jueves, 13 de octubre de 2011

Diplopia

Lo ató a la silla. Los gemidos de angustia podían escucharse desde cualquier rincón del edificio. Allí ya no quedaba nadie.
Lentamente cubrió el suelo de folios repletos de frases inconexas, con una caligrafía elegante y, a la vez, aterradora, que no dejaba lugar a dudas sobre cómo era la persona que lo había escrito.
Desde su sitio el joven sólo atinaba a ver la capa blanca que se extendía por doquier, sin orden ni causa, pestañeando bruscamente, dolorido por los múltiples golpes que tenía en ese ojo.
Estaba solo.
El dolor había dejado de existir. Era verdad entonces aquello que dicen de que, cuando alcanzas el máximo umbral y lo superas, ya no hay nada más. Ya se ha sufrido tanto que el propio cuerpo, lanzándose a los brazos de la resignación, decide no aguantar. Desconecta todo, lo deja sin alarmas ni protecciones. Ya nada importa.
Estaba completamente solo y abandonado a su suerte.
Ya no sentía las heridas desangrándose por sus piernas.
Ni la angustia de ver cómo toda su vida había ardido minutos antes junto a sus seres queridos.
El olor a gasolina se impregnaba en su cuerpo y entraba en sus fosas nasales como si desde ese momento se hubiesen convertido en uno solo. Él y el fuego. Él, el mismo y el fuego.

Atado en la silla gritaba descompuesto, después se calmaba y se sorprendía a sí mismo caminando por la estancia cubriendo todo de papeles que meses antes había escrito.
Los cogía con ambas manos, con sus huesudos dedos. Los olía, los lamía y luego los arrojaba con odio al suelo.
Acto seguido se sentaba en la silla y se ataba las manos. Entonces volvía a chillar histérico, con los ojos inyectados y el corazón a punto de salírsele del pecho.
Su captor soltó una carcajada desgarradora. Él mismo río sin parar. Desde fuera dos palomas observaban la escena, ajenas a todo. Un sólo joven. Una sola habitación. No muy lejos ardía una casa familiar.
De repente algo se rompió y se hizo el silencio absoluto.
Semanas más tarde, cuando la policía llegó allí, encontraron dos cuerpos tumbados en el suelo.


Y ese extraño olor a gasolina.

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