domingo, 27 de febrero de 2011

En tus dedos

Te he mirado a los ojos, esos que se alzan entre la gente, que nunca pasarán desapercibidos.
Te he mirado y me he quedado dormida en ellos, meciéndome en tus párpados.
Te he mirado tanto...que jamás podré dejar de mirarte.
Ni de amarte, ni de odiarte.
Eres la única guía del camino, la que todo lo controla. Podría cambiar mi rumbo y mis pasos sólo si tú me lo pidieras, pero no vas a hacerlo.
Guardas mis sueños bajo tu pecho, para que ni el sol puedo calentarlos demasiado, ni la noche sea capaz de confundirlos.
Los llevas contigo, de las misma manera que transportas en tu cabeza mi imagen, en tus labios mi entrega y en tus manos mi esfuerzo.
Por eso cuando te quedas me siento llena y, después, me vacías, para que el peso del mundo no pueda conmigo.
Te dije que estaba triste y sólo respondiste "no hay razón".
Te comenté que tenía miedos, a lo que contestaste "transfórmalo en energía".
Te susurré tantas cosas, la mayoría sin sentido, y siempre respondiste algo que les diera valor.
Volqué mis recuerdos en ti y te bañaste en ellos.
Para después entregarme una caja con toda tu vida.
Me diste fuerzas, aún no teniéndolas tú.
Y hoy me miras, me miras y callas. No esperas nada, sólo respiras lento, tranquilo.
Con esa paz que sólo tienen los que han vivido demasiadas cosas y no temen nada.
Con esa mirada verde inquebrantable.
Con mi fe
y mi vida
en tus dedos.

martes, 22 de febrero de 2011

*****


Hoy un padre miraba a su hija de diez años medio asustado y medio sorprendido.
Cuando la doctora le preguntó si ella tenía ya la regla, palideció,
murmurando un "no...", como si en ese momento estuviera viendo pasar los diez últimos años de su vida ante él. Por eso sonreí, sin darme cuenta, viéndole temblar.

Y un niño, de unos siete años, nos ha contado a María y a mí lo importante que es acordarse de las katas en judo, porque si no jamás pasará de ser cinturón blanco a blanco-amarillo.
Él también palideció cuando su madre y la doctora dudaron si ese deporte era bueno para su espalda.
Por eso gritó de repente que corría mucho y saludaba al empezar y al terminar y eso era muy bueno para su cuerpo. Las convenció.
Hoy un padre con un ojo de cristal ponía en duda la palabra de su hijo adolescente, el cual juraba y perjuraba que la última radiografía se lo hicieron con la calza puesta. Me dio pena la falta de confianza, en mis pensamientos le llamé "padre tirano", pero me arrepentí al verles salir por la puerta, cuando le sujetó el cuello a su hijo y le guiñó el ojo. El de cristal no, el otro.
Y una señora que tenía los oídos taponados por el catarro se ha quedado frente a la pared, subida en la camilla, sobre las rodillas, porque no nos ha oído decirle "ya se puede bajar y vestir..." y hemos acabado riéndonos las cuatro tras esos segundos tan extraños.
He tocado un brazo inflamado y he visto el lugar donde antes había una mama. Eso me ha tocado a mí. No quiero decir que sea una visión asombrosa, ni fea, ni emotiva.
Simplemente como mujer he sentido algo que me ha unido a ella.

Cada día me gusta más el mundo, me gustan más las personas, incluso las que te hacen dudarlo.
Porque merece la pena.

domingo, 20 de febrero de 2011

IDTB

Hay personas que se empeñan en parecer ángeles, cuando sólo son despojos. Se rodean de pensamientos protectores, encienden el mecanismo de autoengaño en sus mentes y así dirigen sus vidas, hundidos entre la vida y lo que les quita el sueño.
Por desgracia nadie puede salvarlos, pues cuando una cabeza está en medio de su propia fantasía no es posible desconectarla.
Hace tiempo decidí alejarme de esas personas, esas que con sólo respirar pueden destrozarte usando como armas sus mentiras y ganas de causar catástrofes.
Vacías, ausentes, inestables, peligrosas.
Antes, cuando me paraba a ver el camino recorrido me dolía el pecho, me quemaba, por ellas.
Ahora, será la experiencia, sólo me causan indiferencia.
No quiero morir sabiendo que les dediqué demasiado tiempo, pero sí quiero asegurarme de que de todo aprendí.
Por eso siempre les estaré muy agradecida.
Esto lo he aprendido de mis padres, de sus vivencias, de mi hermana y las suyas, de mi familia.
Ellos que se sentaron a mi lado cuando perdí a alguna amiga, cuando perdí las fuerzas.
Los mismos que me enseñaron a vivir sin rencor, pero con disciplina.
Si hay algo de lo que estoy orgullosa es de avanzar en línea recta, de haber perdido la debilidad.
Por eso hoy alzo el vuelo, como cada día, consciente de que por fin me siento indestructible.
"No hay mal que por bien no venga"

sábado, 19 de febrero de 2011

Páginas




Estoy metida, hundida, atrapada, cegada, obsesionada, eclipsada...
Dime, abuelo, de dónde vienen las historias fantásticas, los reinos inventados, las lenguas imposibles y la magia de los dioses. Dímelo, yo también quiero formar parte de ellos.
Dímelo, que sólo tú lo sabes, tú lo has visto.
Por eso cuando leo, regresas y juntos desaparecemos.



Página 152. Capítulo 15. El nombre del viento de Patrick Rothfuss

"Mis padres bailaron juntos; mi madre con la cabeza apoyada en el pecho de mi padre. Ambos tenían los ojos cerrados y parecían perfectamente satisfechos. Si encuentras a una persona así, alguien a quien puedas abrazar y con la que puedas cerrar los ojos a todo lo demás, puedes considerarte muy afortunado. Aunque solo dure un minuto, o un día. Después de tantos años, esa imagen de mis padres meciéndose suavemente al son de la música es, para mí, la imagen del amor."


Sin palabras.

domingo, 13 de febrero de 2011

Heroína

Él se ha ido. Cerró la puerta, sonó diferente, sonó a "no volver".
Antes, otras veces, se iba y el ruido antecedía a un "dentro de dos días", "esta noche".
Hoy fue rotundo, no volverá.
Lo sabe porque se ha llevado su pequeño cortauñas, ese que deja sobre la repisa de la ducha, que no se oxida porque no es de metal, ese cacharro viejo que le regaló cuando no tenían dinero y cenaban besos con coca cola.
Lo sabe porque ha colocado su copia de las llaves en la cesta de la entrada.
- Quédate con lo demás, no lo necesito - ha dicho mientras sus camisas eran engullidas por una bolsa de deporte azul - si me dejo algo importante, le diré a mi hermana que venga a buscarlo - y así, con esas palabras, metió los calcetines, los calzoncillos y las corbatas.
Después se encerró en el baño, con la excusa de llamar a un amigo para que viniera a buscarlo.
Ella no le creyó, pero no dijo nada. Le conocía tanto que sabía cómo mentía.
Además, le escuchó llorar desconsolado tras la puerta.
Sin contar con que había olvidado coger el móvil que se estaba cargando sobre la mesa del salón.

Antes, cuando alguno de los dos lloraba, el otro encendía una vela, para ahuyentar el miedo y luego rodeaba con sus brazos el cuerpo del otro y susurraba, despacio, que no existe camino sin baches, ni éxito sin derrotas.
Pero esta vez nadie podía encender velas, ni susurrar, ni tocarse.
Hoy los dos se morían de miedo.
Él salió del baño, con los ojos rojos e hinchados, no pudo mirarla.
Pasó a su lado, sin rozarla, sintiendo como le quemaba la piel, como ardía en deseos de abrazarla y quedarse ahí, eternamente.
Pero no lo hizo.
Y ella sintió como el ácido de la ruptura corría por sus venas y llegaba al corazón, deshaciendo cada pedazo de sí misma.
Entonces se le paró el corazón.

Él se ha ido. Cogió sus cosas y se marchó, dejando solo su ausencia colgada en el perchero, enfriándose en la nevera y empolvándose en las estanterías.
Se ha ido y nunca volverá - se repetía ella - y nunca volverá, nunca volverá, nunca volverá.
Lentamente, arrastrándose, llegó al cuarto y se tumbó en la cama.
Al llevarse la mano al corazón se percató de que no había latido, no había nada. Estaba muriendo.
El aire empezó a faltar en la habitación, era como si él se lo hubiese llevado consigo atado a su reloj de pulsera.
Podía levantarse y abrir la ventana, pero no había motivos para hacerlo. No merecía la pena.
Y así pasaron los días. No abrió la puerta. No atendió llamadas. No respiró. No lloró.
Se quedó dormida en un sueño profundo dónde el corazón sí latía.
Dónde si había esperanzas.
Una mañana se despertó y él estaba a su lado.
Estaba delgado, feo, seco, casi muerto. Como ella. Algo mejor que ella.
- He vuelto - murmuró.
Entonces se tumbaron juntos, mirando al techo. Ellos no veían el techo, veían la vida.

- ¿Te has metido algo estos días? - preguntó aterrorizado, pero sin mostrarlo con su voz.
Ella negó con la cabeza.
Su piel estaba pegada a sus mejillas, sus ojos se le salían de las cuencas y sus manos temblaban.
Se había hecho heridas en las palmas de tanto apretarse cuando el "mono" la había encañonado contra la pared, pero no se había dejado ganar.
Él la creyó. Esta vez sí.
Por eso apartó su brazo cuando ella quiso enseñarle que no había ningún rastro de marcas nuevas.
- Te creo y te quiero. Jamás me perdonaré esto, jamás, pero era la única manera de salvarte y si tengo que hacerlo de nuevo, no dudaré - le dijo mientras le acariciaba la cabeza.
Y ahí se quedaron, tumbados boca arriba, con las manos entrelazadas y el alma hecha pedazos.
Ella le miró.
- Estas aquí, estás aquí, estás aquí - pensaba.
Le tocó la nariz con ternura.
- Me curaré por ti - le prometió.

sábado, 12 de febrero de 2011

Desde

Desde lo alto, desde dónde tú puedes observarlo todo.
Desde allí, cuídame.
Y vela por cada promesa que te debo.
Desde allí, desde dónde nadie más puede observar el mundo, abrázame.
Y convierte mis miedos en niebla,
que mi sonrisa será la luz que tú desprendes...
Que mi alma te la entregué con cada mirada,
que nada me vence, me mata, ni me puede
si estás conmigo.

JT

Egipto es libre, Argelia se está rebelando y las momias desde sus sarcófagos buscan en Google una página para comprar aloe vera canario, pues en un vídeo de youtube una chica irlandesa decía que es muy bueno para la piel.
El mundo cambia, hoy todos los egipcios marcaron con sangre de cordero las puertas de sus casas, menos Hosni. Moisés desde su nube observa el mundo, le cuesta entenderlo, su mente no fue hecha para comprender este siglo, ni las mentes de muchos.
Todo se mueve, demasiado rápido, entre borreguismos, corrupciones, falsa moral y lucha de clases.
Y dentro estás tú y me dices ¿nos bajamos un rato? y sin que me de tiempo a responder agarras mi mano para irnos.
Y sonríes sincero cuando te digo que sí, pero un rato, que tenemos trabajo.

Entonces el mundo se queda ahí, girando alrededor del gran astro, mientras tú y yo nos alejamos al lugar de dónde vinimos, un poco más lejos, detrás de algún planeta.
Ese lugar que te dio la mirada y las manos,
y a mi me dio la vida.
El lugar dónde te conocí, Jesús.

sábado, 5 de febrero de 2011

Mubu

Hay días en los que Mubu siente que hay demasiada gente.
Y eso le comprime el pecho, como si se ahogase, como si de repente no hubiera suficiente aire para todos en esta bola de tierra y agua.
Entonces se encoje en su hoyo bajo el árbol, cierra los ojos y piensa. Sus problemas adquieren el tamaño de aceitunas cuando se compara con otros, y eso le alivia.
Hay veces que Mubu no entiende porqué las personas se complican la vida y se torturan o se obsesionan con las pérdidas. ¿¡Es que nadie tiene en cuenta las ganancias?!
Y divagando maldice a aquellos que viven por vivir. Que no cambian. Que son absurdos. Que son inútiles. Que sobran.
Lo peor de todo es que el también es otro eslabón de la cadena. También es prescindible.
Y le duele ser consciente de ello.
A veces Mubu se imagina otra vida, otra filosofía innegable, otras mentes maravillosas a las que venerar.
Y se tranquiliza. Lo bueno de esos ratos es que pasan rápido y luego puede volver a respirar.

Sábados de bicis

Hoy una niña corría de aquí para allá con su bici.
La madre la observaba de reojo, mientras intentaba que su hijo pequeño lograse meter el pie en el pedal. Intento fallido, intento fallido, intento fallido.
Pero no se rendía.
Mientras tanto la niña iba y venía, cada vez un poco más lejos y más lejos.
Hubo un momento en el que se alejó tanto que casi la pierde de vista.
Entonces la mamá gritó: ¡¡VUELVE!!, muy enfadada.
La pequeña, medio asustada medio sorprendida por aquella reacción, regresó cabizbaja y preguntó: ¿Mami, por qué te pones así?
Entonces ella se agachó, para hablarla frente a frente y acarició su mejilla.

- Puedes irte todo lo lejos que tú puedas o creas que puedes alcanzar, pero tienes que volver.

La escuché y seguí caminando, consciente de la verdad absoluta que transmitían esas palabras.

viernes, 4 de febrero de 2011

Horneando el futuro

Si por mi fuera, si lo eligiera, cada día antes de ponerme los zapatos y después de desayunar de pie en la cocina, escucharía una pizca de de música clásica. Una pieza. En directo. Un pieza.
Una pieza de puzzle que completase mi energía para toda la jornada.
Si por mí fuera, después me quedaría quieta, para que nada de lo oído se escapase de la mente.
Y quedase eterna en el alma, dándole color dorado, nacarado, brillante. El mismo que observas cuando te acercas más de lo permitido a un cuadro expuesto.
¿Qué sientes cuando deleitas un bizcocho de chocolate y naranja que hizo mamá ayer por la tarde?
¿A qué sabe el sol de febrero? ¿Es un esbozo que hace Gaia antes de traernos al estival?
Yo creo que es el mismo, que se ha escapado para vernos antes, que no aguantaba más.
Yo tampoco podía aguantarlo. Él tampoco puede resistirse al bizcocho que hizo mamá.
¿A qué sabran los dulces que prepara mamá Sol? ¿Estarán siempre quemados?
¿O es la única que puede hornearlos con caricias?
No, no lo es. Mi madre también puede hacerlo.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Febrérides

A veces siento que sólo estoy esperando que llegue algo muy malo, parecido a la muerte y cuando me doy cuenta de ello la música se para, igual que el disco de vinilo después de ponerlo una y otra vez con mis torpes manos de niña de ocho años.
Y en ese momento aprieto los ojos, que no es cerrarlos, sino esconderlos, esperando que alguien me grite que soy un desastre.
Pero no escucho ninguna voz alta, vuelve la luz y unas manos mucho más grandes que las mías, cubiertas de vello, se acercan y colocan bien la aguja del tocadiscos.
Es papá, pensando que sí, que soy un desastre, pero diciéndome que él también lo fue.
Entonces nada me preocupa, ni siquiera pienso que llegará eso tan malo, que no es la muerte, sino algo peor y vuelvo a bailar arrítmica las canciones de Mecano.
- Baila, baila, Zarité, porque esclavo que baila es libre... mientras baila - me dice Isabel Allende desde La isla bajo el mar.
Y no he dejado de bailar desde entonces.