jueves, 10 de diciembre de 2009

Sin titular

El corazón se le paró en el mismo instante en el que ella, en sus pensamientos,
murmuraba "te quiero".
Sólo él sintió cómo las manecillas de su reloj de muñeca seguían moviéndose, pero lo hacían sin sentido.
La palabra "tiempo" se desvanecía, se hundía en las profundidades de un lago

con ella.

Todo seguía su rumbo, su dirección, excepto él.
Cuando sonó el teléfono sintió cómo la respuesta que necesitaba y al mismo tiempo temía, tronaba en la habitación.
Y al oír la frase esperada, supo resignado que su vida en ese momento dejaba de tener sentido.

Nunca imaginó vivir aquello, por eso no se vio sorprendido por su forma de afrontar la situación.
Simplemente vistió ropa cómoda, cogió dinero, cogió un abrigo y cerró su casa, con la esperanza de no volver jamás.
Pues sabía que el regreso le desagarraría el pecho.
Sabía que allí,
ya no quedaba nada.

Durante todo el viaje se sumió en un estado de shock que le protegía de la cruda realidad.
Sólo cuando pisó tierra, se sintió completamente solo.

Y, por desgracia, esa verdad era la única posesión que tenía.
Por eso se aferró a ella, aterrado por perder todavía algo más.

Muchas voces le hablaban en lengua desconocida, veía ojos llorosos, gestos serios, miradas de respeto. Su corazón, enmudecido, ignoraba cualquier estímulo externo.
Se había quedado dormido con la imagen de su mujer y sus hijos despidiéndose aquella mañana en el aeropuerto.
Allí pensó en lo mucho que los extrañaría.
Ahora se preguntaba porqué la muerte se los había arrebatado para siempre.


No quiso saber cómo.
Sólo quería que alguien le dijese el porqué.

Y no, no quería porqués simples: fallo del motor, se perdió la comunicación, cayeron en el lago, su hijo era un buen piloto señor, habían pasado el día en Disneyworld, la avioneta perdió el control, encontraron los cuerpos unas horas después, españoles, un lago de caimanes salvajes, ahogados, una mujer y sus tres hijos.

Él quería un porqué, una respuesta básica, quería saber porqué razón tenían que morir.
Su mundo se hacía pequeño, tan diminuto como el ojal del anillo de casado de su mano.
Aquel que había perdido para siempre a su hermano gemelo.
Sentado en un banco rodeado de rostros desconocidos que lo observaban,
se llevó las manos a los ojos
y rompió a llorar.

A miles de km de él, cientos de familias españolas sentían el nudo en el pecho al conocer la noticia y se preguntaban cómo estaría él,
incluso rezaban y pedían a Dios que le ayudase en un momento así.

En una cocina una niña le decía a su madre: "Si me pasase eso yo me querría morir".

y la madre sólo respondía con el corazón en un puño: "Yo también"


Hoy en televisión contaban esta noticia.
No puedo dejar de pensar en ese padre que acaba de perderlo todo.
Supongo que animarle a no rendirse es lo menos oportuno que ahora se le puede decir.
Cualquiera en su lugar sentiría ese vórtice negro debajo del pecho.
Sea de la forma que sea, quiero enviarle toda mi fuerza en estos momentos.
Ojalá decida continuar
y la vida le pueda recompensar de alguna manera todo el daño que hoy le ha causado.

1 comentario:

Ruth dijo...

Qué injusto es todo a veces...yo no sabía nada de esto (he llegado a casa, he comido y me he vuelto a ir) y...buf. Creo que también querría morirme si me pasara algo así.
Y entonces me viene a la cabeza un tema un poco controvertido: qué es mejor para una persona que lo está pasando mal, que la gente cercana esté pendiente de él o que lo dejen solo? Ninguna de las dos me parece la acertada. Podría haber comodín, algo que hiciera la vida más fácil y se llevara estas cosas feas de la realidad. En fin...