domingo, 25 de julio de 2010

Susurrando...

Me pregunto cómo sería todo sin ti a mi lado.
Cómo me levantaría cada mañana, cómo sería mi vida, si no estuvieras en ella.
Me imagino como un lienzo blanco, pero no vivo, un lienzo transparente, inexistente a los ojos de la gente.
Como una rama fuerte, pero invisible, que se ve sobrevolada por los mirlos y ninguno la considera suficiente como para anidar en ella.
Sería yo misma, pero sin nada de lo he recogido durante todo este tiempo.
Como la cesta del jardín sin las flores,
como el vaso vacío.
Sería como la fe perdida en medio del desastre.
Perdida, sin rumbo.
Como la veleta oxidada que se trastabilla en lo alto del campanario.
Sin ti no habría conocido la otra cara de las monedas,
ni habría descubierto cuánto puedo reír todavía.
No sabría que los besos en la frente se sienten más que en los labios,
y que el amor deja de pertenecerte cuando pierdes el miedo a mostrarte como eres.
Y pasa a ser del mundo, porque en ese momento, el mundo ya es nuestro.
Sin ti las noches no tendrían sueños,
y se quedarían mudas las guitarras, pues los acordes para mí no recibirían nombre.
Supongo que si nunca te hubiera conocido
no creería que tus ojos no son de este mundo
y jamás habría encontrado la manera
de alcanzar la caja de galletas en el estante infinito de la cocina.
Gracias por sujetarme la escalera,
por tu paciencia y tu tiempo.
Por conocerme tal y como soy
y aún con todo continuar a mi lado.

sábado, 24 de julio de 2010

Ethel

Ethel tiene miedo sólo a una cosa. Ni a los monstruos, ni a la báscula, ni a las avispas, ni a llorar.
Sólo a a una cosa.
Por eso a veces puedes verla paseando semidesnuda por la orilla, ajena a los turistas que la señalan con el dedo y murmuran "nudist".
Le encanta que la brisa atlántica le acaricie el busto, como dándole forma a su feminidad y se entretiene pensando en que 100 años de vida es poco tiempo.
Ethel tiene miedo al tiempo.
Mira una y otra vez el reloj, pensando que quizás rompiéndolo pararía este vórtice que algún día nos tragará a todos, pero cuando se convence de ello,
se detiene,
sobrecogida por la creencia de que si lo consigue no habría más allá, no habría final, cobrando vida los propios miedos de Saramago, preocupado por "Las intermitencias de la muerte".
Ethel piensa que sobran seres humanos en este mundo y faltan personas.
Cree que el avance hacia el futuro ya no es como una ola que desde la inmensidad del mar va acercándose a la playa.
Ahora sólo se oye el ruido sordo de botas militares que caminan con un fin, la mentalidad del mundo no es vivir, sino sobrevivir.
El amor se vende en chats y se juzga por el tamaño de la cartera, del paquete y la "pechonalidad".
Los valores ya no existen, salvo en pequeñas trazas, reductos de fe que día a día ven como es cada vez más complicado ser bueno en este mundo.
Ethel cree que necesitamos más profetas y menos platós de televisión.
Y le asusta verse envejecida y al mirarse al espejo no ver arrugas, por el botox.
El tiempo, el tiempo...
Vivimos preocupados por no perderlo y lo malgastamos.
Usamos palabras como "invertirlo", "pasarlo", "hacerlo", incluso "matarlo".
Y no pensamos en "disfrutarlo".
Ethel tiene miedo a estar equivocándose, a no haber elegido bien el camino.
Pero, ¿acaso alguien lo hace?
Equivócate, siempre, para no irte sin haber descubierto todas las posibilidades.
Y sobre todo, no te rindas.
Ethel nunca lo ha hecho.

miércoles, 21 de julio de 2010

Tus hijos no son tus hijos

En las paredes de la casa de una amiga mía descubrí este poema maravilloso, escrito por Kahlil Gibran, poeta y novelista libanés que murió en el año 1931.

Lo encontré colgado entre fotos de Beirut y Tiro, escrito en castellano y al sentir su presencia en la estancia me quedé muy quieta, como si me estuviera invitando a conocerle,
y después cada palabra que iba leyendo cobró vida, entrando en mi mente
como imágenes y saliendo por la piel, como emociones.
Cuando terminé no tuve tiempo de pensar en nada, porque el hermano pequeño de mi amiga, que tiene 12 años, apareció con ella y señalando el poema dijo:
- Yo no lo entiendo. ¿Cómo que tus hijos no son tus hijos Nadia?
Y ella sonriéndole le respondió: "Algún día lo entenderás"

Y nos fuimos, sintiéndonos los tres conquistados.



Tus hijos no son tus hijos

son hijos e hijas de la vida
deseosa de si misma.
No vienen de ti, sino a través de ti
y aunque estén contigo
no te pertenecen.

Puedes darles tu amor,

pero no tus pensamientos, pues,
ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas, porque ellas,
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar
ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos,

pero no procures hacerlos semejantes a ti
porque la vida no retrocede,
ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual, tus hijos

como flechas vivas son lanzados.
Deja que la inclinación
en tu mano de arquero
sea para la felicidad.

viernes, 16 de julio de 2010

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Vuelve.
La imprenta huele diferente, se ha ventilado durante estos días de maquinaria en reposo y por eso ella siente como algo oprime bajo el pecho, una fuerza que se parece a la ansiedad por querer y no querer regresar.
Ha olvidado quién era, para dejarse llevar por su yo más salvaje, más arenoso y natural, alborotándose a sí misma en busca de otras emociones.
Ha vivido por vivir, algo de lo que huye y niega durante el resto del año, pero lo necesitaba.
Vuelve distinta, como siempre que regresa.
Como si le envolviese un aura protectora que se va desvaneciendo a medida que el sabor salado se transforma en cloro y el olor de las algas deja paso a la fragancia del metro de Madrid.
Y no le da pena estar aquí, pues los brazos y las sonrisas, ya sean en persona o por teléfono ahí siguen, no se fueron.
Y acarician, abrazan, sienten, calientan del mismo modo que lo hacían antes, incluso hoy son más reconfortantes.

Y es que todos necesitamos irnos para querer volver.