jueves, 14 de agosto de 2008

Nieve en agosto


Hoy el día se ha despertado gris. La brisa envuelve las calles, la frescura juguetea con mi pelo mientras camino. Me gustan los días grises, cuando es demasiado pronto para que la vida del pueblo comience sus quehaceres, cuando puedo imaginar que estoy sola en mitad de la nada.

Me gusta pasear en tirantes, mientras siento como mis hombros se van enfriando lentamente, después los brazos y se da ese momento justo en el que me abrazo a mí misma y tiemblo. Es cómo si el aire frío limpiase cada poro de mi piel, haciendo desaparecer cualquier rastro de suciedad física o espiritual.

Hoy decidí regalarme un día sin pensar. Le he dado el día libre a mi cabeza.

Sólo me la he puesto porque quería sentir la frescura entre los interminables mechones rizados.

Hoy no me he peinado, ni me he maquillado, quería sentir que sólo era lo que soy, sin ocultar o realzar nada mío.

Es curioso. Que bello me parece todo cuando el sol prefiere quedarse detrás de las nubes. Es una maravilla sentarse en el balcón y respirar, únicamente respirar. Porque aunque no sea verdad parece que el aire está más limpio.

Me gusta sentarme en el sofá y abrir el balcón de par en par. Ponerme una chaqueta fina, que no frene el frío que entra en el salón y después cerrar los ojos. Por un momento Aranjuez viaja conmigo, en pleno mes de agosto y se asienta lejos de aquí, en el norte del país.

Hoy decidí regalarme un día sin pensar.

Ahora me entretengo haciendo círculos invisibles con la punta de mi nariz.

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