una mujer tiene derecho a decidir y no por ello vamos a gritar y a decir que son asesinatos.
No es por ser repetitiva y no quiero extenderme más porque mi entrada no va dirigida en su totalidad a este tema, pero sólo resalto que ningún obispo, cura y demás personajes de ese variopinto sector tiene la más remota idea de lo que es sentir que llevas una persona en tu vientre, lo que es pensar que ese ser puede ser fruto de una violación, puede que ese ser nazca con una mutación genética tal que muera dolorosamente a las horas de nacer...
Lean libros de Embriología, les recomiendo "Embriología Clínica" de Moore, yo lo uso en la carrera y verán cómo un blastocisto no se puede llamar ser humano todavía.
(Es mi opinión, ahí lo dejo para debate)
¡Ay! Señores...queda tanto por cambiar.

En mi intento por gritar ante el mundo diré, (y perdonen que siga con mis "queridos" eclesiásticos, pero da la casualidad que mi semana de "corazonitis" ha sido causada por ellos en un 100%) que me parece indignante, bochornoso, insultante y aberrante que una persona cuyos únicos estudios son los de Teología, un francés llamado André Fort, se atreva a decir, desde su papel de obispo, que "el preservativo no es suficiente para frenar al virus del SIDA porque éste es mucho más pequeño que un espermatozoide"
¡ACABÁRAMOS!
¡Dios Mío! (Y nunca mejor dicho)
Pero, ¿hasta dónde puede llegar la ignorancia humana?
Señor André Fort, amigo mío, creo que es usted el boom del 2009. Deberían darle el Nobel porque descubrir por revelación divina que un virus es más pequeño que un espermatozoide es algo que nunca se había sabido, ¡si sigue así a lo mejor encuentra la cura contra el cáncer!
Por favor...con lo fácil que es encontrar información hoy en día, no tengo palabras para él, sólo un grito de ánimo para los grandes biólogos, bioquímicos y epidemiólogos que trabajan a diario buscando soluciones a ésta enfermedad y a otras tantas, los que nos han dado métodos de prevención que hacen que, hoy en día, nuestra esperanza de vida haya aumentado tanto.
(Pueden ver las estadísticas en la página www.ine.es)

Para terminar sólo quiero dejar este vídeo, no voy a comentarlo porque sólo viéndolo pasé de tener "corazonitis" a "una parada cardiovascular por golpeo emocional" y me gustaría que también le pasara a todo el que lo viera.

Cuenta 10 segundos.
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Cada 10 segundos una persona muere de sida en el planeta.
Campaña francesa contra el HIV.
Sidaction