lunes, 11 de abril de 2011

YLC

Ella tiene los ojos como la arena del mar. Por eso cuando me mira siento que floto en ellos.
Ella y sus ojos de arena de mar, preludio de otros ojos, los de la mediana, que son puro chocolate.
Chocolate negro, huelen a chocolate y saben a chocolate. Me mira y me llena la panza de dulzura.
Y luego aparece él, que ya no es arena ni cacao, sino una mezcla de los dos con mucho rayo de sol y muchos ríos naciendo de montañas. Eso veo cuando me mira.
Él y sus rizos rubios, él y sus pasitos acelerados por el pasillo corriendo. Él en mis brazos, encajado en mis brazos como si fuéramos dos piezas de puzzle perfectas. Y ahí se queda y se vendría conmigo a cualquier parte.
Pero no puedo llevármelo porque la mediana llora sólo de pensarlo. Hace pucheros y ni siquiera se calma si le pido que me diga los colores en inglés. Niega con la cabeza, preocupada, esperando que baje al pequeño al suelo, para que no pueda alejarle de ella.
Mi pedazo de alma, no sabe que jamás haría nada que pudiera lastimarla.
Y los tres, con sus pares de ojos perfectos cada uno, con sus sonrisas cerradas calcadas de su tío, con esa magia entre sus dedos, me miran.
Me miran y pierdo la noción del tiempo,
me miran y olvido que estoy viva.
Y me iría con ellos. Dónde fuera, cómo fuera. Con ellos.
Para contarles de dónde nacen los versos y porqué el sol se esconde a veces.
Para explicarles que tienen sangre africana y por eso pueden convertirse en pantera, tigresa y leopardo.
Para protegerles de un mundo que nos lo merece.
Porque son perfectos.
La mayor, cuando me besa en la boca,
la mediana cuando me mira y sonríe
y él, que guarda mi alma en su chupete.

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