sábado, 24 de julio de 2010

Ethel

Ethel tiene miedo sólo a una cosa. Ni a los monstruos, ni a la báscula, ni a las avispas, ni a llorar.
Sólo a a una cosa.
Por eso a veces puedes verla paseando semidesnuda por la orilla, ajena a los turistas que la señalan con el dedo y murmuran "nudist".
Le encanta que la brisa atlántica le acaricie el busto, como dándole forma a su feminidad y se entretiene pensando en que 100 años de vida es poco tiempo.
Ethel tiene miedo al tiempo.
Mira una y otra vez el reloj, pensando que quizás rompiéndolo pararía este vórtice que algún día nos tragará a todos, pero cuando se convence de ello,
se detiene,
sobrecogida por la creencia de que si lo consigue no habría más allá, no habría final, cobrando vida los propios miedos de Saramago, preocupado por "Las intermitencias de la muerte".
Ethel piensa que sobran seres humanos en este mundo y faltan personas.
Cree que el avance hacia el futuro ya no es como una ola que desde la inmensidad del mar va acercándose a la playa.
Ahora sólo se oye el ruido sordo de botas militares que caminan con un fin, la mentalidad del mundo no es vivir, sino sobrevivir.
El amor se vende en chats y se juzga por el tamaño de la cartera, del paquete y la "pechonalidad".
Los valores ya no existen, salvo en pequeñas trazas, reductos de fe que día a día ven como es cada vez más complicado ser bueno en este mundo.
Ethel cree que necesitamos más profetas y menos platós de televisión.
Y le asusta verse envejecida y al mirarse al espejo no ver arrugas, por el botox.
El tiempo, el tiempo...
Vivimos preocupados por no perderlo y lo malgastamos.
Usamos palabras como "invertirlo", "pasarlo", "hacerlo", incluso "matarlo".
Y no pensamos en "disfrutarlo".
Ethel tiene miedo a estar equivocándose, a no haber elegido bien el camino.
Pero, ¿acaso alguien lo hace?
Equivócate, siempre, para no irte sin haber descubierto todas las posibilidades.
Y sobre todo, no te rindas.
Ethel nunca lo ha hecho.

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