viernes, 10 de abril de 2009

100 años más

- Lo sentimos, acaba de morir.

Y en ese instante, milésimas de segundo, el tiempo se paró y nunca volvió a reanudar su viaje.
El pasillo dejó de ser blanco, dejó de estar inundado por las voces de las enfermeras, el ruido de las camillas, los televisores de algunas habitaciones, todo dejó de ser real para convertirse en un lugar extraño y lejano.

- ¿Se encuentra usted bien?

Pero él no sabía quiénes eran, qué hacían hablándole, él sólo quería llegar a la habitación 202 y verla, y prometerla que se pondría bien, y hacerla reír como siempre había hecho desde que se conocieron.

- Siéntese, le traerán agua.

Todo daba vueltas. Parpadeó y se dio cuenta de que se le había resbalado de las manos la bolsa de plástico que traía. En ella llevaba un libro recién editado con todos los poemas que ella había escrito, era su regalo para darle fuerzas.

- Por favor, no puede entrar, estamos esperando que suban para llevarla abajo y...

Pero era tarde. Sus ojitos se habían cerrado para siempre, sus párpados cayeron como un telón, como el telón de una obra que cerraba con su última función. Se había ido, se había marchado.
Nunca volvería a oírla reír. Nunca volvería a tocar su nariz. No volvería a oler ese perfume que sólo ella tenía.

- ¡Señor!

En menos de 30 segundos pasaron por su mente todos los años que habían vivido juntos, todo lo malo, todo lo bueno, y como flashes aparecían y desaparecían sus sonrisas, las canciones, aquellos abrazos tan llenos y aquellas discusionestan dolorosas que les habían hecho unirse más.
No era posible que ella se hubiese marchado y él hubiese llegado demasiado tarde para despedirse.

- ¡Pero qué hace! ¡Señor!

Entonces corrió, corrió por aquel pasillo sin mirar hacia dónde iba. La desesperación se aferraba a su corazón y le impedía parar, le obligaba a creer en lo imposible.

Al pasar por la habitación 201 vio cómo unos hombres envolvían un cuerpo.

-
Hola niño de algodón...

Y al girarse, en la habitación 202, la encontró.

Ahí estaba de pie, delgada y enferma, ojerosa y cansada, débil y temblorosa, pero con una sonrisa tan grande y tan llena, que nadie pudo hacer nada, salvo dejar lo que tenían entre sus manos y mirarla, por la luz que desprendía.

- Me dijeron que...

Y las lágrimas ahogaron las palabras.

- No llores, no llores, no pasó nada, estoy aquí y siempre lo he estado, aunque llevásemos sin hablarnos tantos años.

Y el pasillo retomó su color, los televisores se encendieron de nuevo.

Y los dos ancianos se miraron a los ojos y se abrazaron.

- Pensé que no volvería a verte nunca más.
- Te prometo que nunca me marcharé sin despedirme antes de ti.

Y aquella noche, en la planta de Oncología del hospital,
se vio bailar a dos amigos, a dos grandes amigos, una canción de merengue que decía algo cómo ".....es mi sueño hecho realidad..."

- Niño de algodón...
- Dime cabecita de ajo...
- Tú si que eres un 80%...

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