viernes, 4 de noviembre de 2011

Fede

- Eventración.
- ¿Cómo ha dicho?
- Eventración. O algo así. Mira, podéis tocármela, es aquí abajo. Cuando toso o aprieto la tripa parece una piedra. No me molesta mucho, no me da problemas. La faja lo disimula bien.
Fede está tumbado boca arriba. Sus ojos azules resaltan sobre su piel morena. Está un poco incómodo, le duelen los muslos, pero es entretenido ver cómo tres estudiantes le miran como si fuera un conejillo de indias.
- Pero tocad hombre, que no me duele.
Y los tres jóvenes extiran sus brazos desconfiados, con tímidas sonrisas, con ganas de saber qué es eso, pero con miedo a molestarle por su curiosidad.
Fede los observa con una mezcla de envidia y cariño. Le hacen sentirse muy viejo.
- Yo soy transportista. Bueno, era. Con esto ya no me dejan hacer esfuerzos. Me recorrí medio mundo cuando era joven. Deberíais hacedlo, nos morimos sin haber conocido nada más que nuestra ciudad y algún otro sitio. Hacedlo, es un consejo.
Después de aquello tres pares de manos le tocan, mueven, percuten, palpan y masajean.
- ¿Todo en orden jóvenes?
Y los tres pupilos asienten sonrientes, con la mirada ilusionada de aquellos que están aprendiendo.
Al salir de la habitación la mujer de Fede, Rosa, les regala una sonrisa y les da las gracias.
Después entra y cierra la puerta.
Ella tiene los ojos marrones y el cabello negro sobre los hombros. Él casi no tiene pelo ni en la cabeza, ni en las axilas, ni en las cejas, ni en ninguna otra parte. Rosa se sienta en la orilla de la cama, él todavía mira hacia el techo, sonriendo.
Entonces ella pone una mano sobre su abdomen y la otra sobre su frente.
- Te quiero
- ¿Cómo estás hoy mi vida?
- Fuerte. ¿Tú?
- Cansado, pero fuerte
La sonrisa de su cara continúa perenne, pero por debajo algo ha temblado, como una descarga eléctrica que atraviesa su cuerpo en cuestión de segundos. Como si el miedo intentase colarse por su armadura de hierro.
- Estoy contigo
Entonces se hace el silencio, interrumpido por el suave borboteo de una bomba de oxígeno del paciente de al lado, y Fede clava en su esposa sus ojos azules. La ve más delgada, ojerosa. La ve apagada, pero más bella que nunca.
- No me dejes solo
Y así, mientras ellos se abrazan una vez más, arropados por las gotas de lluvia que golpean las ventanas, tres futuros médicos corren por los pasillos buscando a un adjunto que les corrija su historia clínica, para después ir a la planta baja a dar la segunda clase.
- ¿Cómo dijo que era lo que tenía?
- Eventración, creo
- Qué majo ¿verdad? Me ha caído muy bien, la semana que viene nos pasamos a verle
- Claro



Dedicado a todas y cada una de las personas que día tras día acuden al hospital buscando respuestas y soluciones y, mientras esperan, hacen que nuestros días de aprendizaje sean también los suyos, aguantando veinte fonendos sobre sus espaldas y el doble de manos sobre sus tripas, mirándonos con cariño y agradecimiento, cuando somos nosotros los que debemos darles las gracias.

1 comentario:

MNA dijo...

Soy yo, el que vigila desde el horizonte, el que mira desde arriba para que si hay renglones torcidos, los endereces un poco.
El que te coloca bien el fonendoscopio heredado, el de los besos no robados, consentidos y dulces como el mismísimo "dulce de leche", el de los abrazos "gratis total".
El que te quiere, vigila tus sueños y tus pesadillas.
El que te ama como nieta e hija porque el impresor vive en mi desde siempre, porque tienes su-mi ADN.
Te quiero Okinawa.