lunes, 29 de noviembre de 2010

Alguien no vio nevar

Hoy Sonia comenzó a llorar de repente, apoyada contra la pared.
Todos hablábamos, inmersos en los ordenadores, redactando historias, compartiendo anécdotas, preguntándonos dudas.
Y no nos dimos cuenta.
Lloraba silenciosa, como lloran los adultos, para no ser vistos. Son esas lágrimas que drenan tristeza, porque la impotencia ya escapó por la piel.
Y lo hacia sin ruido, con calma, con paz. Rompiendo lentamente nuestras escafandras, adentrándose en los ojos y después más adentro.
Por respeto, tuvimos miedo de preguntar. A menudo los problemas personales nos desobedecen, y cuando los aparcamos fuera, junto al coche, se meten dentro con nosotros y no se van nunca.
Por eso todos pensamos que sus lágrimas eran circunstancias malas que no debíamos arañar.
Algunos nos acercamos, preguntando un ¿estás bien? y ella se limitó a sonreír, a secarse la cara y a decir que sí.
Y así, poco a poco, la sala se fue vaciando y todos acabamos la jornada de cada día.
Los "pollitos blancos" volvíamos a casa.
Pero ella siguió allí, apoyada contra la pared, sujetando el fonendo en una mano y la libreta en la otra.
Mientras tanto, a pocos metros de allí, un joven dos años menor que ella había dejado de mirar por la ventana, ya no vería los copos de nieve caer sobre el suelo sin llegar a cuajar.
Hoy había empeorado demasiado, un granito más en su reloj de arena.
Así, mientras lentamente fue sintiendo un alivio total de su dolor, uno de sus últimos pensamientos fue para aquella muchacha de cabello negro que siempre tuvo una sonrisa para él.

Sonia siguió llorando, preguntándose cómo la vida podía llegar a ser tan cruel y, en el mismo instante que él cerró los ojos para siempre, ella supo que nunca volvería a ser la misma.

domingo, 28 de noviembre de 2010

"Bubeaños beliiz"

Ayer fue el cumpleaños de "la tercera M".
Espero que todos lográsemos que fuese de nuevo un día perfecto para ella, aportando nuestros pequeños granitos de arena.
Sólo quiero que ella sepa cuánto la quiero y cuánto la necesito.
Y cuánto le agradezco que siempre esté ahí.
Eres un poco más viejita, pero cómo naciste con el don de la inocencia
cada año cumples la mitad
por eso tu risa siempre será de niña pequeña.
Te quiero "salchichita".

viernes, 26 de noviembre de 2010

Cuando no puedo dormir

Recostado en la escalinata del Templo de oro, el joven Glauco observaba el horizonte. Presentía que algo malo iba a suceder.
Los dioses llevaban tiempo ofendidos por las acciones de los reyes atlantes, pues habían ido convirtiéndose en gobernantes soberbios y ambiciosos, que parecían estar dispuestos a controlar el mundo a base de conquistas.
Y aquello no podía aceptarse de los hijos de Poseidón.
En el otro lado, a unos kilómetros desde dónde el muchacho se alzaba, la bella Medea lo observaba, de pie bajo la sombra del Templo de plata, consciente de que sobre su amada isla se cernía un halo de oscuridad.
Y, allí abajo, la población continuaba su ajetreada monotonía, ajena a la inminente tragedia.



A veces, cuando no puedo dormir, me voy a las Torres de Hércules y desde allí me lanzó al mar, en busca de la ciudad perdida.
Y guiada por Glauco y Medea surco las calles y paseos hundidos, visito los templos de oro y de plata que se construyeron en honor a Poseidón y me duermo escuchando una y otra vez cómo ocurrió aquella catástrofe.
Y siempre, cuando tengo que regresar a casa, ambos me hacen jurar que jamás contaré a nadie dónde se encuetra La Atlántida.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

H

He conocido a un nieto que todos los días se levanta antes que su abuela para despertarla, después la coge entre sus brazos y la lleva hasta el baño, para hacerle su aseo. Luego la sienta en la cocina y le da el desayuno, aunque no siempre puede porque ella no se deja. Más tarde, vuelve a llevarla en brazos hasta la cama y allí la deja reposando, con el oxígeno puesto y nunca consigue robarle una mísera sonrisa.
Pero ahí está, cada día. Ella tan diminuta, tan bajita como un niño de 8 años. Y él, su nieto, un joven de 28, que vive para darle vida a ella.

También he conocido a un matrimonio que lleva toda la vida unido, que posee ese envidiable amor que todos anhelamos.
Él es gordito, con gafas de esas antiguas...antiguas y lleva ropa de esa antigua...antigua.
Ella está muy enferma, con alzheimer, con una fractura en la pierna que le impide caminar y con esas cuarenta mil enfermedades que tienen algunos viejitos.
Y ahí está él, que carece de muchos conocimientos, pero es el mejor médico/enfermero/rehabilitador/terapeuta/cocinero/auxiliar/asistente con el que su esposa podría soñar.
Y, mientras ella descansa en su mundo de demencias y confusión, él deambula por el hospital, nervioso, preocupado, porque sólo desea que se ponga un poquito mejor, para irse juntos a casa, para no tener que regresar sin ella.

Conocí además a una mujer de 75 años que era realmente agradable y rezumaba positividad por todo su ser.
Cuando le pregunté si no le importaba que le hiciera yo la historia clínica, sonrió ampliamente, invitándome a sentarme en su cama y comenzó a explicarme qué siente uno cuando el corazón deja de funcionarle bien.
Y así estuve más de una hora, con ella, llamándonos de tú, "porque si me llamas de usted me haces sentir vieja".

Y también a otro señor, que parecía que tenía demencia y resultó que estaba depresivo porque no veía casi a sus hijos y acababa de quedarse viudo, sólo necesitaba que alguien se diera cuenta de su tristeza y lo tratara. Y así fue, ha pasado de no querer comer a decir que la comida del hospital es lo más bueno que ha probado nunca, exceptuando la comida que le hacía su difunta, claro está.

Y sigo acordándome de "Paqui", del hombre que no me respondió al entrar, me acuerdo de cada rostro y cada momento, de sus gestos y sus miradas, sobre todo de sus miradas.
Si alguna vez dudé de querer seguir con esto, fue efímero.
Porque no tengo que esperar a fin de mes para sentir como se llena mi vida.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Los consejos de Esculapio

¿Quieres ser médico, hijo mío?
Aspiración es ésta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia.
Deseas que los hombres te tengan por un dios que alivia sus males y ahuyenta de ellos el temor. Pero ¿has pensado en lo que va a ser tu vida?

Tendrás que renunciar a la vida privada: mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, terminada su tarea, aislarse lejos de los inoportunos, tu puerta estará siempre abierta a todos.
A toda hora del día y de la noche vendrán a turbar tu descanso, tus aficiones, tu meditación;
ya no tendrás horas que dedicar a tu familia, a la amistad, al estudio. Ya no te pertenecerás.

Los pobres, acostumbrados a padecer, te llamarán sólo en caso de urgencia.
Pero los ricos te tratarán como un esclavo encargado de remediar sus excesos: sea porque tienen una indigestión o porque se han resfriado, harán que te despierten a toda prisa tan pronto como sientan la menor molestia.
Habrás de mostrarte muy interesado por los detalles más vulgares de su existencia; habrás de decirles si han de comer ternera o pechuga de pollo, si les conviene andar de este modo o del otro cuando salen a pasear.
No podrás ir al teatro ni ponerte enfermo: tendrás que estar siempre listo para acudir tan pronto como te llame tu amo.
Eras severo en la elección de tus amigos.
Buscabas el trato de hombres de talento, de almas delicadas, de ingeniosos conversadores.
En adelante, no podrás desechar a los pesados, a los cortos de inteligencia, a los altaneros, a los despreciables. El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado: prolongarás vidas nefastas y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir o denunciar acciones indignas de las que serás testigo.
Crees firmemente que con el trabajo honrado y el estudio atento podrás conquistarte una reputación: ten presente que te juzgarán, no por tu ciencia, sino por las casualidades del destino, por el corte de tu capa, por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la atención que dediques a las chácharas y a los gustos de tus clientes.
Los habrá que desconfíen de ti si no gastas barba, otros si no vienes de Asia; otros, si crees en dioses; otros, si no crees en ellos.
Te gusta la sencillez: tendrás que adoptar la actitud de un augur.
Eres activo, sabes lo que vale el tiempo.
No podrás manifestar fastidio ni impaciencia: tendrás que escuchar relatos que arrancan del principio de los tiempos cuando uno quiere explicarte la historia de su estreñimiento.
Los ociosos vendrán a verte por el simple placer de charlar: serás el vertedero de sus nimias vanidades.
Aunque la Medicina es ciencia oscura, que, gracias a los esfuerzos de sus fieles, se va iluminando poco a poco, no te será permitido dudar nunca, so pena de perder tu crédito.
Si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees, para curarla, un remedio que no falla, el vulgo irá a charlatanes que venden la mentira que necesita.
No cuentes con el agradecimiento de tus enfermos.
Cuando sanan, la curación se debe a su robustez; si mueren, tú eres quien los ha matado. Mientras están en peligro, te tratan como a un dios: te suplican, te prometen, te colman de halagos.
Apenas empiezan a convalecer, ya les estorbas.
Cuando les hablas de pagar los cuidados que les has prodigado, se enfadan y te denigran.
Cuanto más egoístas son los hombres, más solicitud exigen.
No cuentes con que este oficio tan duro te haga rico.
Te lo aseguro: es un sacerdocio, y no sería decente que te produjera ganancias como las que sacan un aceitero o el que se dedica a la política.
Te compadezco si te atrae lo que es hermoso: verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana. Todos tus sentidos serán maltratados.
Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de míseras viviendas, los perfumes harto subidos de las cortesanas; tendrás que palpar tumores, curar llagas verdes de pus, contemplar orines, escudriñar los esputos, fijar tu mirada y tu olfato en inmundicias, meter el dedo en muchos sitios.
Cuantas veces, en un día hermoso y soleado, al salir de un banquete o de una representación de Sófocles, te llamarán para que vayas a ver a un hombre que, molestado por dolores de vientre, te presentará un bacín nauseabundo, diciéndote satisfecho: Gracias a que he tenido la precaución de no tirarlo.
Recuerda entonces que has de agradecerlo y mostrar todo tu interés por aquella deyección.

Hasta la belleza misma de las mujeres, consuelo del hombre, se desvanecerá para ti. Las verás por la mañana, desgreñadas, desencajadas, desprovistas de sus bellos colores, olvidados por los muebles parte de sus atractivos.
Dejarán de ser diosas para convertirse en seres afligidos de miserias sin gracia. Sólo sentirás por ellas compasión.
El mundo te parecerá un vasto hospital, una asamblea de individuos que se quejan.
Tu vida transcurrirá a la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y las almas, viendo unas veces el duelo de quien es destrozado por la pérdida de su padre, y otras la hipocresía que, a la cabecera del agonizante, hace cálculos sobre la herencia.
Cuando a costa de muchos esfuerzos hayas prolongado la existencia de algunos ancianos o de niños débiles y deformes, vendrá una guerra que destruirá lo más sano que hay en la ciudad. Entonces te encargarán que separes los menos dotados de los más robustos, para salvar a los enclenques y enviar a los fuertes a la muerte.
Piénsalo bien mientras aun estás a tiempo.


Pero si, indiferente a la fortuna, a los placeres, a la ingratitud; si, sabiendo que te verás muchas veces solo entre fieras humanas, tienes el alma lo bastante estoica para satisfacerse con el deber cumplido,
si te juzgas suficientemente pagado con la dicha de una madre que acaba de dar a luz, con una cara que sonríe porque el dolor se ha aliviado, con la paz de un moribundo a quien acompañas hasta el final; si ansías conocer al hombre y penetrar en la trágica grandeza de su destino, entonces, hazte Médico, hijo mío.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Estudiar atonta

No entiendo por qué en clase y en los libros dicen que fue catastrófica la peste negra.
Con lo tierna que parece la yersinia pestis,
yo no me lo creo.





Confirmado: estudiar atonta y mucho, voy a pegarme golpes contra la pared ahora.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Dona. Muller. Emakumea.






Hoy antes de irme a dormir sólo diré
que venero a la mujer.

Por madre, por humana, por bella, por mágica, por única, por poderosa, por mártir y por luchadora.
Y nunca terminaría de alabarla.
Venero a la mujer por su cuerpo maravilloso, continente de vida, por sus formas miles, sus cambios y su envejecimiento.
La admiro por su constante pelea por ser respetada, por su incansable objetivo de ser considerada igual al hombre.
Por su capacidad para aguantar, aprender y esperar.
Por sentirse orgullosa
y no tener miedo.
Venero a la mujer y esta noche, de nuevo, daré gracias por tener la suerte de poder hacerlo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Vámonos


Abuelo, ven, ven y llévame a dónde estás tú, aunque sea sólo durante un rato pequeño.
Quiero visitar el lugar en el resides desde hace ya mucho tiempo, porque me han dicho que allí todo el mundo es feliz.
Quiero conocerlo, verlo con mis propios ojos y creérmelo.
Y, si me dejas, ocuparé poco espacio, con un libro en las rodillas, sólo quiero tu paz.
No haré ruido, para que no nos pillen y te prometo que no le contaré a nadie que fui.
Incluso cerraré los ojos cuando, de tu mano, viaje hasta allí.
Abuelo, sabes que nunca te miento cuando hablamos.
Tú siempre vienes, te sientas en los tejados, te subes en el techo del vagón y bailas en la tarima de la clase cuando ves que estoy apunto de dormirme.
Tú viajas con mi hermana en los aviones y le susurras que aunque llueva en el norte no debe entristecerse.
Porque tú eres la lluvia.
Tú hablas con las cigüeñas y les enseñas a no perderse cuando migren lejos.
Por eso todas llevan en el cuello una brújula colgada.
Tú vienes y vas, y te escapas y vuelves.
Dime, ¿por qué yo no puedo ir un día contigo?
Espero que hoy, cuando despierte de madrugada y me embriague el olor a folios antiguos y a caramelos de menta,
haya una nota tuya en la mesa que diga: "Vámonos ojos como dos cajas de betún de a duro".

martes, 16 de noviembre de 2010

Noviembre

Hubo tiempo que pensé que era la persona más desafortunada del mundo.
Y me sentía cansada al despertar, cansada al ir y al volver en el tren.
Realmente me creía la persona más agotada de todas.
Qué tonta y egocéntrica fui.
No me daba cuenta de que somos todos los que estamos un poco cansados, de todo.
De la rutina, de los esfuerzos, de los retos y los obstáculos.
No era consciente de que es todo el mundo.
Sino mira, hasta las papeleras se toman un respiro.

domingo, 14 de noviembre de 2010

jueves, 11 de noviembre de 2010

Paqui

Desayunó, como todos los días. Y miró por la ventana.
Vio a los niños atravesando la puerta del colegio y a las monjas tendiendo las sábanas en la azotea.
Después se duchó y más tarde se entretuvo leyendo uno de los libros de la estantería del salón, aquellos que su padre les dejó al morir y recordaba haber visto siempre, empolvados sobre los mismos estantes.
A mitad de la lectura se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, aquello no la satisfacía.
Regresó al baño y se miró al espejo.
Su cara desmaquillada había ido arrugándose con los años y no le importaba. Cuando veía a las demás mujeres, también llenas de arrugas y más viejas que ayer, no se comparaba. Ni siquiera cuando se encontraba con alguna que intentaba tapar el tiempo con inyecciones cada 3 meses.
Realmente le daba igual, todo le daba igual.
La vida ha sido satisfactoria, pensaba ella.
A sus 59 años conservaba la figura, aunque nunca había hecho deporte
y cocinaba bien, aunque jamás mostró interés por aprender recetas nuevas o simplemente por adquirir más refinamiento culinario.
Simplemente cocino y lo hago bien, pensaba ella.
Su trabajo era normal y llevaba en ese puesto 31 años, como encargada de la planta de textiles, que empezó siendo un proyecto pequeño con cuatro mujeres cosiendo, entre ellas su propia madre, para convertirse en una empresa de más de 700 trabajadoras.
Me da dinero y pocos dolores de cabeza, pensaba ella.
Pasaban los minutos y allí seguía de pie, frente al espejo, divagando.
Al salir por la puerta reparó en el pequeño botecito amarillo con la etiqueta blanca y sonrió con desgana.
Lo tomó con la mano izquierda y fue a la cocina.
Allí sacó del armario de la limpieza los guantes, la lejía, el cubo y estropajos.
Y, con sumo cuidado, se metió el botecito en el bolsillo y empezó a limpiar la casa entera.
Una vez hubo acabado se sintió bien, feliz.
Se sintió realizada, fuerte.
Se sentó en una silla dejando en el suelo los trastos de la limpieza y observó la estancia.
El olor a limpio y el brillo le sacaron una sonrisa, esta vez plena.
Pero fue en cuestión de segundos cuando se le nubló todo.
Así de fácil y descriptivo.
El olor a limpio empezó a incomodarla demasiado, hasta un punto que se le hacía insoportable.
La habitación le daba vueltas y sentía un deseo irrefrenable de destruirlo todo.
Las fotos de la pared parecían hacerle burla y la luz se evaporaba dejando una oscuridad fría por toda la casa.
Llena de desesperación apoyó la cara en su regazo y comenzó a jadear.
En ese momento sonó el teléfono, a la misma hora, como cada día.
Supo quién era y para qué llamaba.
Y ser consciente de ello, sin quererlo, la hundió aún más.
Se levantó y respondió.
- Paqui, hija, soy yo.
- Ya, ya lo sé.
- ¿Qué tal? ¿Cómo vas?
- Bien
- Bueno...¿has desayunado?¿Vas a salir?
- Sí y no sé, no sé que haré, no me apetece hoy.
- Bueno...si quieres me paso a verte un rato y...
- No, no quiero, ¡no soy una criatura a la que debas vigilar! ¡Si quieres sentirte realizada como madre y educar a alguien hazlo con tus hijos, no con tu propia hermana!
- Paqui, por favor, sabes que esto es importante para todos, entiéndelo, yo no busco nada más que tu bienestar y...
- Bueno, sí, que estoy bien, ya está, me pillas en mal momento andaba limpiando. Luego cuando vuelvas a llamarme dentro de 1 hora hablamos más.
- Vale, de acuerdo, si necesitas algo ya sabes, llámame a mí o a Pedro, que hoy libra ¿vale?
- Adiós

La ansiedad había remitido ligeramente, pero todavía le daba vueltas todo.
Volvió a sacar el botecito de la bata y esta vez lo dejó en el sofá.
Después se metió en la cama y pasó así la tarde, sólo se levantó cada hora para hablar por teléfono.
Al llegar las tres de la madrugada se levantó. El turno de llamadas terminaba a las diez.
Fue a la cocina y volvió a sacar todos los productos de limpieza y con paciencia volvió a limpiar la casa entera.
Cuando se cansó se sentó en el sofá y su mirada quedó fija en la foto de la mesita de café.
En ella salían sus padres de recién casados.
Sin levantarse del sitio alcanzó la foto y la observó durante casi media hora.
Después la dejó con cuidado sobre el sofá, junto al botecito amarillo y se levantó.
El corazón le latía pesadamente, como si estuviera muy cansado o muy tranquilo.
Con gesto calmado colocó todos los productos de limpieza de nuevo dentro del armario, pero dejó uno fuera.
Lo llevó consigo al salón y se sentó en una silla.
Después pasaron unas 6 o 7 horas, no miró nunca el reloj.
Durante ese tiempo entró como en un trance, con los ojos abiertos y fijos en la pared, pensando en mil cosas y en nada a la vez.
Se sentía totalmente vacía y realmente enfadada con el mundo.
Al amanecer se despertó de su ensoñación y reflexionó sobre lo que había pasado.
Su cabeza comenzó a "funcionar", a trabajar de forma normal y el ser consciente de lo que había pasado, de que había pasado la madrugada despierta le hizo sentirse aún peor.
Comenzó a llorar y volvió a colocar la cabeza sobre su regazo.
En un arrebato de fuerza o quizás un momento en que su cabeza consiguió reunir la lucidez suficiente, se dirigió a por el bote amarillo.
- fluoxetina- susurró leyendo la etiqueta.
Pero entonces todo se nubló, no le dio tiempo a sacar la gragea del bote.
Se giró, todavía con ello en la mano y cogió la botella de lejía.
Entonces sonó el teléfono, pero esta vez no lo oyó.




Esta semana he conocido a una mujer que ha causado un fuerte impacto en mi vida.
Nuestra relación no puede llamarse como tal, porque realmente no creo ni que me recuerde, aunque yo a ella síy no creo que pueda olvidarla jamás.
La circunstancia que nos ha llevado a cruzar nuestros caminos es, como todo en esta vida, un capricho del destino: yo aprendiendo y ella como paciente.
Y todo porque decidió que no quería seguir viviendo e ingirió lejía, con la buena o mala suerte de no fallecer y acabar ingresada en un hospital, pues han tenido que quitarle el esófago y el estómago, totalmente destrozados.
Cuando nos miramos a los ojos, no vi nada en ellos y por desgracia es la segunda vez que tengo que enfrentarme a una mirada así.
Su rostro, sus palabras, todo en ella reflejaban algo, pero me era imposible entender el qué.
Quise sentarme con ella, preguntarle, pero cuando fui a hablarla me fulminó con la mirada.
En ese momento me sentí demasiado pequeña, demasiado ignorante, pues olvidaba que hay problemas que no se pueden solucionar con un gesto. Necesitan muchos gestos, durante mucho tiempo y no siempre funciona.
Cuando salí de su habitación sentí no haberla ayudado nada, pero tampoco sabía cómo.
Y al hablar con su familia me hundí, porque es tremendo el dolor que puede salir de un rostro o una voz sin energía que sólo dice: "ya no sabemos que hacer, es un sufrimiento continuo..."
Ojalá la vida fuera más fácil, ojalá los finales de las películas se cumplieran en la vida real o todos fuésemos actores y nada fuera real y ella al acabar el día pudiese volver a casa, sana y feliz.
Hoy te dedico mis palabras, aunque no te sirvan ni sirvan de nada, porque seguramente sólo me sirvan a mí para desfogar este nudo que me ataste al vernos.
Sólo espero que encuentres lo que tanto anhelas, y por fin dejes de sufrir.

sábado, 6 de noviembre de 2010

KIMBO

Queda poco para los exámenes y sólo siento que tengo poco tiempo, que duermo 5 horas y media al día, que se me acumulan los folios y no se queda nada en mi cabeza.
Siento que se mezclan las palabras, que los fármacos tienen nombres demasiado rebuscados,
que no es posible que existan tantas cosas y de esas cosas haya variaciones en más cosas, que a su vez se dividen en mil cosas.
A veces me derrumbo y creo que no puedo, que no valgo para esto.
Y siento que es demasiado difícil para mí.
Me miro al espejo y sólo veo ojeras y me voy y vuelvo a casa de noche.
A veces la motivación se pierde entre viajes de tren, redbulls obligados a las 10:00 de la mañana, dolores de espalda, lágrimas de rabia y papeles en la mesa.
Es entonces cuando pido algo que de forma certera me golpee y me devuelva a mi yo real, que me devuelva mi entereza y mi fuerza.
Algo que me recuerde porqué elegí esto.
Y, sin saber cómo, alguien desde algún sitio me comprende y me manda la señal.
Fue tan sencillo como escuchar desde mi habitación un anuncio en la televisión del salón, que había encendido mi hermana mientras planchaba.
Gracias, lo necesitaba.



Cuenta una leyenda africana que si cambias tu nombre por el de una persona enferma puedes salvarle la vida.


Cambiaré mi nombre por todos.

Dedicado a mis compañeros, porque la compresión y el cariño son esenciales para afrontar cada paso y sin duda sois expertos en eso.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

No despiertes

Hoy me quedaría aquí, a tu lado, mientras duermes.
Respiraría poco, suave, para que no despiertes. Porque la calma sale de tus pulmones y entra en los míos.
Emites una paz embriagadora, que nace de tu pecho y se te escapa por los poros de la cara.
Bostezas entre sueños y me como los pedazos de nubes que vuelan de tu garganta.
Saben a ti, a ti por dentro, a vainilla con canela.
Hoy me quedaba aquí, llamaría para decir que me puse muy enferma
y contaría todas tus efélides.
Aprendería de nuevo a observarte, repasaría otra vez cada detalle que te forma
y luego me entretendría dibujando tu figura en alguno de los folios de la mesa.
Respirando lento, siempre, para que no despiertes.
Hoy te miraría de nuevo, como te miré ayer, y antes de ayer,
y disfrutaría de ese golpecito aquí dentro, que empieza donde el corazón y sale por el ombligo.
Te arroparía una y otra vez, incansable,
para después acercarme a tu piel... y olerte.
Pero no puedo.
Hoy como ayer querría estar aquí cuando despiertes, pero tengo que irme al trabajo.
Y me llevo estas ganas de comerte a besos,
y me llevo tu olor en mis manos
y me guardo este deseo irrefrenable de que ahora mismo despiertes

lunes, 1 de noviembre de 2010

Tú me das el mundo

Se me escapan pétalos de la risa.
Cuando me tocas.
Cuando me llevas de la mano a dónde se va a no pensar.
Y bajas por la escalera silbando para que te siga.



Desconectas mis cables, aquellos que me atan a la urbe y me dejas descargada, para que me encienda de nuevo comiéndome la luz del sol.
Y te sientas... frente a mí.
Ojos verdes, sonrisa cerrada, pelo revuelto.
Y esperas. Esperas porque sabes que no me apetece hablar todavía, que me gusta cómo huele a lluvia.
Lo sabes y es por eso que callas, sabes qué diré dentro de unos minutos. Lo esperas.
Y sucede rápido, como suceden las cosas más intensas y más bellas.
Hablo, respondes, río, callas, me abalanzo a abrazarte y abres las manos atrapándome con ellas.
Hablas, escucho, hablas, callo, hablas, cierro los ojos, te enfadas, ríes y reímos.
Así son nuestras circunstancias,
iguales o diferentes a millones de parejas que en este mismo instante se aman.
Pero ellos no poseen el don de crear fantasía, como nosotros.