sábado, 13 de junio de 2009

Mi derecho a morir

Nadie le preguntó si quería nacer.
Quizás si se hubiera encontrado en la situación de poder elegir, habría decidido ser un delfín, básicamente por la sensación placentera y única que produce el roce del agua con la piel.
Pero bueno, le tocó ser hombre. Sus 46 cromosomas le dieron todo: el cuerpo, la salud, la enfermedad y el espíritu.
Y no se arrepintió de haber nacido, pues su familia fue buena, su educación, la necesaria, el amor fue el motor de su vida y el conocimiento su adicción.
Realmente no fue un gran filósofo, prefirió divagar menos y comprender más.
Pero llegado el momento tuvo que preguntarse algo que nunca se había cruzado por su mente.
Tras aquel accidente de tráfico su cuerpo quedó dormido, aletargado, quizás enfadado con su cabeza y desobediente, porque nunca más quiso volver a escucharla.
Sus miembros dejaron de recibir órdenes y pasaron a ser partes inmóviles de un cuerpo todavía vivo.
Fue duro, muy duro para él.
Y entonces algo asaltó su cabeza; igual que en su día se preguntaba porqué nunca pudo ser delfín, esta vez pensó algo menos bello, ¿quién decidía sobre su derecho a morir?
Entonces miles de motitas de filosofía cubrieron sus párpados, sus labios, sus yemas, su ombligo, sus rodillas, entraron por su garganta, en su sangre, en su voz...
"Libertad..." "Decisión" "Moralidad y ética" "Poder" "Ley" "Estado" "Religión y fe"...

Mientras crecía nunca quiso morir. Realmente era algo que no le asustaba, no todavía.
Es eso con lo que todos crecemos, eso que todos negamos, porque es difícil pensar en algo que no tiene un después.
Por eso creamos las religiones, por eso vivimos con fe: para creer en algo que no pueda fallarnos.

Y cuando él decidió que no quería vivir el mundo le señaló con el dedo y le llamó enfermo.
Sí, estaba enfermo, porque sufría tetraplejía.
Pero a él le llamaron enfermo por querer morir.
Le llamaron loco, le quitaron toda credibilidad a su palabras, pensaron que su nueva percepción del mundo le asustaba tanto que elegía la opción más fácil: morir.
Pero él estaba totalmente cuerdo.
No negaba que su percepción del mundo había cambiado: realmente ahora su visión había descendido varios centímetros por sentarse en una silla y muchos de sus sueños se perdieron con los restos del vehículo en aquel cruce.
Pero sabía que todo era un proceso y que no quería vivir.
No se afanaba en proclamarlo, no quería quitarse la vida, le asustaba mucho más que estar así.
Para él hubiese sido maravilloso poder transformarse directamente en un delfín.
Pues no necesitaría sus brazos ni piernas para sentir el roce del agua...
Le dijeron que tenía depresión: no tenía.
Le dijeron que el suicidio era un trastorno psicológico: él lo afirmo, también lo pensaba, pero él no quería suicidarse, nunca lo había querido.
Él amaba la vida, pero no quería vivir así.

Y claro...ahí estaba la duda, la polémica, el debate, el problema...
La esperanza se sentó frente a él y le dijo claramente que no se quedaría por mucho tiempo.
Y cuando ella se marchó, las ganas de vivir se fueron de su mano.
Él quería hacer tantas cosas...
Veía a otros inválidos en sus sillas, felices, luchando por un mundo de igualdad y
así les envidiaba.
Le habría gustado que su cerebro hubiese encontrado la nueva situación como un reto más, no como un obstáculo, pero ahí residía la diversidad humana, no todos sabemos ni podemos actuar igual.
Por eso nadie le juzgó cuando pidió morir.
Porque todos entendieron que era su elección.
Fue como si en el viaje de la vida tomase un atajo para llegar a su destino.
Cuando todo terminó escuchó una voz profunda y acogedora.
- ¿Qué quieres ser?
Y pidió ser delfín.


Entonces el reloj de la vida comenzó a correr, otra vez.

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