martes, 13 de mayo de 2008

10 mayo

De noche.
Ha llovido, pero el agua ya no cae.
Está en los charcos, en las suelas, en las plantas y en el aire y del aire se impregna en mi cabello y estropea mi peinado. Pero no importa, realmente hoy no me importa y no sé porqué.
Llego a la esquina, no hay nadie más allí, sólo yo y un pequeño gato marrón, pero se va corriendo al verme. Entonces tengo frío, necesito un abrigo gigante de esos que podrían usarse como edredón, pero sólo llevo puesta una camiseta de tirantes y por encima una chaqueta de algodón.
Apareces...y deja de hacer frío, y no me pitan los oídos, no hay coches, no llueve, no hay agua en el aire, contigo...
Llegas, poniéndote a duras penas la chaqueta, creías que no haría tanto frío, igual que yo.
¿Dónde vamos? ¿Dónde quieres ir?
Adonde tú quieras, sonreímos y la conversación se queda ahí.
Se calla el mundo para que me mires de reojo y susurres ¡venga di!
Y no te respondo, realmente no sé dónde quiero ir, ni siquiera sé que hago un sábado a las 10 de la noche aquí, pero no hablo, realmente no hablo porque quiero que el tiempo se detenga aquí.
Tarde...ya es un recuerdo, la esquina, tú poniéndote el abrigo y yo...
Caminamos por la acera sin rumbo, me preguntas te pregunto, me cuentas, escucho, te cuento, escuchas, silencio, ¿en qué piensas? Risas.
Eres la primera persona que conozco que tiene atracción por los charcos, ¡no te rías de mí! no lo hago...
Ven, súbete aquí.
Y desde lo alto el mundo parece más pequeño, menos importante, más gris.
Me acompañas a casa, un abrazo un beso un abrazo un beso un abrazo un beso...éste más largo.
Te sonrojas en la oscuridad.
"Pensaba tenerte cerca todos los días"
¿Me dejas?
Sí.
Y florecen las flores más pequeñas del jardín, esas que nadie había dejado crecer antes.

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