domingo, 29 de noviembre de 2009

Sino es contigo, no hay más allá

Hace tanto frío que mis piernas se van agarrotando a medida que doy una zancada tras otra.
Supongo que los leggins son muy bonitos, pero a estas alturas del año es arriesgado ponérselos sin sufrir la posterior congelación...
Menos mal que siempre estás ahí, con esa tranquilidad abismal que sólo transmiten los que conocen tanto el mundo que ya no lo temen.
O eso siento cuándo te tengo cerca.
Casi sin enterarme te quitas la cazadora y, girándola, cubres mi cuerpo, dejando atrás las mangas para anudarlas con suavidad. Me siento muy pequeña, muy frágil, como si dependiese de ti.
Como si pudieses leer mi pensamiento, me adelantas y recojes mi cara entre tus manos.
- ¿En qué piensas? - preguntas.
- Nada.
- Te acompañaré hasta la puerta - murmuras, esperando mi respuesta.
- No necesito que me acompañen, sé ir y venir sola - te digo, sabiendo que soy demasiado mordaz.

Sonríes. Sólo buscabas que rompiese mi falsa fragilidad.
Caminamos en silencio. Sujetas mi mano derecha dentro de tu bolsillo y miras hacia el frente.
Te observo de reojo. La capucha sólo deja entrever el perfil de tu nariz y el brillo de tus pupilas negras.
Sólo cuando giras la cabeza para ver si vienen coches me deleitas con esa mirada verde pálido casi transparente.
Y yo escondo la mía tras los párpados, suspirando placenteramente.

Me pregunto si existe algún otro capaz de hacerme sentir lo mismo que tú.
Rápida respuesta. Nadie.

Empieza a llover silenciosamente.
No sé cómo te las apañas para qué ninguna gota llegue a rozarme
y eso que no tenemos paragüas.
Llegamos.
Y cómo si sobrasen las palabras acercas tu frente a la mía,
te apoyas suavemente en ella
y te quedas ahí.

De alguna manera que ambos desconocemos hablamos por la piel.
Sé, en ese instante, cómo te sientes, qué quieres decirme, qué callas,
notando la energía que fluye entre los dos.

Para después sonreírme como sólo tú sabes,
robándome toda la atención
y alejarte con un "mañana" en los labios.




Puede que no sepa a ciencia cierta qué nos depara el futuro,
lo que tengo claro es que hoy por hoy, sino es contigo
no hay más allá.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Mea culpa


Me gusta equivocarme para bien. Siempre lo he dicho.
Y es que la última vez ha sido bastante sorprendente para mí.
Cuando surgió el bombazo de la saga "Crepúsculo" porque ésta había llegado a los cines, todo el mundo comenzó a hablar de los libros.
En ningún momento me interesé por ellos, supongo que dentro de mis rarezas una de las que más disfruto es intentar no dejarme llevar por la misma corriente.
Muchos ya los habían leído y releído antes de la película, otros empezaban ahora y todos, tras tenerlos en sus manos, afirmaban lo mismo: era una lectura adictiva.
Ninguno de los libros que leído en toda mi vida fue de amor. Ninguno.
Quizás por eso no lograba entender ese énfasis que los lectores comentaban sobre esta colección.
Un año después he decidido probar con el primero de ellos: "Crepúsculo"

Y, agachando las orejas, después de todo lo que he criticado, reconozco que no puedo dejar de leerlo.
Dejo claro que sigue sin gustarme la película, que no tengo pósters, que no guardaría una cola de 12 horas por ver a los protagonistas, que no busco en google fotos, vamos, que no me he convertido en una obsesiva de esto (sin ofender a nadie, que yo con 13 años lo fui de Harry Potter y no me avergüenzo). Simplemente me he metido de lleno en una historia que realmente roza la simplicidad: amor imposible.
Reflexionando creo que todo se resume a la forma de relatar que tiene la autora. Consigue que una relación chico - chica muy romántica se cuente casi sola, sin usar demasiados paisajes, demasiados entresijos, sencillamente algo que podría pasar en cualquier instituto añadiendo el pequeño gran matiz de que él es un vampiro y se muere por ella (de amor y de hambre al mismo tiempo).
No voy a entrar en si estos vampiros son mejores o peores que los de "Crónicas vampíricas", ni si tiene poco fuste para hacer una película, tampoco en que las niñas de 14 años hayan hecho una biblia de los libros.
Sólo reconozco que me equivoqué cuando opinaba que me parecían insulsos, porque me gustan.
Sigo pensando que hay libros muchísimo mejores, claro está: la historia es adictiva, pero no deja de ser un relato de novela juvenil.

Lo recomiendo, más que nada por la vivencia personal que he tenido.
En cuestión de 100 páginas, fui consciente de que empecé la lectura siendo muy escéptica
y pasé a sentir ganas y más ganas de continuarla.


Supongo que es bueno equivocarse para bien.
Sobre todo cuando se habla de libros.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

25 de noviembre

Celia mira a su pequeña. La niña colorea tranquilamente sus dibujos sentada en la alfombra. Aún es demasiado pequeña para pensar en el futuro, mamá lo hace por ella. Por eso Celia se entretiene imaginándola con 5 años más y 5 más y 5 más... Sueña con verla como una mujer fuerte, inteligente y luchadora. Y desea, de corazón, que nunca ningún hombre se atreva a maltratarla.


Esto no es una guerra de sexos.
No es una reivindicación feminista.
Esto es una pelea de una gran mayoría compuesta por hombres y mujeres
contra una minoría que aún piensa que una mano en alto e insultos humillantes significan hacerse
respetar.

Es una batalla contra los fundamentos de muchas culturas y religiones que aún creen en esa superioridad del hombre sobre la mujer.
Es un mano a mano contra aquellos y aquellas que no creen en la igualdad, en la palabra y el respeto.

Ya basta.
Quiero un sacerdote y una sacerdotisa.
No quiero el burka.
Quiero debatir porqué tiene que tener tanto poder un Papa
o una Papisa.
No quiero sumisión.
Quiero un estado que no se vea obligado, porque sea políticamente correcto, a tener el mismo número de hombres que de mujeres sino que éstos y éstas sean contratados por sus aptitudes y actitudes.
No quiero discriminación positiva.
Quiero ser mujer, trabajadora, madre y superheroína a la vez.
No quiero que el hombre que vaya a mi lado se sienta mal por eso, al contrario, quiero que él sueñe conmigo.

Y así que llegue el día
en el que cualquier madre, de cualquier etnia, edad y región,
al mirar a su hija pequeña mientras ésta dibuja ajena a todo,
no tenga que temer por su futuro.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Cuento

Hoy estoy mala de la tripa.
Estando tumbada descansando,he recordado un cuento que siempre me contaba mi tía Mª Ángeles.
Resulta que es uno de mis cuentos favoritos y me lo sé de memoria,
porque cuando pienso en él me veo pequeña con los ojos clavados en los dibujos del libro,
metida de lleno en la historia
y sólo escucho la vocecilla de mi tía haciendo de cada uno de los personajes.
Seguro que ella lo recordará como yo.
"La niña del zurrón"

Es una historia bastante aterradora.
Recuerdo cada página de aquel libro de la Media Luna.
La historia comenzaba con una niña un poco tonta que era muy caprichosa y su familia tenía poco dinero.
Entonces su mamá le regalaba unos zapatos de charol muy bonitos y luego la mandaba a la fuente con un cántaro para llenarlo. Allí se los quitaba para no mancharlos y sin querer se los olvidaba. Al regresar, su madre le preguntó dónde los había dejado y la niña volvió corriendo a la fuente, pero ya no estaban.
Entonces aparecía un mendigo muy feo y sucio y le preguntaba qué pasaba.
Así, la niña llorando se lo contaba y él le decía: "Anda, si los tengo yo. Ven, cógelos tú misma están dentro de mi zurrón"
Y así la niña se metió dentro y el mendigo lo cerró y dijo: "Si quieres volver con tu mamá tendrás que hacer lo que yo diga"
Y así se marcharon y fueron de pueblo en pueblo.
Cuando llegaban a la plaza, el hombre dejaba el zurrón en el suelo y recitaba "Canta, zurroncito canta que si no te doy con la palanca"
Y la niña, entre lágrimas cantaba.

(Al escribir esto puedo escuchar perfectamente a mi tía poniendo la voz de la niña; además, siempre solía bautizarla con mi nombre y así me introducía totalmente en el cuento)

"En un zurrón voy metida,
en un zurrón moriré
por culpa de unos zapatos
que en la fuente me dejé"

Y como tenía una voz tan bonita todos le daban mucho dinero al mendigo a cambio de escucharla.
Así pasó el tiempo y el mendigo olvidó cual era el pueblo de la niña y llegó a él.
Según llegó a la plaza y dejó el zurrón en el suelo dijo en alto:
"Canta zurroncito canta, que si no te doy con la palanca"
Y la niña empezó a cantar.
Entonces, las tías de la niña que allí se encontraban reconocieron al momento la voz e hicieron un plan. (En los dibujos del libro aparecían dos mujeres vestidas de luto y yo las bauticé como MºÁngeles y Mª Jose)
Adulando al mendigo, le invitaron a comer y en una de esas que él se había quedado dormido, fueron corriendo y sacaron a la pequeña del zurrón y lo llenaron de toda clase de animales: serpientes, arañas, culebras, gatos, cucarachas, mosquitos, ratas, avispas... y después lo cerraron.
Cuando el viejo despertó emprendió su camino hasta llegar a otro pueblo.

Allí se puso en la plaza y recitó:
"Canta zurroncito canta que si no te doy con la palanca"
Pero nadie cantó.
Así una y otra vez.
Entonces cansado el viejo comenzó a golpear el zurrón con la palanca.
Cómo no veía respuesta, decidió abrirlo y todos los bichos que contenía le empezaron a morder, a picar y arañar.

Y así recibió su merecido.
Colorín, colorado este cuento se ha acabado.

No sé, hoy me apetecía escribirlo, de alguna manera esos ratitos de cuentos pertenecen a una parte de mí misma.
Gracias MAN.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Exploradores


Me llamó caperucita morada.

Para después cogerme de la mano.
Las calles dormitaban, sólo algún niño en patinete rompía la tranquilidad.
Me gustan las tardes de invierno
El sol no quema, acoge
y todos le perseguimos por las esquinas, de banco en banco.
De repente me llovieron hojas amarillas. Muy gracioso.
Y corrimos por la naturaleza que aún pervivía en este mundo de autómatas.
Nos dijimos cursilerías (que nunca falten)
y esperamos a que se hiciese muy tarde para darnos cuenta de que había que volver a casa.


Él y sus ojos verdes.
Y sus manos grandes.
Y sus cicatrices varias.
Yo, con mi caperuza morada.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Happy Hippie


Cansacio, mucho cansancio.
Dos mil millones de folios llenos de palabras que se repiten continuamente, pero en cada párrafo adquieren un significado diferente. Memoriza todo. Pero todo, es todo.
Pero memorízalo para aplicarlo, no para olvidarlo pasado mañana.
Siéntate en la silla, dobla el cuello, horas y horas en la babia, intentando entender que ahora núcleo significa otra cosa, que lo debes imaginar en tres dimensiones cuando es prácticamente imposible darle estructura. Que tu cabeza, por dentro, está organizada en infinitas partes, láminas, giros, surcos, tractos, vías, aferencias, eferencias, excitándose, inhibiéndose, como un reloj suizo, como una escalera, con un "o todo o nada"...
Pienso en los anuncios de Nike... "imposible is nothing".
Y descubro que llevo empanada 20 minutos.
Y pienso que sí es imposible.

Pero aquí estamos.
Quitando la presión de los exámenes de enero, estudiar es realmente enriquecedor.
Si no hubiese querido estudiar esto ahora mismo no sabría absolutamente nada de cómo soy.
Me he dado cuenta de que estoy conociéndome mucho más allá
y por eso ha cambiado mi percepción de mí misma en este mundo.


Aún así, preferiría ser una hippie ibicenca de melena por la cadera.
Y fumar maría pensando que es algo muy bueno (porque eso de que el saber da la felicidad...)
Y gritar "No al sostén" corriendo desnuda y sin depilarme por colinas de hierba.
Tener 20 hijos y ponerles nombres extraños, de animales, de dioses griegos o inventados.
Y tener también una lechuza y un poni blanco.


Sería muy feliz, seguro.
Pero bueno, quién algo quiere algo le cuesta.
Me quedo con mis dos mil millones de folios (y con el sostén)

viernes, 20 de noviembre de 2009

Escuchar es algo más que oír


Ayer fui a un concierto de lenguaje de signos.
El teatro estaba abarrotado de gente esperando.
Compré un refresco y unas patatas mientras pasaba el tiempo y
a las 20:00 empezó.
Se apagaron las luces y se encendieron sólo las del escenario.
Poco a poco se hizo el silencio de las voces,
dejando paso al ruido de la vida.

Cerrando los ojos, uno a uno fuimos adentrándonos en el mundo que queda oculto bajo la voz.
La respiración era la nota principal.
De las 200 personas que allí estábamos ninguna sola coincidía en el tiempo y la duración al coger aire y expulsarlo.
Después se oía la saliva al tragar, el roce de la ropa con la piel, de los zapatos con el suelo de moqueta.
Algún tosido seco intercalado con unas uñas rascando un antebrazo al descubierto.
El chasquido de una vértebra cervical,
acompañado de un carraspeo involuntario.
El tintineo de una cremallera del abrigo.
Alguien cruzando las piernas.
El crujir del asiento al reclinarse una espalda.
Una boca masticando chicle.
Entonces se abrió el telón y apareció una joven sentada en una silla de madera.
Nos miraba con sonrisa placentera, con inmensa tranquilidad.
Mantuvimos, todos, los ojos cerrados y ella, tras un suave toque al diapasón, cogió la nota de la respiración y comenzó
a cantar con sus manos.

Abrimos todos los ojos y escuchamos.
Desde afuera se colaba el ruido de las ruedas y motores que surcaban la avenida,
miles de pasos por minuto sobre la acera-

Y mientras, allí dentro, ella cantando con sus manos.

Nos habló de la luz del sol,
de la sensación de soledad,
del miedo a lo desconocido,
del amor imposible.
Nos contó lo que es la muerte,
nos cantó nanas y saetas.
Nos explicó lo que es la vida.

Y lo entendimos todo leyendo sus manos y su cara.
Al terminar, volvió a entregarnos su inmensa sonrisa.
Así cerramos los ojos y la melodía cesó.
El telón se cerró de nuevo y todos levantamos nuestras manos
agitándolas enérgicamente, moviendo las muñecas hacia dentro y hacia afuera, con los dedos extendidos.
Bueno, sí, aplaudiendo.

Ayer comprendí que escuchar es mucho más que oír.

martes, 17 de noviembre de 2009

Martes

Allí afuera el mundo podría estar a punto de ser destruido.
Por el odio. Por el poder. Por el egoísmo. Por el afán de riqueza.
La corrupción. Las violaciones de los derechos humanos.
El cambio climático. La contaminación. Los extrarrestres.



Pero, egoístamente, todo eso quedaba lejísimos,
lejísimos,
lejísimos,
muy lejos,

concretamente más allá de su piel
rozando dormida
el somier
....................de la cama.
Por eso, tan sólo por eso
él

se sintió seguro.

sábado, 14 de noviembre de 2009

El chico de las cremalleras

No somos nada parecidos.
Todo empieza desde dentro, por arriba.
Su cerebro se compone de giros perfectamente integrados, su mente analiza el mundo, lo fragmenta y lo reconstruye en partes. Ordena lo que ve, lo asocia, lo diferencia y siempre se pregunta los porqués de todo: del funcionamiento, de la composición y de la energía.
No puede memorizar sin comprender.
De pequeño corría de un lado a otro, con sus ricitos rubios, desmontando y montando relojes y aparatos.
Mientras tanto, una yo más bajita y más joven, se dedicaba a cortarle el pelo a todas la barbies (y morderles los pies)
Por eso mi cerebro no es nada ordenado. No sé analizar el mundo, no entiendo las matemáticas, sólo veo formas y colores y muchísima esencia. A veces hablo entonando o soy casi pedante mirando por el vagón del tren:

- ¿Te has fijado en que los árboles tienen tantos colores que parece que están pintados, como en los cuadros?
Y él se ríe, porque le dije lo mismo, en el mismo lugar, antes de ayer.

Una vez le pregunté cómo veía él los días de la semana.

Me costó explicarlo, es algo metafísico: me refiero a cómo imagina, qué forma o contenido le da a un lunes o a un martes.

- Yo los veo como su significado romano, si te das cuenta, el lunes significa Luna y me lo imagino como tal, el martes, como el dios "Ares", el miércoles viene de Mercurio, el jueves de Júpiter, el viernes de Venus, sábado de Saturno y Domingo, "dominicus", de Sol.

Y me quedé como embobada escuchándole, porque nunca me los habría imaginado así.
Para mí que los días de la semana son como los continentes...

A veces, cuando le da el sol en la cara, en el viaje de vuelta, sus ojos parecen mucho más verdes.
Sí, somos muy diferentes.
Parecemos la letra y el número.
Y es por eso que nos complementamos tanto.

Es curioso. Si él me cuenta algo, siempre me lo creo, sea lo que sea, porque siempre habla de lo que sabe y sino controla, guarda silencio.
Por eso si tengo alguna duda, siempre acudo a él.
Es más que un amigo.
Un amigo al que conocí hace muchísimo tiempo.
Siempre fue diferente a los demás niños, porque era el único que mostraba una madurez distinta.
Nunca le vi riéndole las gracias a algún malote de turno de 10 años,
no le vi gastando bromas a las niñas porque sí,
no le vi pegándose con nadie,
quizás por eso siempre le admiré.
Supo ser él mismo sin que nadie le dijese lo que tenía que hacer
y nunca se rindió cuando quiso llegar muy lejos.

Es curioso, sí, porque mire dónde mire cuando viajo al pasado, estaba él.
Su conversación.
Su apoyo.
Su tranquilidad.

Es ahora, tanto tiempo después, cuando me doy cuenta de que sin él seguramente no sería quién soy.
Aprendimos juntos, aprendemos juntos.
Está haciendo que una de las etapas más importantes de mi vida
tenga dos asientos en el viaje, porque viene conmigo.

Tengo miedo, porque cuando no está le echo de menos.

Sólo él aguanta mis preguntas absurdas sobre el sentido de la vida,
y se sienta en el metro cogiendo mis libros y carpetas.
Sólo él sabe cuando tengo un mal, mal día
y con una mirada me baja los humos al instante.
Sólo él puede discutirme cualquier tema y reírse de mí cuando, quedándome sin argumentos,
me los invento.
Y pillarme en todas mis medias mentiras.
Sólo él me entrega una sinceridad y una confianza plenas,
que hacen que jamás dude de su palabra.
Él y sus electrocardiogramas,
y sus gafas de marca,
y el Aquarius de naranja con el mixto cremoso de la una.
Él y su Prometheus, yo con mi Netter.
Él y el frío.
Yo y los guantes de esquiar.

Juntos, en esta maravillosa etapa.

Sólo él sabe cuánto le quiero y lo poco que se lo digo.
Aquí estamos.
Él, el numero.
Yo, la letra.

Y vamos buscando nuestro lugar en el planeta.
Eso sí, sin darnos cuenta, no sabemos dar un paso al frente sin pararnos a esperar al otro.

Gracias, Miguel, mi proyecto de médico favorito, el otro ribereño de la clase, el fan del 20 minutos, al que hago correr hacia el autobús aunque haya tiempo de sobra, él que me llama por mi catarro, que toquetea todas mis cremalleras, que se acuerda de todo lo que me preocupa y nunca se enfada cuando llego "un poquito" tarde, el que me preguntará mañana "¿por qué me llamas el chico de las cremalleras?".

El que siempre cree en mí ,aún cuando yo dejo de hacerlo.

Gracias, por seguir aquí.


Para ti, Miguel Saíz.

Sé que vas a ser muy grande, lo sé.

martes, 10 de noviembre de 2009

En la punta de su nariz


Y qué voy a decir...
si cuando miro sobre mi hombro, mientras me calienta los sueños con sus palmas,
me doy cuenta de que lo daría todo
por la mirada verde que me acompaña.


Sólo, sólo con él
mi memoria se convierte en un escaparate,
de esos de película, cuando nieva en un barrio americano y una niña pega su nariz a un cristal iluminado y lleno de juguetes o dulces.
Así me siento cuando recuerdo nuestra historia.
Y se llena mis pupilas
De cómo nos conocimos,
de quienes éramos, de cómo éramos y cómo somos...

Lo daría todo, si me lo pidiera.
Aún sabiendo que nunca me lo pediría.
Porque he descubierto que hace muchísimo tiempo se paró mi reloj en su
muñeca.
Porque abre la puerta y espera a que yo pase primero,
y siempre tiene tiempo para preguntarme si estoy bien.
Porque no le importa mojarse
por vivir juntos un momento absurdo bajo la lluvia (con futuro resfriado)
porque es mi único pensamiento en los trayectos en tren.

Y qué voy a decir,
si desde que le conozco no sé borrar esta sonrisa tonta de mi cara.
Supongo que nadie tiene sus ojos,
que nada es comparable a él.
Y es que encontré mi lugar en la punta de su nariz.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Tarde de domingo

Me atrevo a decir que estoy viviendo una de las mejores etapas de mi vida.
Y por ello hoy, tarde de domingo fría, soleada,
cítrica y algo apagada,
sólo quería daros las gracias.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Propósitos de la nueva vida

Propósito del día: Sentir esa sensación por debajo y por encima del diafragma, que se extiende cada pocos segundos hacia ambos brazos, similar a un borboteo de agua cálida en fosas termales y no llega a traspasar los antebrazos, quedando recogido un calor intenso a la altura del corazón, como si bajo el pecho despertase un bebé bostezando y abriese lentamente sus pequeños párpados.
Sí, eso que otros llaman "bienestar".

He aprendido que la vida tiene infinitas manifestaciones,
que el rencor se puede diluir en los charcos de lluvia,
que la opción más fácil es perdonar
y que hablar de los demás por detrás ni desahoga, ni beneficia, ni arregla nada.
He descubierto que quiero sonreír por la calle,
o por lo menos mostrar una expresión de paz.
Que prefiero que piensen que estoy loca antes que estreñida o amargada.
Que todo ser merece ser tratado con respeto,
y que la justicia es un valor que nosotros construimos.
Que el debate debe terminar en la reflexión, no en la rabia
y que puedo ofrecer mis ideas, pero jamás imponerlas por buenas que sean.

Sé por fin que no existe la perfección, que todos erramos.
Y que puedo aprender de mis tropiezos, pero también de los de los demás.
Que he de alabar a aquellos que disfrutan de todo en la vida, sean cuales sean sus circunstancias y también a los que sacrifican sus placeres por los de los demás.
Quiero ser mucho más que un título, un currículum, un nombre, un carnet.
Quiero ser las manos que hagan acciones que cambien los grises por nuevos colores.

Seré yo misma.
Y si en algo me equivoco, cambiaré.
Y entenderé a todo ser humano, por muy diferente que sea a mí, porque sabré que sus circunstancias son diferentes a las mías.
Quiero empaparme de toda cultura,
de todo idioma,
de toda canción.
Quiero llorar, quiero caerme y levantarme.
Quiero luchar por cada premio, no quiero recibir nada sin merecerlo.

Espero ser aquello a lo que siempre he aspirado
y llegado el momento,
irme.
Llevando esa sensación, por encima y por debajo del diafragma....

domingo, 1 de noviembre de 2009

Pedazos de Barcelona


Allí donde septiembre se regocijó entre el mar y la ciudad,
dónde hay torres que nos miran desde arriba,
y jardines de ensueño,

dónde existen tiendas antiguas y llenas de una magia especial,

y La Rambla rezuma alegría y diferentes colores,

dónde un anciano se atrevía a desentonar en mitad de un desfile de barrotes oscuros,

y los vehículos de dos ruedas cobraban vida, subiéndose a las ventanas.

Dónde el adjetivo "gótico" no daba miedo
y los pintores se muestran en su más viva expresión,


dónde la Boquería es algo más que un mercado.

Allí, en ese lugar,
encontramos pedazos de Barcelona.
(viaje a Barcelona Septiembre 09)

"November" "Novembre" "Novembro"


Noviembre está aquí.
Se adentra despacio en la ciudad, intenta no llamar demasiado la atención pues no quiere que le paren y pregunten: Vienes menos frío, ¿qué te ocurre?
A él también le preocupa el efecto invernadero, pero en soledad lo disfruta,
siempre tuvo algo de envidia a esas mañanas cálidas de agosto.
Pasea por las calles y con los dedos acaricia las ramas, dejando a las hojas casi desprendidas con los tallos a punto de soltarse, para que el viento más suave pueda soplarlas.
Noviembre tiene manos de mujer y cuerpo de joven. Su piel es amarillenta, anaranjada, amarronada, sin límites claros entre unos colores y otros.
A la altura de sus ojos la nariz se ve salpicada por cientos de motitas oscuras, como pecas
y sus labios son finos y rosados, como los de las parejas que desde la cama sueñan con proteger el amor.
Noviembre es presumido, le hemos hecho presumido. Hemos usado su nombre para hacer películas dulces, para crear canciones nostálgicas y nadie puede pensar en él sin sentir ese alud de hojas de miel y oro encima.
Nos huele a naranjas, a mandarinas, a los primeros anuncios de juguetes y a la bombonería de Ferrero Rocher...
Nos sabe (a algunos) a mojo picón, a gofres de domingo por la noche, a castañas en la esquina de la calle Zamora , justo enfrente de la plaza de los Bandos, que mi madre me solía comprar.
Me sabe a pan de anís del cementerio.
Me suena a Ismael Serrano con su "Ya ves... a veces me canso de perderte y saber, que estamos solos y no va a volver Guevara para darme la razón...de no verte tendida en mi colchón..."
Me recuerda a las cigüeñas de la catedral.
A los vencejos que a veces tapan por completo el cielo.
A los juegos en el recreo.
Y el Jardín del Príncipe bañado en café.
A las primeras motitas blancas, tan pequeñas como cabezas de alfiler, que a veces se pasean vanidosas por delante de la nariz, anunciando que allí a los lejos se acerca,
sigiloso, profundo y frío,
diciembre.
Mientras tanto, noviembre, se entretiene jugando con los últimos rayos de sol,
viendo como los humanos recordamos a todos los difuntos,
como se afianzan promesas y se calientan las casas.
Noviembre es nuestro trazo ocre en un lienzo de papel.