jueves, 15 de septiembre de 2011

Han pasado tres años desde que esto comenzó. Ahora empezamos el cuarto. Recuerdo que el primer viaje fue nuevo y sorprendente, que pasé miedo al principio y me fui enfrentando a los pequeños retos del día a día. He conocido personas, he creado fuertes lazos. Mientras escribo, en mi ordenador se puede oír una canción de Mohammed Salem, un cantante que jamás habría conocido de no haber sido por estar aquí. Pensaba que la medicina era una ciencia maravillosa por su capacidad para resolver las dudas que me componen, por su entrega a los demás, por ser una profesión diferente. Lo que desconocía era que iba a llenarme tanto de la esencia humana.
He madurado, lo siento de verdad. Me miro a mí misma y no encuentro los temblores del pasado. Piso con fuerza y no tiemblo, aunque sigo derrumbándome cuando alguien me da en el tendón de Aquiles.
Veo el mundo desde los ojos de alguien que comprende algo más de la vida o por lo menos cree hacerlo.
He tocado la muerte ajena con los dedos y la moral humana con las palmas de las manos y todavía descubro que me quedan muchas baldosas del camino amarillo.
Ya no lloro ante la mentira, pero si sufro cuando se acerca. Hay cosas que no podré cambiar, no puedo llegar a sentirme indestructible, pero tampoco quiero serlo.
Me gustaría mostrar la seguridad en mis ojos y la comprensión en mis gestos. Me encantaría poder ayudar con la voz.
Que en mi presencia no hubiese silencios incómodos para nadie y que mis futuros pacientes vean en mí mucho más que una bata adornada con el fonendo que primero fue de mi padre.
Siento que hoy debo agradecer mucho. A todos. A mi familia y amigos, a Jesús y a mis compañeros, porque sin ellos no habría aprendido nada. También doy gracias a todos los que me pusieron contra la pared alguna vez, u hoy en día todavía siguen buscándome las cosquillas de alguna manera, porque me empujaron a crecer.

Avanzamos y disfruto viéndolo, aunque a veces desearía que los días tuvieran más horas para poder atraparlo todo. Pido perdón si alguien ha sentido que durante el viaje le fallé o no le presté suficiente atención.

No existe la buena suerte, sí las decisiones correctas. Queda mucho camino y espero que sea siempre con vosotros.

Y, por si creíais que os había olvidado, no puedo irme sin lanzar un abrazo al cielo para el impresor, su mujer y su hija mayor. Vosotros me disteis las alas que aún hoy no me han cortado.

2 comentarios:

Ruth dijo...

Hola, Laura!
No sé qué tiene esta carrera que hace que cada año que pase la ames más y más... es como una droga.
Dime que a ti también te pasa! :)
Un beso, y que vaya muy muy bien! Nos escribimos!
Ruth.

Bea dijo...

Gracias a tí, por cruzarte en mi camino.