domingo, 8 de junio de 2008

¿Qué eliges tú?

(En mi muñeca tintinea una pulsera. Es un pequeño cordón de plata del que cuelgan cinco cuentas de color nacarado. Al moverlas brillan con el reflejo del sol. En cada una de ellas hay una piedra preciosa incrustada: una roja, una naranja, otra amarilla, una verde y una negra. Son diminutas y perfectas. Si fueran más grandes seguramente perderían la belleza que tienen ahora. No me la pondré hasta que llegue el verano y nos vayamos a la playa, así cuando me ponga morena resaltará mucho más sobre mi piel. Bien, la guardaré con el resto de joyas hasta entonces.
- ¿Te ha gustado mi regalo mamá?
- Muchísimo cariño, gracias a ti y a papá, ¡cómo me conocéis!habéis acertado...si señor, ¡dadme un beso los dos!)

Son las 4:30 de la mañana. Antón despierta a su hermanito Ciro, dos años menor que él. Se visten y cogen del pantalón que usó ayer su padre una pequeña bolsita llena de hojas verdes.
- Vámonos.
Los dos pequeños salen de la casucha en la que sobreviven y comienzan una larga caminata. Dos horas después llegan a las minas.
- ¡Ciro! ¡Ven aquí!
Y dos hombrecitos de 9 y 7 años respectivamente se introducen por una abertura de un metro de largo y la mitad de ancho, desapareciendo de la faz de la tierra. Dentro, Antón enciende una lámpara de petróleo y con cuidado ata sobre la cara de su hermano un pañuelo.
- Ahora agárrese a mí y no suelte, ¿entendió?
- Si señor.
Caminan en silencio sorteando los escombros. A veces tosen e incluso tienen que pararse para que Ciro descanse, el aire se hace más pesado y más dificultoso de respirar. Después de unos minutos escuchan golpes.
- ¿Pa? ¿Pa? ¿Pa es usted?
- ¡Hijos!
Y en la oscuridad, ligeramente iluminados por la lámpara, los tres se funden en un abrazo tan emotivo como amargo. Emotivo porque llevan sin verse una semana, amargo porque nadie querría reencontrarse con sus hijos en mitad de una galería, en una mina destartalada y sin medidas de seguridad, sabiendo que cada segundo que pasa es un segundo más de vida que algún Dios les regala desde algún cielo.
- ¿Cómo están? ¿Qué tal el colegio? ¿les gustó?
-Sí pa, somos muchos niños y nos dieron un papel blanco y podíamos pintarlo pa. Y sabe pa, ¡dijeron que me enseñarán a escribir!
- ¡Qué me dice! ¿y usted pequeño? ¿qué le enseñaron?
- Me dejaron jugar con un auto pa, era un auto verde y tenía neumáticos negros ¡eran brillantes pa!
- Cuando sea mayor, Ciro, te compraré uno igual y otro a ti pa.
- ¡Denme otro abrazo bribones!

Después de conversar durante largo rato, los niños sacan la bolsita con las hojas verdes y se la entregan a su padre. Entre los tres comen la mitad del contenido y más tarde siguen caminando por las galerías hasta llegar cada uno a su puesto. Horas y horas picando sin descanso, a veces paran y cogen más hojas de la bolsa, después continúan. Cuando la luz de la lámpara comienza a titubear sonríen, es la hora de marchar.
- Vámonos.
Y el miedo abandona sus corazones en el momento en el que el aire seco y frío del exterior hiela sus caras.
- Hoy sacamos muchas piedras bonitas ¿eh pa?
- Si hijo si.
- ¿Y donde van las piedras pa?
- No lo sé pequeño, pero seguro que a un lugar mucho mejor que éste.
Los tres caminan en silencio. Hoy Ciro no se desmayó ni nada, que buena noticia. Desde que aquel médico extranjero les dijo que tenía un problema en los pulmones todos creyeron que iba a morir. Menos mal que aquellas señoritas españolas tan atentas les proporcionaron medicamentos y encima no les pidieron dinero a cambio.
Manel sabe perfectamente que esas piedrecitas que ellos recogen son piedras preciosas que acabarán formando parte de joyas o relojes, futuros regalos que los ricos comprarán en sus países. También sabe que sus hijos pequeños alomejor no sobrevivirán si siguen trabajando con él en las minas, pero gracias a ellos el dinero que llega a casa se triplica, aunque siga siendo poco. Sabe que las hojas de cocaína que les da para quitarles el hambre y el cansancio son adictivas y le aterra ver como su pequeño Antón ilumina los ojos cada vez que su padre le acerca un puñado de ellas.
Se alegra porque sus hijos van a la escuela, pero si ello resultase un problema para que continuasen trabajando sabe que tendrían que dejar de estudiar.
Mientras los ve corretear entre la hierba se pregunta por qué su vida tiene que ser tan dura, cuando en el mundo hay muchos niños con la misma edad que Antón y Ciro que se dedican a comer, jugar, ir a la escuela y dormir. ¿Acaso sus hijos no merecen vivir del mismo modo?
¿Quién decidió que ellos fuesen pobres? ¿Quién controlaba el dinero?
- ¡Pa! ¡Pa! ¡Mira! Un abejo.
- Abeja Ciro, es una abeja.
- ¡Eso dije!
- Vengan los dos aquí, ¡dénme un beso!
Y los tres vuelven a fundirse. Ninguno piensa en el verano, ni en el mañana. No saben qué es la Eurocopa, ni quién fue Colón, ni qué es el incremento del efecto invernadero, ni la huella ecológica estadounidense. Lo único que les importa es dar de comer a ma y a sus 6 hermanos.
- Pa, cuando tenga un auto no tardaremos tanto en venir aquí a las minas.
Manel sonríe a su hijo Antón mientras acaricia la cabeza de Ciro.
"Cuando tengas un auto no volveremos nunca aquí".

(- Mamá mira el dibujo que he pintado, eres tú con papá y llevas la pulsera.
- Es precioso cariño.
- Y ahora voy a pintar otro, espera que cojo más folios.
- Date prisa que nos vamos a cenar fuera, ponte el abrigo y lávate las manos antes de irnos ¿me has oído?
- Si.
- Cariño, ¿le diste las gracias al abuelo por el coche de carreras que te regaló?
- ¡Es el de Alonso! ¡Papá un día conduciré uno igual! ¡Quiero ser piloto!
Su padre le mira desde la puerta de la cocina mientras se pone el abrigo.
- Cuando cumplas los 18 lo tendrás.
- ¡Sí!
- Vámonos.)

Y el mundo continua girando...y nadie es consciente de nada, porque vivimos en nuestras maravillosas burbujas llenas de arcoiris y sonrisas. El mundo no es así, que tú lo tengas todo no significa que el resto viva igual de bien que tú. Y si lo sabes no te regocijes, ¡cámbialo!
Tu existencia no consiste en limitarte a vivir por ti mismo: estudiar, trabajar, comer, ir de compras, enamorarte, viajar? ¿Vas a morirte creyendo que viviste? Adelante entonces, si piensas que sólo se vive una vez y no puedes perder el tiempo en ayudar a los demás. Claro, suena tan tópico "ayudar a los demás" y es tan difícil arreglar esto...Si es difícil es porque la gente que no se mueve sólo molesta a los que sí quieren hacer algo.
Tienes dos opciones, seguir limitándote a existir y a vivir una vida monótona cuyos únicos puntos álgidos serán un orgasmo y un aumento de sueldo o puedes arriesgarte a perderlo todo si con ello consigues cambiar algo pequeño.
Yo me quedo con lo segundo...¿qué eliges tú?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un aplauso, o mejor miles. Yo elijo la segunda opción. Me llamo Carmelo y tengo 67 años. No sé a quién tengo el placer de felicitar, pero seas quién seas te animo a encontrar tu lugar en el mundo de los libros, desprendes un fulgor que sólo los más grandes pudieron llegar a acariciar.
Te he comentado mi edad sólo para que sepas que has emocionado a este hombre de piel arrugada.
Un abrazo,
Carmelo.

Anónimo dijo...

Sin palabras...admirable.