sábado, 7 de junio de 2008

El tesoro más preciado

Sentado en el extremo del banco, acaricia con sus manos un pequeño dinosaurio de peluche, está nervioso...sabe que en cuestión de segundos aparecerán los autobuses. Está convencido de que es el lugar correcto, la fecha correcta, la hora correcta. Ahora sólo queda que Dios tenga la bondad de hacer coincidir las direcciones. Son las 8:35. Hace un rato llegaron unos 2 o 3. Miró y remiró, aún sabiendo que no estaría allí, la buscó, aún sabiendo seguro que ella no bajaría de ahí, pero su corazón no quería dejar nada al azar, todo debía estar controlado con mesura. Era la única oportunidad que tenía de verla y sabía, con gran dolor, que aún no podía asegurar que todo saldría bien, la última palabra la tenía su capacidad para recordarla.


¿Y si no la reconozco? ¡Oh, dios mío! ¿Y si soy incapaz de diferenciarla de las demás? o peor...¿y si me ve y se asusta? No puedo hacerle eso, no...y menos hoy, ¡que clase de persona sería poniéndola nerviosa en el día más decisivo de su vida! Mejor debería irme..., pero si me voy nunca más tendré la oportunidad de verla. ¿Y si no es ella?...Tiene que serlo, oh señor, ayúdame...


A las 8:45 llegó un autobús granate. Él supo que al instante que ella iría en él. Acertó.


Vio bajar a todos los jóvenes, y allí, entre las 30 o 40 chicas que bajaron la reconoció. Sintió un emoción indefinible al ver que no la había olvidado y que ella seguía manteniendo la misma chispa, los mismos ojos, quizás los gestos, sí...y su pelo seguía siendo castaño rojizo, y la sonrisa, más grande, y su cuerpo casi irreconocible entre las curvas y la ropa ajustada.


Su niña, allí estaba, con los brazos rebosantes de folios y folios, muy alterada, riendo nerviosa, casi histérica, pendiente de las palabras del resto de muchachos y a la vez ausente, ausente del mundo, como si ella sola se encontrase en mitad de un desierto y estuviese a punto de luchar contra la bestia final.


Apretando el pequeño dinosaurio entre sus manos sintió unas ganas irremediables de llorar. Después de 15 años sin verla su hija estaba allí, a escasos metros de él y ella ni siquiera sabía que él existía.

Sin atreverse a apartar los ojos de ella, tanteó en su bolsillo y sacó una foto de carnet de una niña de unos 2 o 3 años. Las lágrimas caían por su rostro, no podía creerse que su pequeña estuviese tan cerca de él después de haberla buscado durante tantos años.

El grupo de estudiantes se desplazó hasta la cafetería del campus y, a las 9:15 en pequeñas agrupaciones se fueron disgregando hacia los diferentes edificios. La marabunta de jóvenes comenzó a intensificarse y Miguel sintió un miedo terrible al pensar que la perdería de vista.

Comenzó a seguirla entre la multitud y vio como se metía en uno de los edificios.

- Suerte pequeña... - murmuró, y se sentó en otro banco de madera.

Una hora y media después la plaza del campus volvió a llenarse de voces y de gritos de miles de chicos y chicas. Él mantenía los ojos abiertos y fijos en la puerta, no podía dejar de pensar en ella. Finalmente salió con dos compañeras. Salía sonriendo, "buena señal" pensó. Miguel sentía como le temblaban las piernas y cómo su corazón parecía estar a punto de estallar.

- Ahora o nunca...- se dijo a sí mismo.

Y se acercó.

- Hola, ¿que tal han ido los exámenes? - preguntó entrecortadamente.

Las jóvenes, ligeramente desconcertadas ante el interés de aquel desconocido, se lo tomaron con buen humor y respondieron al unísono.

- ¡Nunca se sabe! - y comenzaron a reír.


La risa de su hija era especial. Entornaba los ojos, igual que su madre y no enseñaba casi los dientes...igual que lo hacía él.

- Ya os queda menos, ¡no os desaniméis! - cada vez que hablaba sólo se dirigía a ella, y parecía que todas lo notaban porque empezaron a alejarse disimuladamente, como si desconfiasen de aquel adulto que se mostraba tan correcto con ellas.

- Sí, bueno, muchas gracias, tenemos que irnos - dijo una de ellas haciéndoles el gesto de marcharse de allí a las demás.

- Esto, ¡espera! - sin darse cuenta Miguel había agarrado a su hija por el hombro y estaba sujetándola suavemente. Asustado, no sabía reaccionar y temía que ella se marcharse sin poder ni siquiera hablar con él unos minutos - creo que te conozco, o conozco a tus abuelos, Nieves y Ángel ¿acerté?

- Eh...sí...pero ¿usted es...? - respondió ella.

- Soy...soy un amigo de tu familia, ¡madre mía!, te he reconocido por tus ojos, tu madre los tiene exactos a ti, verdes, verdes...Adelaida ¿verdad? y tú eres... - Miguel sintió una punzada en el corazón al decirlo, la misma sensación que tuvo la primera vez que la cogió en brazos y su mujer, cansada y sonriente, le preguntó cómo quería llamarla -...eres Isabel...¿verdad?

- Sí, entonces conoce a mi madre, vaya ¿y usted qué hace aquí? ¿es profesor?

- Eh....sí, bueno, sí, estoy por aquí...ya sabes...sí - Miguel no podía creerlo, estaba hablando con su pequeño tesoro, su niña, aquella pieza indispensable de su vida que le robaron quince años atrás.

Enfrente de él estaba ese bebé hecho casi una mujer y la rabia que se había acumulado durante todo ese tiempo en su corazón parecía desvanecerse ahora que ella estaba cerca.

- Bueno, he de irme, encantada de conocerle, tengo otro examen ahora...

Miguel supo que si la dejaba marchar se acabaría todo. No podía decirle nada, no sabía cómo empezar y tampoco tenía ninguna esperanza en que ella lo creyese. ¿Qué iba a decir? ¿Que su madre le abandonó sin avisar? ¿que se fugó con otro hombre llevándosela consigo a ella? ¿que le juró antes de marcharse que jamás le dejaría ver a la niña? ¿que en realidad su madre no era esa buena persona que siempre aparentaba ser? ¿cómo decirle que él llevaba 15 años recorriendo el país de ayuntamiento en ayuntamiento, de televisión en televisión, de ciudad en ciudad....buscándola?No lo creería, y aunque lo creyese su madre y sus abuelos maternos se encargarían de engañarla y convencerla de que él era un monstruo, sí, igual que la habían hecho creer que él estaba muerto, sabía que serían capaces de todo...

- Mucha suerte...

- Gracias señor, por cierto ¿usted se llama?

- Miguel...

- Pues mucho gusto.

- Lo mismo digo.

Y allí la vio, volviendo al edificio para hacer el siguiente examen. Seguro que le saldría bien, no sabía cómo iba en el instituto pero si estaba allí podría conseguirlo. Volvió a sentarse en el banco de madera. Había dejado allí olvidado el dinosaurio. Le sorprendió verlo allí tirado, ¿cómo lo había podido dejar cuando llevaba 15 años sin separarse de él? Desde aquella fatídica noche en la que sorprendió al amante de su mujer sacando las maletas fuera del chalet y vio a su pequeña metida en un coche, no pudo hacer nada más que caer al suelo tras recibir un golpe en la cabeza, mientras veía cómo el sentido de su vida se alejaba para siempre carretera abajo. Jamás olvidaría como a las tantas de la madrugada se encontraba en el salón de su casa totalmente consternado, acompañado de dos policías que le hacían preguntas absurdas, cuando él sólo les había llamado para denunciar a su mujer y suplicándoles que le trajesen de vuelta a su pequeña. Aquella noche y todas las siguientes apretó contra su pecho el muñeco favorito de su hija: un dinosaurio de peluche, jurándose a sí mismo que no descansaría hasta encontrarla.
Perdió su trabajo porque no podía seguir de baja por depresión, hipotecó su casa para pagar todos los medios que pudiera tener para ir en su busca, aunque realmente pareciese que la tierra se hubiese tragado a su mujer y a su hija. Durmió en aceras, estaciones y escaleras...perdió su vida después de perderla a ella.

Quince años después lo había dejado tirado en un banco, lo había olvidado porque por fin la había encontrado. No...le daba igual lo que pudiese suceder, ya le importaba poco que su vida fuera a peor. Si había llegado hasta allí no podía rendirse, se lo debía a ella, Isabel merecía la verdad.

Pasó otra hora y media y de nuevo el griterío.

- ¿Qué tal el examen?

- Este mejor, parece que me ha dado suerte señor.
- ¿De verdad? Me alegro...

- Y ese peluche...esto...¿puedo verlo?

- Claro...

- No sé por qué, pero me resulta familiar.

- ¿Sí? Puedes quedártelo si quieres.

- No hombre, que va a hacer una chica de 18 años con un peluche - respondió sonriendo.

- Lo mismo que hace un hombre de 48 años con uno.

Isabel comenzó a reír.

- Todavía no me ha dicho por qué conoce a mi madre y a mis abuelos

- Es una larga historia, yo...

- Ya he acabado por hoy, puedo escucharlo.

- Pero...

- ¿O prefiere quedarse con su dinosaurio?

Miguel sonrió. Quizás aquella mañana de junio su hija no supiera que ese hombre al que vacilaba era su padre, quizás jamás lo sabría o en cuestión de unos minutos tendría la valentía de contárselo. Quizás la volviesen a apartar de su lado para siempre, tendría que explicarle infinitas cosas y preguntarle por otras miles, pero eso ahora mismo no le importaba.


El hecho de escucharla y verla ahí, viva, sonriendo, para Miguel era como recuperar los 15 años que había perdido de vida.

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