sábado, 10 de octubre de 2009

Juego de Máscaras

Huele a café...
Desde la ventana parece que el tiempo pasa demasiado deprisa,
la noche es negra y el mar está en calma.
Vuele a sentir ese quebrar bajo el pecho.
Dibuja trazos sin sentido en el cristal empañado,
apretando los labios,
con ese gesto tan elegante de mujer,
cuando quiere llorar, pero no lo hace.
El aire entra y juega con su vestido,
la seda acaricia sus muslos blancos
y le escuecen las heridas del corazón.
Aquel que late apesadumbrado.
Se pregunta cuánto de cierta es su vida.
Si alguna vez soñó con ser así.
Quiere volar lejos,
pero sus alas son de plumas de gallina
no de halcón.
Su mirada verde se refleja en los cristales del ventanal,
el salitre se cuela
y con sus dedos de sal acaricia su mejilla.
"Yo sé quién eres" susurra. "No te escondas"
Se mira las manos, velludas.
Las piernas, grandes y musculadas.
Con impotencia toca su abdomen y no siente nada,
no hay un espacio vacío que aspire a albergar un futuro bebé.
Rompe a llorar.
Y cae vencida al suelo.
Si fuese más fácil escapar de aquella cárcel de piel...
Su cabello corto deja entrever unas pequeñas entradas,
y al borrar una lágrima de su cara,
siente la fricción de una barba incipiente a punto de crecer.
La luz que se colaba por la rendija de la puerta entreabierta desaparece,
alguien la escucha.
"No llores Javier" y la abraza.
Es mamá.
Ese ser puro que la acompaña siempre.
Esa mujer que le dio la vida
y la llamó Javier.
Aquella que lloró cuando su pequeño le confesó que no era feliz.
La misma que creyó que un tratamiento médico podría curar a su hijo.
Su madre, ese ser puro que finalmente comprendió que Javier no se sentía hombre,
sino mujer.

Las dos se sientan en el suelo, observando la candidez que ofrece el mar en calma.
El silencio pone música a un momento tan intenso.
Su pequeña adolescente está viviendo uno de los momentos más difíciles e importantes de su vida y, por desgracia, sabe que aquello en lo que va a convertirse no es lo que su alma quiere ser.
Es nacer en un cuerpo que no te pertenece.
Es mirarse al espejo y ver el reflejo de otro,
es no encontrarse.
"Cuando seas mayor de edad podrás cambiar mi niña, ya lo verás, y serás una mujer preciosa"

Y Javier deja de temblar.
Sólo en su hogar puede ser ella misma.
Sabe que cuando cruce la puerta tendrá que fingir que es feliz, tendrá que creer que es hombre, pues su cuerpo así lo cree y la gente así lo ve.
Tendrá que escuchar como sus compañeros del colegio le llaman "tío" o "maricón"
y mirará con melancolía las faldas y los lazos de las niñas,
aquellos que ella no puede llevar.
Con tristeza acaricia su vestido blanco, ése que sólo viste en casa, la única prenda que la une con su verdadera identidad.
Y mira a su madre y es consciente de cuánto la admira y la necesita.
"Gracias..." susurra.
Y las dos se miran con ternura, saben que el camino no es de rosas...
pero si habrá un campo de flores, millones de flores
al final.



Ayer vi un reportaje en Cuatro sobre la transexualidad y me impactó mucho escuchar cómo relataban sus sentimientos, su forma de ver la vida, cómo describían su situación.
Me emocioné.
Sólo espero que la sociedad acabe comprendiéndoos, que consigáis esa igualdad que merecemos todos como seres humanos y que encontréis ese lugar, esa identidad con la que todos soñamos
y por la que muchos se ven obligados a luchar.

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