viernes, 24 de septiembre de 2010

Ernesto

Le ve. Está sentado en una de las mesas.
Tarde. Bastaron dos segundos para diferenciarle del resto de personas y llenarse de ese sentimiento pegajoso llamado lástima. Intenta guardársela lejos, alejarla de sí mismo, pero es imposible y le alcanza el pecho, atravesándole lento, migrando hacia las entrañas.
Sabe que no puede luchar contra ello y que no va abandonarle, por lo que no tiene más remedio que acercarse.
Mientras recorre el pasillo de la cafetería le golpean cientos de emociones.
Se planta enfrente, bandeja en mano:

- Hola Ernesto, ¿te importa que me siente?
- No, ¡adelante! Estaba aquí, pensando en mis pequeñas cositas, ¿sabes que hoy se me colgó el programa de Welltres y tuve que reiniciar mi pc? ¡Tío, tuve que reiniciar do veces!

- No me digas, qué rollazo.
- Ya ves... - responde Ernesto, mientras juguetea con los dedos sobre el muslo de pollo en salsa que está comiendo - y luego mi correo no se abría... ¡hasta que lo he conseguido tela!
- Qué mal...

Abel le mira con cara de póker, pues si tuviera que responder con un gesto sincero abriría la boca, mirando hacia el techo y fingiría haber muerto de repente.
Pero no podía hacerlo, pobre Ernesto.
Después de 30 minutos de comida Abel se despide, tiene cosas que hacer.

- Bueno, ya nos veremos.
- Sí, claro. Pasa una buena tarde, adiós tío.

De camino a la oficina se cruza con algunos compañeros, entre ellos Daniel.

- Aby, dios no... ¿otra vez comiendo con "el rarito"?
- Bah... déjalo.
- Es que no entiendo cómo puede ser tan extraño, mira se me pone la piel de gallina.
- Me da lástima, nadie se le acerca...
- ¡Es por su culpa! Sí, a todos nos da pena, pero es mazo raro... ¿cuándo te habla de algo normal?
Tengo 38 años y mi madre todavía me hace el desayuno, me gustan los Yorkshire Terrier y odio que las escaleras mecánicas del metro no funcionen...

- Dani, ya vale...
- Tú tampoco le aguantas
- Ya bueno, pero a veces me da pena
- Pero si es feliz, no nos necesita, ¿no lo ves?
- No sé... bueno, ¿que pasa con el partido del sábado? ¿a que hora vamos?


Y, mientras tanto, Ernesto guarda su tupper en la bolsita de plástico que compró el viernes en un chino. Le gustan los chinos, porque tienen de todo. Desde leggins para las niñas quinceañeras hasta grifos de cocina. "Qué cracks" piensa Ernesto. Está convencido de que China y Japón controlarán el mundo.
Después se coloca la camisa. Se mira la tripa, el sobrepeso marca su línea de la felicidad de manera exagerada. No le gusta el deporte, ni los gimnasios, ni correr por el parque, pero sí cree en la salud por lo que pronto irá a andar media hora todos los días. Eso no quitará que siga comiendo sus bollitos de cacao y crema a media mañana. Le hacen feliz.
Al girarse ve a Loli, una compañera del departamento. Sus miradas se cruzan y cuando él va a saludarla, ella se da la vuelta.
"Bueno, es hora de subir a darle duro al tajo" piensa Ernesto, y se va dándole golpecitos a su bolsa de la comida.
Al llegar a los ascensores lee una nota: Reunión del proyecto 23E en el edificio 7.
- Cambio de planes - y va hacia la puerta de entrada.
Según sale ve a sus compañeros caminando y corre un poco para alcanzarles.
- Hola - dice, pero nadie contesta.
Unos hablan, otros van en silencio. Ernesto se une a éste y mira hacia el suelo. Uno a uno pasan por los tornos del otro edificio mientras colocan las tarjetas identificatorias en los paneles.
De repente se da cuenta de que no encuentra su tarjeta y queda rezagado, buscándola.
Cuando por fin logra encontrarla todos han desaparecido.
Y de nuevo corre un poco para alcanzarles.
- Vaya, pensé que la había perdido - comenta en alto.
- ¿Qué? - dice alguien del grupo que ha sentido algo pegajoso introduciéndose en el pecho.
- La tarjeta, que en vez de meterla en el bolsillo derecho como siempre hago resulta que voy y la meto en el...
- Si, bueno, que la has encontrado ¿no?
- Sí, sí.
Y de nuevo silencio.
El sentimiento pegajoso se desprende y cae al suelo, pisoteado por los 26 pares de pies que se encaminan hacia la sala de reuniones.
Cuando terminan, vuelven a sus despachos. Loli y otra mujer se dirigen a fotocopiar documentos.

- Este Ernesto, es que es tan raro...
- Nadie está agusto con él, no sabe socializarse
- Hombre, empeño le pone, pero no es natural
- Hija, no es que no sea natural, es que es raro y punto
- Bueno, pero él es feliz así.

Se acaba el día. Todos a casa. Todos cogen sus coches, sus trenes, sus vidas hogareñas, sus duchas calientes y cenas familiares.
Ernesto cierra la puerta de su despacho. No queda nadie en la planta, salvo la mujer de la limpieza.
Ella también se ve asaltada por el sentimiento pegajoso nada más verle.

- Buenas noches, hasta mañana - le susurra.
- Buenas noches señora, mañana será otro día mejor que éste, aunque ya es difícil- responde él, sonriendo.
- Oye, perdona, llevas el zapato desatado.
-¡Anda! ¡Es verdad! Gracias, soy algo despistado.
- Bueno hijo, eres feliz así...
- ¡Sí!

Y, antes de llegar al ascensor, el espejo del descansillo le devuelve su reflejo.
Ve en él a un hombre regordete, con camisa blanca, con pelo castaño poblado por algunas canas prematuras. Ve unos pantalones grises y zapatos negros. Ve una bolsa de comida del chino colgando de su mano. Ve unos ojos marrones bajo unas gafas redondas. Ve a un hombre que vuelve a casa tras un duro día de trabajo.
Y una lágrima rodando por su mejilla.
"No, no soy feliz así"



Que sea diferente no significa que no merezca tu tiempo.
A veces alguien no nos gusta o no nos "entra", nos parece raro, inaguantable.
Nos parece que nos sabe entablar conversación, demasiado tímido o que dice cosas que no vienen a cuento.
Nunca olvides que siente, piensa y vive como tú.
Note gustaría que te ocurriera a ti.
Y no, el sentimiento pegajoso de lástima sólo hace daño, actúa porque quieres, no porque creas que es lo correcto.
Y aprende a aceptar a los demás, aún cuando tú y todo el mundo los vea extraños.
No sabes quién te puede ver extraño a ti.

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