domingo, 12 de abril de 2009

Justicia

Las pezuñas golpean contra el suelo de la puerta principal. Como si de animales se tratara, se chocan entre ellos, hembras y machos, no obstante no pierden en ningún momento las alhajas, ellas y los puros, aquellos. Desde lejos sólo se distingue una nube de cornamentas grises.Suben por las escaleras que llevan a los diferentes palcos. El gran semental llega puntual, seguido de su séquito de burros y vacas. Ellos lo adulan rebuznando, ellas abrillantan sus ubres para conquistarlo. Él, sin embargo, hace caso omiso al coro de pedantería y posa sus cuartos traseros sobre el asiento acolchado. Está impaciente.
La masa de bóvidos se implanta en sus localidades y espera la gran actuación.
Pasados unos minutos, se anuncia el nombre del hombre: "Antón" y se le describe:
"Antón de Ubrique,
peso: 76 kg.
edad: 38 años."

La multitud brama histérica cuando las puertas se abren y el ser humano entra corriendo desnudo en la plaza.
Sobre sus mejillas caen rodando dos lágrimas y, clavando sus rodillas en la arena, mira suplicante a las reses, esperando un ápice de clemencia.
La respuesta es inminente, todos patalean sobre las tarimas sedientos de sangre.
Cuando el ruido llega a ser ensordecedor y el siglo XXI se traslada a tiempos del Coliseo Romano, se abren otras puertas y aparece el maestro,
el toro.

La plaza se inunda de resoplidos malolientes, de gruñidos salvajes, las bestias se encienden al ver al gran tauro.
Éste se regodea. Observa a la presa. El hombre se hace un ovillo intentando camuflarse con el acre de la arena.

Se extiende una ola de mugidos, como carcajadas malvadas que se mofan ante el bípedo desprotegido.
La bestia negra da una vuelta. Otra. Y se detiene en el extremo puesto, de frente al humano.
Éste no se mueve, el miedo le paraliza.
Las gradas se llenan de ira, de ojos inyectados en sangre, de sed de violencia, de brutalidad.
El gran tauro lo sabe, por eso saborea el momento.
Agacha su cuello. El ruido aumenta.
Corre.
Corre.
El ruido cesa. Sólo se escucha el llanto de un hombre.

Y, de repente, silencio.


Podría decir, ahora, que el gran tauro frenó su carrera antes de embestir.
Que postró sus patas delanteras en señal de disculpa y dejó el hombre se montara en su lomo, sacándolo de la plaza y salvándole la vida.
Quizás si los seres más inteligentes de este mundo fueran los bóvidos esto sí ocurriría.
Lo que tengo claro es que si pongo ese final mi historia será feliz y no causará ninguna reflexión en el lector.
Sólo espero que si quien ha leído esto ha sentido pena por ese ser humano,
también sienta pena cuando ve al toro en la plaza.

Aunque el toro no llore.
Porque no es consciente de lo que va a pasarle.


A todos los futuros padres que quieran educar a sus hijos con valores como el respeto a los animales, la tolerancia y el amor, les recomiendo esta película (basada en el libro) "El toro Ferdinando", que tantas veces nos leyó a mi hermana y a mí mi tía Mª Ángeles y tanto me ha enseñado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin la "Fiesta" no existirian esos animales maravillosos llamados toros. No opino sobre pareceres al respecto, pero los humanos hacemos algo parecido con todo tipo de animales, pollos, cerdos, peces, etc...
No quiero meditar más, somos así "humanos" por eso somos imperfectos y brutos, muy brutos....
CLOUSEAU

Bea dijo...

Ais Ferdinando... La de veces que vi esa película... creo que rompí la cinta de verla una y otra vez... :)