domingo, 23 de octubre de 2011

Paz

Recuerdo el día en que asesinaron a Miguel Ángel Blanco. Jugaba en mi habitación, era verano. Mis padres y mi hermana veían la televisión sin perder detalle. Yo iba y venía, escuchaba fragmentos de lo que decían y observaba la pantalla. Después de tres días dieron la terrible noticia.
Y yo, con siete años, entré en mi habitación, me senté en la alfombra, cerré los ojos y, por primera vez, sentí verdadera impotencia.
Recuerdo que apreté los puños con fuerza y dejé que el sentimiento de odio que me estaba llenando escapara fuera de mí.
Desde entonces sólo quise pintarme las manos de blanco.

Por eso cuando hace varios días, escuchando la radio,comprendí lo que estaba sucediendo, me quedé estupefacta. Después de tanto tiempo me he vuelto demasiado escéptica, pero quería creerlo, deseaba creerlo.
Y me lo estoy creyendo. Tengo miedo de que no sea verdad, tengo miedo de que esta felicidad dure poco tiempo, pero tengo fe en que sea cierto.
Cuando oí a Rubalcaba decir: "...hoy cuando salgamos de aquí no habrá nadie que deba mirar debajo del coche, nunca más..." me lo creí.
Y ahora más que nunca pienso en ese momento en el que con siete años aprendí a odiar, pero también aprendí a defender la libertad.
Hoy defiendo la libertad.
Hoy creo en el fin de ETA.

No hay comentarios: