sábado, 28 de agosto de 2010

Teresa

Nunca había visto el mar.
Y nunca lo vio.
Sus ojos sí lo observaron, se pararon a estudiar el sentido de la corriente, pero ella fue ajena al acontecimiento.
Cuando llegó a la orilla pegó un grito estremecedor y los sanitarios tuvieron que sedarla para poder trasladarla de nuevo al microbús.
Fue más tarde de camino a casa cuando, mirando el océano desde la ventanilla, murmuró: "Qué bonito..." y después dejó escapar una risilla nerviosa.
Dos semanas después intentaron repetir la experiencia, pues para muchos de los otros había sido una vivencia positiva, pero a Teresa volvió a ocurrirle lo mismo que la vez anterior.
Primero fue dormida durante el trayecto, sujetando entre sus rechonchas manos un pequeño rosario que una monja tía suya le había traído en su visita. Lo apretaba contra el pecho, como si temiera que alguien pudiera robárselo y se balanceaba lenta y rítmicamente, como si una melodía estuviese sonando una y otra vez en su cabeza.
A veces sonreía.
Al llegar a la playa el equipo del hospital fue despertando a los dormidos y tranquilizando a los excitados, para poder bajarlos a todos y emprender el corto camino a la orilla. En esos momentos muchos se levantaban corriendo, ansiosos por bañarse, otros se quedaban sentados en sus asientos, deseando volverse invisibles para escapar sin ser vistos y otros, como Teresa, no pensaban en nada.
El rumor del mar iba invadiéndolos, el crujir de la arena bajo las chanclas, el olor a algas, sal y tortilla de patatas de algún bañista hambriento. Era una experiencia diferente, un regalo para aquellos que no conocían mucho del mundo real.
Entonces Teresa se adelantaba al grupo y, sin quitarse el vestido para poder quedarse en traje de baño, se sentaba en la arena y cerraba los ojos durante unos segundos. Luego, cuando sentía que los demás se acercaban, se levantaba torpe y corría hacia el agua
para pararse en seco, sin sentir ni miedo ni sorpresa y gritar fuertemente, como si la estuvieran matando.
Entonces se repetía lo mismo.
Después de varias excursiones fallidas el médico de Teresa decidió que ella no fuera a las salidas costeras, por su inestabilidad frente al agua.
Durante semanas estuvieron haciéndole un seguimiento para averiguar si se trataba de algo patológico, de una hidrofobia que escondiese alguna vivencia traumática o sólo fuese una manía típica que desarrollase dentro de su enfermedad.
Pensaron en miles de cosas, intentaron reinsertarla, estudiaron su mente y su alma, sin llegar a nada.

Entonces, una tarde de verano, planearon una salida a un pueblo de la provincia. De nuevo, Teresa se durmió durante el viaje, sujetando con sus manos el rosario, respirando fuertemente, pasándose a veces la mano por la cara y soltando una risilla nerviosa entre sueños.
Al llegar, visitaron el pueblo y comieron en una antigua hospedería, para después acampar en un lago cercano. Estando allí, jugaron a pintar el paisaje y a nombrar todo lo que veían, pero a ella aquello le aburría y se sentó en el suelo, cerrando los ojos.
Así pasaron las horas y, cuando los sanitarios avisaron a todos de que era hora de volver a casa, Teresa no respondió.
Sólo se levantó despacio, abriendo los ojos y sonriendo.
Después comenzó a desabrocharse el vestido con cuidado y lo lanzó lejos.
Al ver esto, algunos la señalaron riéndose, mientras que los sanitarios salieron corriendo hacia ella al grito de "¡ Teresa, eso no, eso no! ¡Teresa, a vestirse ahora mismo!"
Pero ella no les escuchaba, no les veía.
En su cabeza el mundo no era tan complicado.
Y así, comenzó a correr hacia el lago.

No es libre quién comprende la vida y sus leyes,
sino quién no tiene miedo a vivir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Como uno más vivo arrastrada dentro de la gran urbe de personas que se empeñan en comprender la vida para hacerse un hueco dentro de ella.
Sin embargo, cuando salto sobre los charcos llenos de barro, cuando meto el dedo en la masa de bizcocho que hace mi madre, cuando me late el corazón con fuerza al verle de lejos, cuando cojo un puñado de arena solo para dejarlo caer entre los dedos, cuando encuentro mi cama caliente en invierno, cuando entra por mi ventana el olor a hierba mojada, solo entonces se abalanzan sobre mí retazos de verdadera libertad. Y creo que, de forma incomprensible, solo sintiéndote libre, eres feliz.
Me ha impactado gratamente el relato. =)

...

Laura Navas M dijo...

Y a mí lo que tú me escribes, porque no sólo es cada palabra sino tu forma de unirlas en un todo, llenando este hueco para "comentarios" de verdadero sentimiento.
Muchísimas Gracias