viernes, 3 de diciembre de 2010

Puente de diciembre

El reloj digital de la mesilla sonó a las 7:30.
En ese momento, si hubiera sido un día cualquiera, Domos habría despertado.
Pero no. Domos decidía dormir. Domos decidía no trabajar.

Y su decisión costaría millones de euros y afectaría gravemente a la vida de millones de personas.

Cuando se levantó por fin a las 10:00 de la mañana, estaba nervioso.
Se sintió extraño al sorprenderse a sí mismo alejándose de la ventana para no ser visto por nadie de la calle. Quizás se sentía más culpable de lo que pensaba.
Ahogó el malestar en el café y encendió la radio mientras le temblaba suavemente el pulso.
"caos, locura, gritos, quejas, ultimátums del gobierno, ayuda militar, desastre....."

Domos tragó saliva. No, no se sentía bien. Sabía que no debían haberlo hecho.
Encendió el televisor del salón y las imágenes fueron mucho más impactantes que las palabras.
Tuvo que apagarla rápidamente, pues algo le golpeó fuertemente el pecho.
Se dejó caer como un peso muerto en el sofá y notó como le caían gotas de sudor frío por el cuello.
- ¿Qué hemos hecho? - se preguntó en voz alta, poniendo los ojos en blanco.

Y comenzó a gritar.- ¡¡¡¿ Dios mío qué hemos hecho!!!?

Aquel día hubo accidentes de tráfico, hubo peleas sangrientas de madrugada, hubo alguna caída tonta y casos de hipotermia por dormir en la calle. Hubo traumatismo por resbalones y por consumo de sustancias. Hubo violencia de género.
Aquellas 24 horas hubo dolores de estómago, neumonías y cánceres óseos muy dolorosos.
Hubo ancianos inmunodeprimidos y esquizofrénicos alterados rompiendo todo a su paso. Hubo muertes, muchas muertes, decenas, cientos, miles de muertes.
Mucha sangre, mucho dolor, mucho sufrimiento.

Y ni un sólo médico/a, enfermero/a o auxiliar que pudiera frenarlo.
Aquel día se recordaría siempre como "el fatídico día en el que la sanidad sufrió un parón por huelga total de todos sus trabajadores" y también por el número de fallecidos que produjo.
Los hospitales vacíos, camas llenas de pacientes sin medicación ni atención, familiares desesperados por salvarles la vida, ni una sola ambulancia en marcha, ni un solo centro abierto.
Ningún recién nacido atendido, miles de incubadoras apagadas.
Muertos, muertos, muertos.
Por eso Domos, enfermero desde hace 30 años, supo que se habían equivocado.

Y mientras tanto, en medio de la hecatombe,
en un rincón remoto del país, en una torre muy alta,
un hombre de la misma edad que Domos se preguntaba:

¿Y qué pasaría si lo hiciéramos nosotros?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Parece mentira llegar a tal punto. UNos por todo, y otros por nada; por que nada es lo que tienen. Al final las acaba pagando el que menos se lo merece.

HAce un tiempo que empecé a leerte, y es un blog fantástico.
Saludos
:)