sábado, 31 de diciembre de 2011

2012


- Papá ¿este año es bisiesto no?
- Sí hija, es "tu siesto".
La felicidad de los locos es el sueño inalcanzable de los cuerdos.
Los mayas anunciaron que el 2012 sería el año del cambio.
Dijeron que algo va a ocurrir.
Unos creen que se referían a que la humanidad subirá un escalón más (no sé hacia dónde), otros miran al cielo esperando ser los primeros en reconocer el meteorito que caerá de un momento a otro destruyéndolo todo.
Dos mil doce.
Nada se puede predecir, todo se puede adivinar.
Lo importante es no quedarse quieto mirando hacia ninguna parte,
o bajar la cabeza ante la mentira. Es hora de mejorar.
Madurar. Envejecer. Quizás ese es el escalón sobre el que nuestros pies se balancean.
Seas como seas, seas quién seas. No dejes que tu felicidad dependa de los demás.
Depende de ti.
Y compártela, porque nunca se disfruta estando solo.
Comprende y perdona, no juzges, escucha. Crece.
Que 366 días pasan volando.
Feliz año.
"Los locos son personajes y los cuerdos sólo actores...los locos crean poesía y los cuerdos la redactan...los locos se sienten libres...son libres...y los cuerdos los encierran...."
Que nadie ponga barrotes a tu locura, 2012.

sábado, 24 de diciembre de 2011

veinticuatro del doce del dos mil once

No creo en la iglesia. No creo en su doctrina. No creo en sus rezos ni en su dogma.
No creo en ellos, no creo en lo que representan.
Porque no le representan a él.
Sí creo en dios, sí creo en Jesús. Sí tengo fe.
Y por eso hoy celebro tu aniversario, hoy celebro que viniste al mundo.
Pero no voy a santificar tus fiestas, no voy a cumplir las costumbres. Voy a decirte que sigo creyendo en ti y que te agradezco cada segundo en el que me acompañas y velas mis sueños. Voy a prometerte que voy a intentar ser mejor persona, siguiendo tus pasos.
Porque tú me has enseñado a respetar y ser respetado.
Feliz Nochebuena. Felices vacaciones. Que la felicidad nos alcance a todos.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Desde otra tierra


Llevaba mucho tiempo deseando escribir esta entrada. Quiero dedicársela a mi tía Emi, para que sonría como nunca, porque se lo merece. Es un relato que envié a un concurso literario de FECOGA (Federación de Cofradías Gastronómicas) y que ha resultado ganador del segundo premio. Estoy muy ilusionada por ello, y he esperado para poder compartirlo con todo aquél que quiera leerlo. Un abrazo muy fuerte y Feliz Navidad.

Desde otra tierra
Mis padres dicen que nací con ojos de xana, como las hadas asturianas, porque solía quedarme así, semidormida, durante días enteros, dejando escapar una media sonrisa cuando alguien me rozaba la piel. Mis primeras palabras fueron en un francés suave y agudo, algo que defraudó a mi abuelo, pues estaba empeñado en que lo primero que dijese fuera “patata”. ¡Qué obsesión la de este hombre por los tubérculos!” solía decir mi abuela mientras él me explicaba, sosteniendo uno en la mano, cómo ese alimento había salvado vidas cuando él tuvo mi edad.
Así crecí en uno de los barrios más bonitos de París: entre las bicicletas, las mesas de café diminutas, las clases de gimnasia en los jardines y mi abuelo con el delantal puesto en la cocina.
Él nunca aprendió francés, siempre dijo que le daba miedo perder las raíces. Todos nos reíamos de esa idea tan absurda, “¡nadie olvida un idioma por hablar otro!” le decía yo muy resabida, pero con los años entendí que su miedo no miraba hacia el futuro, sino al dolor de un pasado muy complicado.
Por eso me recogía el pelo en una trenza, despacio, para que no me quedasen mechones fuera y después corría a su lado, preparada para otra tarde llena de harina en la nariz, de aceite en los pantalones y el olor a los centenares de condimentos que usábamos casi sin pensar. De sus sentidos conocí cómo se puede calentar la leche con las manos, cómo se descubre si sobra sal sin usar el gusto o a calibrar los gramos contando con el olor.
Él intentaba llevarme con sus platos a su verdadera tierra, ese lugar del que casi no se hablaba en casa porque mis padres no lo conocían, pero que mi abuelo se empeñaba en no olvidar.
“¿Hablas del país de la xanas, abuelo?”, le preguntaba yo y él me respondía que no sólo era de ellas, también era el país del sol, de la mar salvaje, de las tierras húmedas y verdes, que según desciendes se vuelven llanas leonesas, amarillas manchegas y llenas de matices en todas sus partes. Y, por supuesto, siempre había algo que comer en todas ellas.
Una tarde de septiembre mi abuelo me llevó a ver a unos amigos suyos, pintores, cerca de una iglesia preciosa, blanca impoluta. Estuvimos vagando por la plaza, disfrutando de los trazos, del detalle, de la concentración. Él me susurraba al oído que la pintura es como la gastronomía: todo se hace con pasión y cuidado, por eso cada obra de arte lleva un poco de alma de quién la crea.
Para mí aquella frase fue grandiosa y aún hoy se me eriza la piel cuando le veo agachándose hacia mí, emanando aquel olor a cebolla y ajo tan peculiar.
Ya íbamos a marcharnos a casa cuando otro anciano, más o menos de su edad, se acercó con paso rápido y le abrazó por detrás. Era un viejo amigo, también español. Hablaron durante mucho tiempo, lloraron juntos y yo mientras los observaba maravillada.
Antes de irse le dio a mi abuelo algo metido dentro de un papel de aluminio y después se despidió. Durante el camino de vuelta no dijimos nada, le veía demasiado sensible cómo para estropear aquello que su mente le estaba recordando.
Esa noche se acostó pronto, ni siquiera vino a darme las buenas noches. Me sentí traicionada, como si para él yo no fuera de suficiente confianza. Entonces, de madrugada, apareció en mi habitación y me dijo que le acompañase afuera.
Una vez sentados los dos en la terraza sacó el paquete de aluminio. Al tenerlo cerca vi que olía fuerte, olía cómo él, aunque un poco extraño.
“¿Qué es?” le pregunté. Él sonreía con un brillo especial en la mirada.
“Se llama sabadiego; intenta pronunciarlo francesita, sabadiego, se dice sabadiego. Es un chorizo de mi tierra, de mi hermosa tierra. Llevo más de media vida esperando volver a probarlo. Creí que moriría sin hacerlo”
Entonces lo sacó y, con un poco de pan, fuimos devorándolo lentamente, disfrutando de cada pedazo. Nunca había sentido tanto respeto por algo como aquella vez. Lo comí como si fuera el manjar más preciado que existiese en la tierra, saboreando su fragancia en el paladar y enlenteciendo el tiempo, para que no terminase nunca. Fue tan emotivo que se me escaparon las lágrimas y él dejó a un lado todo y me abrazó.
Han pasado muchos años desde aquello y, ahora, cuando veo a mi hija dormir en su cuna, con los ojos entrecerrados y la media sonrisa, sin que nadie me vea me la llevo a la cocina, la coloco entre paños y dejo que el olor la absorba y la llene, para que nunca pierda la esencia de nuestras raíces.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Tangled

A menudo, en exámenes, lo que más me apetece es ver la película de Tangled ("Enredados") una y otra vez, cosa que jamás he cumplido. Aún así es un pensamiento alegre, como otros tantos que vienen a mí cuando más  concentración necesito. Me gusta porque es de esos recuerdos que marcan momentos en la vida. Para mí representa un trabajo de Farma, quedándonos en la universidad hasta bien entrada la noche, dónde mi única alegría era ponerles el tráiler de la película a mis compañeras, sin parar, hasta que se cansaban de mí.
Me gusta porque las historias de Disney siempre me han acompañado, y aún hoy me apoyo en ellas cuando me tiemblan las piernas o las ganas.
Por eso, a falta de dos días para terminar, después de un examen de digestivo demasiado complicado, hoy he pensado en Rapunzel y Pascal, he sonreído y he vuelto a tener ganas de seguir.
Los pequeños detalles de la vida, los llaman, me gustan mucho, mucho, mucho, mucho.

martes, 13 de diciembre de 2011

Uno más

Mamá,
Papá
ya sé lo que quiero ser de mayor.

Turista.

Y sino, cuidadora de elefantes.

Y sino, turistas que cuidan de los elefantes.

Eso seré.


viernes, 9 de diciembre de 2011

Podemos




A veces, sólo necesitamos creer que se puede
y nuestro cuerpo, nuestra mente, hacen el resto.
Yes We Can.

martes, 6 de diciembre de 2011

DiciembrEX

La ministra de trabajo italiana llora porque el país, de nuevo, va a tener que hacer sacrificios. Mientras hablaba en el telediario de la noche sólo pude fijarme en la tremenda arruga que le salía entre las cejas. Las arrugas salen por el uso, con los años, y esa, en ese sitio, significa que ha estado enfadada muchas veces.
Ella y su arruga me hicieron volver a pensar en lo difíciles que están las cosas en el mundo.
Es utópico creer que nunca habrá algo malo, ni siquiera me dan ganas de reflexionar sobre ello; pero me gusta pensar en lo que queda y empuja a la gente a no rendirse. Pensé que era bonito verla emocionarse, nos da a conocer algo nuevo sobre esos seres llamados "políticos". Luego la imaginé en su casa, con su sueldo de cada mes, y, como decía Mafalda "noté como una basurita en el ánimo".
Entonces volví a mi mundo de folios y lámpara de escritorio. Volví a mis horas sentada memorizando y comprendiendo nuevos conceptos. Volví a mis ganas de bufar, de dormir, de irme de aquí. A mis miedos y bajones, típicos de temporada de exámenes.
Pero empecé a sonreír.
Este año es muy distinto.
Ahora cada pedacito de cosa, enfermedad o bicho que toco tiene un nombre propio. Pero nombre propio de persona y eso le da mucho más valor.
Puede parecer absurdo, pero sé que más de uno, al leer esto, asentirá con la cabeza.
Estudio la pancreatitis aguda, con sus signos y síntomas y complicaciones. Pero no es sólo eso, es lo que tuvo Julia en octubre, la señora de la habitación X y que además tiene dos nietos y una perrita. Y está angustiada porque los hijos no encuentran trabajo.
Luego está la pericarditis aguda, con su ST elevado, y el señor de la habitación T, que sonreía cansado mientras le haciamos inclinarse ochocientas veces para auscultarlo mejor.
Y esa cosa extraña, mastocitosis, que en clase parece la cosa más aburrida del mundo, pero cuando le pones el nombre de Alba, con su pañuelo en el cuello tapando sus manchas y llorando porque tienen miedo al futuro, es algo muy distinto.
Esta vez no solo son textos y textos. Son personas reales que me ofrecieron su tiempo para aprender cuando peor se encontraban. Y si hay algo que puede motivarme para pasar esto, son ellos.
Por eso, aunque vuelvo a sentir que todo me puede, que la cuesta es muy empinada, esta vez es diferente.
Y me miro al espejo, descubro que tengo arrugas en la frente de tanto abrir los ojos, y me gusta.
Las quiero ahí, dónde están y no en otro sitio.


Compis.... podemos.