miércoles, 25 de septiembre de 2013

En ese piso

- Te extraño - susurró rozando con las yemas de sus dedos la puerta.
Al otro lado, su marido se afeitaba con precisión, mientras la radio cantaba a pleno pulmón una canción de Miguel Ríos.
Arrastrando los pies y el alma llegó a la cocina, sacó dos tazas y esperó a que la máquina de café se encendiera.
Después las llenó con leche y nostalgia, una dos de azúcar, la otra dos y media. Colocó una en la encimera, la otra la sujetó entre ambas manos y cerrando los ojos, contó hasta treinta.
Entonces él apareció, ya vestido y con el maletín en la mano derecha. Cogió una manzana de la cesta y miró abstraído hacia el corcho con notas que hace mucho tiempo decidieron poner.
Había una nueva, reciente, de aquella misma mañana. Una nota que ella se había molestado en escribir.
"Comida: filetes empanados y pisto"
Entonces, sin mirarla, se fue.
Una vez sola, como cada día, lloraba en silencio. Lloraba dejando que las lágrimas resbalasen por sus mejillas sin pretender secarlas.
Y miraba la taza de café sobre la encimera.
Y la soledad se convertía en un amante envenenado.

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