viernes, 16 de mayo de 2008

Libros, libros, hojas.

Vámonos. Huyamos. Escapémonos. Marchémonos.
Deja el móvil sobre la cama, el ordenador apagado, desactiva el buzón de voz.
Ahora coge mi mano y deja que te lleve a ese lugar dónde se respira paz, silencio, murmullo armonioso y desconocido, donde huele a viejo, a cultura, donde el saber se acumula en las paredes.
¿Quieres saber a dónde te llevo?
La librería del centro comercial, un jueves a las 15:30 de la tarde.
No hay nadie, tú, yo y ellos, los libros.
Mis ojos se deslizan por miles de títulos, viejos, nuevos, feos, aburridos, originales.
Y mis dedos tocan lomos pulcros, sintéticos, aterciopelados, gruesos, finos.
Cuando tenga miedo, llévame allí, recuérdalo.
Porque sólo allí mi mundo se reduce a páginas.
Porque en mi soledad estarás tú y de fondo millones de escritores.
Sólo allí podré recordar cual era la belleza de este mundo.
Si algún día me pongo enferma, sólo me curaré allí.
Si muero, revíveme allí.
Si vivo, mátame alejándome de ellos.
Libros, libros, libros, libros.
Que sensación más placentera me sacude cuando camino entre vosotros, mientras desde vuestro púlpito me observáis altaneros, pues a cada paso que doy rompo la armonía que estáis creando, magia.
Gracias.
Porque mientras exista un libro en este mundo habrá razones para seguir creyendo en el ser humano.

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