martes, 15 de septiembre de 2009

Ana Belén - Peces de ciudad

Cuando estoy algo nerviosa, escucho esta canción y esa voz me hace pensar en la revolución,
en otras décadas, me hace sentir muy mayor y demasiado joven, me hace reflexionar sobre todo lo que soy, lo que fui y lo que me queda por conocer.
La escribió Sabina y también la cantó, pero es ella, Ana, quién consigue hacerme levitar cuando entona las palabras.
Para mí esta canción habla de mí misma, habla de alguien más mayor que yo, de lugares y personas que nunca conocí, de la guerra en Irak, de todo lo que yo quiera imaginar.

La dejo aquí, para que quién quiera olvidarse un poco del mundo, pueda hacerlo también.



http://www.youtube.com/watch?v=Imh0vEnOMXU
Se llamaba Alain Delon

el viajero que quiso enseñarme a besar
en la Gare d´Austerlitz.
Primavera de un amor,
amarillo y fugaz como el sol
del veranillo de San Martín.
Hay quién dice que fui yo
la primera en olvidar,
cuando en un si bemol de Jacques Brel
me perdí "dans le port d´Amsterdam."
En la fatua Nueva York
da más sombra que los limoneros
la Estatua de la Libertad.
Pero en Desolation Row,
las sirenas de los petroleros,
no dejan reír ni volar.
Y en el Coro de Babel,
desafina un español.
No hay más ley que la ley del tesoro
en las minas del rey Salomón.
Desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis sueños va ligero de equipaje
sobre un cascarón de nuez
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero
de un velero al abordaje,
de un no te quiero querer.
Y cómo huir
cuando no quedan islas para naufragar
al país donde los sabios
se retiran del agravio
de buscar labios
que sacan de quicio.
Mentiras que ganan juicios tan sumarios
que envilecen el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad,
que perdieron las agallas
en un banco de morralla,
que nadan por no llorar.
El dorado era un champú,
la virtud unos brazos en cruz,
el pecado una página web.
En Macondo comprendí
que al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver.
Cuando en vuelo regular,
surqué el cielo de Madrid,
me esperaban dos pies en el suelo
que no se acordaban de mí.
Desafiando el oleaje
sin timón ni timonel
por mis sueños va ligero de equipaje
sobre un cascarón de nuez
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero
de un velero al abordaje,
de un no te quiero querer.
Y cómo huir
cuando no quedan islas para naufragar
al país donde los sabios
se retiran del agravio
de buscar labios
que sacan de quicio.
Mentiras que ganan juicios tan sumarios
que envilecen el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad,
que perdieron las agallas
en un banco de morralla.

En una playa sin mar.

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