miércoles, 29 de septiembre de 2010

29S: Vámonos Merlin


Hoy es un día en el que la palabra derecho brilla en las voces del pueblo, en las pancartas que portan con sus manos de trabajadores, en las calles llenas de carteles que dicen: "Yo voy".
Es un día en el muchos sufren actos vandálicos de aquellos que usan la huelga como medio para hacer el mal, llenando cerraduras con silicona, parando trenes en sus cocheras, bloqueando puertas y carreteras, incluso agrediendo a los que hoy sí quieren trabajar.
Sí, porque la palabra derecho también los abarca ellos.

Derecho a la huelga, pero también derecho al trabajo.
Derecho soñar despierto
y a dormir de lado, boca arriba o boca abajo.
Ya pasear de noche sin miedo.
Derecho a caminar y a sentarse, ya sea en el suelo, en la hierba, en las rodillas de una madre.
A proteger a los niños, a los mayores
a ser inviolable.
Derecho a vestir diferente, de colores
a mirarse desnudo en el espejo del baño y quererse.

Hablamos de derechos, escupimos leyes
dictamos dogmas y nos los creemos.
Yo lo que quiero es que todos intentemos estar bien,
pensando primero en aquellos que por sí mismos
no son capaces de hacerlo, porque no pueden
o porque algún monstruo no les deja.

Hoy no quiero encender la tele, me asustan los días extraños.
Por eso doy al play y escucho a Merlín el Encantador haciendo sus maletas,
para irme con él, para tener de nuevo cuatro años.
A veces, cuando recojo la habitación y sé que nadie me escucha, digo muy bajito: Higitus Figitus...
por si acaso.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Patchaneando mis penas


No pierdas las ganas.
Ánimo.
Las razones son obvias, ahora empieza lo bueno.
Empiezas tú.
Fuera, lejos, está todo lo banal
y cerca quiénes hacen de una mesa y unas sillas un rato agradable.
Desde 2 a 101 años,
aquí hay espacio para cada cual
hasta tiene asiento aquel gigante llamado Jack que lleva colgando de su oreja un caracol.
Fuera lo demás, fuera los demás.
Si miras hacia el cielo, lo alcanzas.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Ernesto

Le ve. Está sentado en una de las mesas.
Tarde. Bastaron dos segundos para diferenciarle del resto de personas y llenarse de ese sentimiento pegajoso llamado lástima. Intenta guardársela lejos, alejarla de sí mismo, pero es imposible y le alcanza el pecho, atravesándole lento, migrando hacia las entrañas.
Sabe que no puede luchar contra ello y que no va abandonarle, por lo que no tiene más remedio que acercarse.
Mientras recorre el pasillo de la cafetería le golpean cientos de emociones.
Se planta enfrente, bandeja en mano:

- Hola Ernesto, ¿te importa que me siente?
- No, ¡adelante! Estaba aquí, pensando en mis pequeñas cositas, ¿sabes que hoy se me colgó el programa de Welltres y tuve que reiniciar mi pc? ¡Tío, tuve que reiniciar do veces!

- No me digas, qué rollazo.
- Ya ves... - responde Ernesto, mientras juguetea con los dedos sobre el muslo de pollo en salsa que está comiendo - y luego mi correo no se abría... ¡hasta que lo he conseguido tela!
- Qué mal...

Abel le mira con cara de póker, pues si tuviera que responder con un gesto sincero abriría la boca, mirando hacia el techo y fingiría haber muerto de repente.
Pero no podía hacerlo, pobre Ernesto.
Después de 30 minutos de comida Abel se despide, tiene cosas que hacer.

- Bueno, ya nos veremos.
- Sí, claro. Pasa una buena tarde, adiós tío.

De camino a la oficina se cruza con algunos compañeros, entre ellos Daniel.

- Aby, dios no... ¿otra vez comiendo con "el rarito"?
- Bah... déjalo.
- Es que no entiendo cómo puede ser tan extraño, mira se me pone la piel de gallina.
- Me da lástima, nadie se le acerca...
- ¡Es por su culpa! Sí, a todos nos da pena, pero es mazo raro... ¿cuándo te habla de algo normal?
Tengo 38 años y mi madre todavía me hace el desayuno, me gustan los Yorkshire Terrier y odio que las escaleras mecánicas del metro no funcionen...

- Dani, ya vale...
- Tú tampoco le aguantas
- Ya bueno, pero a veces me da pena
- Pero si es feliz, no nos necesita, ¿no lo ves?
- No sé... bueno, ¿que pasa con el partido del sábado? ¿a que hora vamos?


Y, mientras tanto, Ernesto guarda su tupper en la bolsita de plástico que compró el viernes en un chino. Le gustan los chinos, porque tienen de todo. Desde leggins para las niñas quinceañeras hasta grifos de cocina. "Qué cracks" piensa Ernesto. Está convencido de que China y Japón controlarán el mundo.
Después se coloca la camisa. Se mira la tripa, el sobrepeso marca su línea de la felicidad de manera exagerada. No le gusta el deporte, ni los gimnasios, ni correr por el parque, pero sí cree en la salud por lo que pronto irá a andar media hora todos los días. Eso no quitará que siga comiendo sus bollitos de cacao y crema a media mañana. Le hacen feliz.
Al girarse ve a Loli, una compañera del departamento. Sus miradas se cruzan y cuando él va a saludarla, ella se da la vuelta.
"Bueno, es hora de subir a darle duro al tajo" piensa Ernesto, y se va dándole golpecitos a su bolsa de la comida.
Al llegar a los ascensores lee una nota: Reunión del proyecto 23E en el edificio 7.
- Cambio de planes - y va hacia la puerta de entrada.
Según sale ve a sus compañeros caminando y corre un poco para alcanzarles.
- Hola - dice, pero nadie contesta.
Unos hablan, otros van en silencio. Ernesto se une a éste y mira hacia el suelo. Uno a uno pasan por los tornos del otro edificio mientras colocan las tarjetas identificatorias en los paneles.
De repente se da cuenta de que no encuentra su tarjeta y queda rezagado, buscándola.
Cuando por fin logra encontrarla todos han desaparecido.
Y de nuevo corre un poco para alcanzarles.
- Vaya, pensé que la había perdido - comenta en alto.
- ¿Qué? - dice alguien del grupo que ha sentido algo pegajoso introduciéndose en el pecho.
- La tarjeta, que en vez de meterla en el bolsillo derecho como siempre hago resulta que voy y la meto en el...
- Si, bueno, que la has encontrado ¿no?
- Sí, sí.
Y de nuevo silencio.
El sentimiento pegajoso se desprende y cae al suelo, pisoteado por los 26 pares de pies que se encaminan hacia la sala de reuniones.
Cuando terminan, vuelven a sus despachos. Loli y otra mujer se dirigen a fotocopiar documentos.

- Este Ernesto, es que es tan raro...
- Nadie está agusto con él, no sabe socializarse
- Hombre, empeño le pone, pero no es natural
- Hija, no es que no sea natural, es que es raro y punto
- Bueno, pero él es feliz así.

Se acaba el día. Todos a casa. Todos cogen sus coches, sus trenes, sus vidas hogareñas, sus duchas calientes y cenas familiares.
Ernesto cierra la puerta de su despacho. No queda nadie en la planta, salvo la mujer de la limpieza.
Ella también se ve asaltada por el sentimiento pegajoso nada más verle.

- Buenas noches, hasta mañana - le susurra.
- Buenas noches señora, mañana será otro día mejor que éste, aunque ya es difícil- responde él, sonriendo.
- Oye, perdona, llevas el zapato desatado.
-¡Anda! ¡Es verdad! Gracias, soy algo despistado.
- Bueno hijo, eres feliz así...
- ¡Sí!

Y, antes de llegar al ascensor, el espejo del descansillo le devuelve su reflejo.
Ve en él a un hombre regordete, con camisa blanca, con pelo castaño poblado por algunas canas prematuras. Ve unos pantalones grises y zapatos negros. Ve una bolsa de comida del chino colgando de su mano. Ve unos ojos marrones bajo unas gafas redondas. Ve a un hombre que vuelve a casa tras un duro día de trabajo.
Y una lágrima rodando por su mejilla.
"No, no soy feliz así"



Que sea diferente no significa que no merezca tu tiempo.
A veces alguien no nos gusta o no nos "entra", nos parece raro, inaguantable.
Nos parece que nos sabe entablar conversación, demasiado tímido o que dice cosas que no vienen a cuento.
Nunca olvides que siente, piensa y vive como tú.
Note gustaría que te ocurriera a ti.
Y no, el sentimiento pegajoso de lástima sólo hace daño, actúa porque quieres, no porque creas que es lo correcto.
Y aprende a aceptar a los demás, aún cuando tú y todo el mundo los vea extraños.
No sabes quién te puede ver extraño a ti.

domingo, 19 de septiembre de 2010


Ilustración de Mariela de la Puebla del libro "Versos para leer con paragüas", de Aldo J. Méndez


La lluvia llegó contigo, escondida entre las páginas del libro que me has regalado.
Y con ellas una postal de Aldo J. Méndez, contándome que ha escrito poemas sobre el agua, como éste:

"El viejo río sufre de un mal,
quedó sin agua su manantial.
Una bruja propuso que, poco a poco,
pusiera en su lecho agua de coco."

Y sin quererlo me he sentado en el suelo con las piernas cruzadas, con el culo al aire sobre el parqué, como hacía antaño,
para que Aldo, el cubano sonriente, me explicase lo que no entiendo
pues yo también pensaba que las nubes al caer como gotas en el mar se convierten en peces (pero no es así).

Son "Versos para leer con paragüas", para leer a tu lado mientras nos interrumpen tintineos en el cristal.
Son versos para entrégartelos cuando hace frío
y así nos quemen las entrañas
calentando el corazón.
Son versos de colores absurdos
negrirosazul y amanaranverojo.
Son tuyos y de tus manos
y de ti han venido
y a ti volverán, a tus verdiamarigrisazules ojos.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Denia II

Hoy Denia no ha despertado.
El sol entró cauteloso en la estancia, arrastrando los rayos sus barrigas contra el suelo, reptando hasta la otra pared, salpicándola de colores ocres.
Otras mañanas, otros días, la otra pared se pintaba como la arena y así, en el inicio de la función matinal, ella abría los ojos.
Se despertaba silenciosa, siempre esperando qué movimiento le mostraría cuánto le dolía el alma hoy.

Pero hoy Denia se ha marchado.
Ayer noche ya lo sabía, lo notaba por dentro. Su cuerpo le daba las señales oportunas. Lo supo y su primer impulso fue no decirlo. Por primera vez después de tanto tiempo de lucha, tuvo verdadero miedo.
Todo aquello que había pasado la había asustado, desde la primera noticia de la enfermedad, pasando por cada sesión de tratamiento y acabando en la certeza de que no había más que hacer, pero entonces no temió tomar decisiones. Ahora que sabía que llegaba el momento, no estaba segura de qué quería.
Sólo sabía que ya no podía seguir luchando.
Era tarde, los niños ya dormían. Sólo su marido estaba sentado a su lado.
Le miro despacio, con los ojos tan llenos de amor que podían oirse los latidos tras cada parpadeo.
Le recorrió con la mirada, intentando memorizarle entero, como si de esa forma estuviera quedándose con él y lo guardase para siempre en su cabeza.
- Es lo único que puedo llevarme de ti - pensó.
Él pareció escucharla. A veces ocurre, el amor es algo más dependencia y necesidad, es una energía fluyendo entre cuerpos. Él la miró de repente, como si intuyera lo que ella estaba escondiendo.
- ¿Cómo te encuentras?
No respondió.
A menudo los silencios son las palabras más sinceras.
Con un movimiento apartó la silla y se arrodilló junto a la cama. Sus ojos castaños brillaban húmedos y sus manos olían a té verde.

- ¿Te acuerdas de cuándo fui a verte a París?...no te lo esperabas y encima me perdí. Pensaba que así te demostraría que no era un paleto de pueblo, que podía viajar solo...estaba tan enamorado...
Y al final tuve que llamarte porque me daba miedo equivocarme al coger el tren. Yo, tan modosito y orgulloso, con mi maleta, la de mi hermana Paula ¿te acuerdas? y tú apareciste...preciosa, con ese jersey de cuello vuelto que te regalé por tu cumpleaños, con el pelo suelto y tus rizos cayendo por tu espalda, riéndote como loca, histérica al verme.
Toda la estación de Austerlitz se paró cuando entraste.
Denia sonrió. De repente una lágrima surcó su mejilla.
- ¿Sabes? En ese momento, cuando entrabas por la puerta principal, sentí pánico. Te vi tan viva, tan grande, tan llena, que pensé que yo era demasiado pequeño para contenerte. Nunca pasé tanto miedo como esos segundos en los que te acercaste a mí. Realmente pensé que sería infeliz a tu lado, siempre preguntándome si era suficiente para ti.
Denia intentó decir algo, pero él siguió hablando.
- Pero entonces te pusiste frente a mí, mirándome a los ojos. Me sonreíste infantil y después me dijiste que no tenías palabras...me dijiste "¡Me has dejado sin palabras!"... y después me abrazaste, repitiendo una y otra vez que yo era tu vida.
Jamás volví a sentir miedo de perderte...hasta hoy.

Los segundos se convirtieron en minutos y los minutos en horas.
Ambos sabían que aquello no era la estación, pero igualmente ella iba a coger un tren y debía viajar sola.
Se cogieron de las manos, de los brazos. Se miraron y lloraron. Se amaron.
Se dijeron todo lo que ya sabían y se perdieron en recuerdos.
Intentaron hacerse eternos, por si acaso vencían esa batalla.
En un momento, Denia recordó la canción que había escuchado de joven, cuando estudió en París, lejos de su familia y lejos de él. Una canción que les unió para siempre. Emocionada se lo dijo y él le cantó algunas frases.
Ya entrada la madrugada, él llevó a los pequeños junto a mamá.
Cuatro cabezas castañas y rubias se metieron en la cama con ella y la abrazaron. Ninguno entendía porqué papá les había echo ir allí a esas horas, pero no se quejaron. De alguna manera sentían que ella les necesitaba.
- Estás cansada mamá.
Y la niña pasó su manita por el rostro de Denia.
Aquella madrugada todos hablaron en silencio. Cuando uno sentía ganas de llorar rápidamente era asaltado por un ataque de abrazos o papá decía algo divertido y todos reían.
Así, cuando mamá se fue, los niños sólo la vieron cerrar los ojos y dormir, pero sintieron que sus corazones crecían en tamaño, llenándose de algo que emanaba de ella.
Sólo papá notó como su corazón se hacía pequeño.

Antes de morir Denia recordó las palabras de su médico, en una de las visitas del último mes.

"La vida es efímera, es biología. Somos vida y somos frágiles. Nuestras células viven para mantenernos vivos, pero ellas mismas se olvidan de nosotros, así funciona. Somos nosotros los que añadimos la esperanza y la desesperación. Pero eso también es vida y yo me quedo con lo segundo. No temas. La muerte no es un momento, es un proceso."

Por eso Denia no tuvo miedo a morir, ya lo había estado haciendo. Poco a poco fue muriendo despacio, pero no agonizó. Disfrutó de la vida y ésta fue dándole la mano a la Parca durante el final del camino.

Hoy Denia no ha despertado. Los pequeños le dijeron a papá que mamá estaba dormida, que no hiciese ruido. Después le preguntaron porqué él estaba llorando.
En ese momento supo que su cuerpo estaba sobre la cama, pero su alma se había repartido en cuatro corazones.
Lo supo, porque al mirarles a los ojos pudo oír los mismos latidos...tras cada parpadeo.


Cerró los ojos, pensando en todo lo que venía por delante. En la propia vida que se alzaba gigante a lo lejos. Ese futuro en el que ella ya no aparecía. De repente vino a su cabeza una frase, una canción demasiado especial, una verdad acompañada de música... "Here I am, here I am waiting to hold you..." y tras darle las gracias a Denia, comenzó a cantársela a sus hijos.


martes, 7 de septiembre de 2010

Si estás ahí todavía


Si estás ahí escúchame.
Esta noche tengo miedo.
Estoy sentada en el centro del colchón, protegida por estas cuatro paredes.
Me da miedo el mundo y hoy no puedo evitarlo.
Cuando te vi así, de esa manera, sentí que nada de lo que conocía era cierto.
Vi pasar mi vida ante mis ojos, preguntándome en qué momento no aprendí a proteger la vida.
Me adentré en el pasado, buscando aquella clase que nunca di, aquella lección que nadie me contó.

Por favor, háblame y dime que no sufres.
Cuéntame que estás sana y que no te duele la piel ni las entrañas.
Dime que te sientes poderosa, tanto que hoy te comerías de un muerdo la luna.
No temas, nunca más. ¿Me has oído? Nunca más.
Ahora es el momento de dirigir tu vida, tú decides y tú controlas, no necesitas depender de nadie.
Escúchame, mírame, no estás sola.
No, no eres frágil, mírame, yo también tengo miedo.

Ahora tu familia está demasiado lejos para poder ayudarte, pero no estás sola. Vivir fuera de tu país es sólo una circunstacia más, no significa que aquí no podamos luchar contigo.
Seguramente no lo sabías, cuando llegaste nadie te contó que tienes derecho a ser feliz y a que nadie te hiera. Tampoco sabías que tú eres la que decide sobre ti misma y que si gritas seremos tu escudo.
Mírame... no he dejado de pensar en ti ni un segundo.
Me he preguntado cada segundo que harás, que pensarás, quién estará a tu lado.
Ojalá pudiera traerte aquí, para que sientas la calidez de estas cuatro paredes.
Ojalá pudiera protegerte siempre.

Escúchame, un minuto más, recuerda mi voz y mis palabras.
Aquí está mi mano tendida siempre, porque jamás te irás de mi alma.



Si algo he aprendido es lo que me dijo Ana Saboya en una de las canciones más preciosas que he escuchado: Bellas - Canteca de Macao.

"Quién bien te quiere te hará sufrir... ¡ay yo no pienso de esa manera!
QUIÉN BIEN ME QUIERE ME QUIERE LIBRE y yo no sufro si soy libre a tu vera."

jueves, 2 de septiembre de 2010

**

Esta mañana subía hacia mi casa con el pan bajo el brazo y me he cruzado con muchas madres, padres y abuelos llevando a sus pequeños a la guardería. En una de esas, una mujer de unos 40 años iba de la mano con una niña de unos 7, que se paraba en todos los escaparates.
Al llegar a mi altura la niña le ha dicho a su mamá: "Mamá, mamá, cómprame peluches, peluches, de ahí" señalando el escaparate de una tienda de electrodomésticos.
Entonces, la madre ha respondido algo que realmente me ha hecho pararme en seco y girarme para mirarla.

"No son peluches, son lámparas gilipollas"

Realmente no sé que añadir, me remito a lo que siempre: ¿cómo vamos a arreglar el mundo si los niños, que son el futuro, están siendo educados por gente sin educación?
Que alguien me traiga soluciones, porque a mí esto realmente me duele.



Ser padres implica mucho más que jugar a las muñecas.
No comprendo cómo se pierde tan pronto la magia de llevar de la mano a un hijo.
Y a estos politicuchos de hoy en día sólo decirles que presten más atención a la educación.