martes, 4 de enero de 2011

3

- Un año y diez meses - me dices.
- Veintidós meses - susurro.
- Realmente son ya seis años - rebates.
- Toda la vida - gané.

Y, vencido, sonríes.

Aquí estás, aquí continúas.
Sigues atrapando mis defectos con tu cazamariposas y guardándolos en tarros de cristal, porque tu eres el dueño de lo bueno y lo malo que me compone.
Y luego te sientas en cualquier lado a observarlos, como los niños cuando encierran saltamontes en botellas.
Y aunque te gustaría mantenerme siempre así, para que no me pierda, me liberas.
Por eso sé que jamás encontraré a nadie que pueda quererme de una forma parecida.
No me sueltes - te murmuro mientras caminas.
Entonces saltas y me cuelgo de tu espalda, como siempre.
Desde ahí todo es más sencillo, el mundo me da menos miedo.
Y acurrucada me duermo y espero,
a que comiences a contar alguno de tus cuentos.

"Laura, sabías que ese hombre de la esquina un día iba corriendo porque......"

Y escucho atenta, creyendo lo que dices, segura de que es verdad.
Para que luego olvides decirme que era todo mentira
y me vaya a casa pensando que los gnomos existen, que te tiraste en paracaídas o que en septiembre vas a emigrar a Argentina.
Pequeño, mi vida.
Te recojo entre mis manos como si nunca antes te hubiese visto, como si fuese frágil.
Y sonríes.

Hoy hacemos nueve mil años - afirmo.
Y se me ha pasado volando - respondes.
Te quiero - se me escapa.
Y, más que nunca, sonríes.

No hay comentarios: