lunes, 16 de junio de 2008

Silencio

Subo al tren, de camino a Madrid, y me siento casi al final del vagón esperando que nadie decida ponerse a mi lado. En la siguiente parada sube una mujer mayor con dos niños pequeños, mala suerte, rompiendo mi soledad ocupan los tres asientos que me rodean. Mientras espero que los niños comiencen a jugar, a gritarse, a removerse aburridos, a pedir comida y agua, a mirar por la ventana y a mirarme a mí con ojos curiosos, me pregunto cuánto tiempo aguantará mi cabeza antes de explotar. Busco una aspirina en el bolso mientras el tren arranca de nuevo.
El niño tendrá 12 años, tiene el pelo castaño y los ojos claros, está algo gordito y no deja de jugar con su nintendo DS. La niña tendrá unos 5 años, es castaña también y tiene dos ojos grandes y castaños, me mira con una media sonrisa mientras mueve sus sandalias de colores en círculos. De repente mira a la señora, tendrá unos 60 años, y yo espero durante décimas de segundo para poder admirar el espectáculo circense entre una nieta y su abuela.
Pero no se oye ni un susurro. La abuela y la pequeña están hablando y no puedo escucharlas.
Me giro disimuladamente y veo como ambas están haciendo gestos con las manos, a veces la niña sonríe y la abuela siempre parece estar muy seria, como si no supiera sonreír.
Me pregunto quién de las dos será sordomuda, y si, es la señora, porque ahora es el niño quién se dirige a ella. Mueve las manos, se toca la barbilla, la frente, junta las palmas...
La niña se da cuenta de que les estoy observando y me mira risueña. Sin darme cuenta le devuelvo la sonrisa y ella susurro"¿Quieres jugar?"
"¿Jugar, a qué?" le pregunto.
"A hablar con los gestos" me dice.
"Cállate Esther" le dice su hermano.
"Es que como es pequeña todo le parece un juego" me dice a mí.
"¡No soy pequeña idiota!" grita la niña.
La abuela alza la mano y se toca la mejilla, ambos niños guardan silencio y miran al suelo. Yo escondo la mirada, y el viaje continua sin más cambios hasta que llegamos a Atocha.
"Adiós chica" me dice la niña.
"Adiós" le respondo guiñando un ojo.

Quizás a nadie le importe, pero me pareció maravilloso que esos dos niños supieran hablar a través de las manos, me pareció tan bello que el hecho de que su abuela fuera sordomuda no significase ningún problema para ellos. Me di cuenta de que el mundo está lleno de historias de todo tipo que jamás podrán ser contadas en las películas, sólo tienes que fijarte en los demás mientras sigues viviendo. Pero no te fijes sólo para sentirte superior, no lo hagas, hazlo para enriquecerte que cuesta muy poco.


Mis manos son mi voz, que en vez estar quebrada está arrugada, por los años que llevo obligándolas a ser algo más de lo que debían haber sido, no sólo acarician, abofetean, destapan y cubren, no sólo escriben, no sólo desatan, ni aprietan, sujetan, desnudan o amarran, mis manos también pueden hablarte, gritarte, susurrar, decirte y enamorar.
Mis oídos son mis ojos, escuchan lo que me dices cuando no hablas, saben lo que te callas y lo que me escondes, jamás podrán disfrutar de una balada, ni de un susurro en el cuello que diga te quiero, pero podrán gozarlo si lo escribes con tus dedos.
No sé qué es reír, no sé porque los demás expresan su felicidad riendo, porque yo nunca lo he hecho, quizás porque nadie me enseñó.
Mis manos son mi voz, mis oídos son mis ojos, el aire que respiro sólo es aire y el sonido de las cosas es silencio.

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