jueves, 9 de octubre de 2008

Lejos, muy lejos de la ventana.

"La madre no es la que pare, sino la que cría" y absorta en ese pensamiento Olga leía su novela, inmersa en la macabra historia de una niña maltratada que había vivido con padres adoptivos, y siendo ya adulta regresaba al hogar biológico para vengarse. Qué cosas tiene la vida...

Sintiendo como el sopor pesaba sobre sus pómulos dejó el libro en el sofá y caminó hasta la cocina, despacio, le gustaba sentir las frías baldosas bajo sus plantas descalzas.

Una montaña de sudokus se amontonaba junto a la pared, otra de crucigramas sobre la mesa del comedor y la encimera. María Luisa había dejado un par de notas en el corcho "Vendré a verte mañana a las 10", y mientras la releía impaciente, Olga se preparaba el desayuno.

Siempre puntual su mejor amiga llegaba con las bolsas de la compra. Después de colocar todo en los estantes y armarios, ambas se sentaban a conversar. María le contaba qué pasaba en las calles, en las cafeterías, como había sucedido la cena de la noche anterior en la que se habían reunido todos los compañeros de la universidad después de 6 años. Todos menos Olga.

Mientras se imaginaba cómo estarían todos, unos casados, otros divorciados, trabajando, parados...no podía evitar entristecerse al no poder ponerles caras más envejecidas.

- Lo peor fue cuando llegó Eli, en silla de ruedas tía, tuvo un accidente de coche; su novio se mató

y ella se quedó así. Mira...nos dio una pena, pero bueno sigue viva ¿no?.

Olga sintió una oleada de rabia que al momento pasó a ser culpabilidad, una sensación que no se fue hasta que María se despidió de ella para ir a trabajar.

- Mañana vuelvo a la misma hora, te quiero pequeña.

El día transcurrió como siempre. Entre plantas, ordenadores, la wii, libros, baño, bailes, tele, comida, limpieza, juegos, poesías, siesta, mails, videollamadas, y largos ratos encogida en el sofá bajo la manta, lejos...muy lejos de la ventana.

Pero la diferencia con el resto de días fue que no pudo sacar a Eli de su cabeza.

La imaginó con 24 años, ahora tendría 30 pero quizás no habría cambiado mucho. Con su sonrisa blanca y sus muñecas de cristal, quizás habría conseguido aprobar el MIR y el accidente le habría truncado la vida en mitad de las prácticas en su especialidad. Aún así Olga sentía envidia. Y se sentía culpable por ello. Por lo menos Eli había conseguido llegar a trabajar.

Pensaba en todo el mundo, todos alrededor suyo compadeciéndola por estar atada a esa silla, pero ¿y ella? ¿Acaso su vida no era peor? Nunca le gustó sentirse desgraciada, pero no entendía que los demás se hubiesen acostumbrado a verla como alguien normal.

Ella no tenía una vida normal.

Cada día, cada mañana, los pequeños detalles se le escapaban arrojándose por las ventanas y por la puerta. Y lo peor es que era incapaz de perseguirlos.

Al día siguiente, cuando María Luisa subía de dos en dos los escalones escuchó gran barullo en el piso de arriba. Arrojando las bolsas al suelo subió corriendo y se quedó horrorizada al ver el panorama que encontró.

Una vecina nueva en el edificio había llamado a la policía porque Olga se había negado a acompañarla a su casa a ver la gotera que estaba haciendo la bañera en el techo de su salón.

María observó horrorizada como los policías intentaban arrastrar a su amiga fuera de la vivienda para llevarla a comisaría, alegando que se negaba a colaborar con la autoridad. La pobre Olga gritaba aterrorizada, diciendo cosas ininteligibles, llorando y gimiendo como si la estuvieran torturando.

- ¡Suéltenla joder! ¡Quítenle las malditas manos de encima estúpidos!

Ambos policías se quedaron atónitos mientras veían cómo Maria sujetaba a Olga por los brazos y la llevaba hasta el sofá.

- Señorita, identifíquese y tendrá que acompañarnos si...

- ¡No me toquen! ¿Acaso saben algo de ella? ¡Tiene agorafobia joder!

- ¿Agora..qué?

- Estúpido...

- ¡Oiga señorita que...!

- Es un trastorno, no puede estar en espacios abiertos, tiene miedo de todo y de nada, es vivir pensado continuamente que puede tener un accidente y morir. ¿Saben que podían haberla matado? ¿Un infarto? ¿Un ataque de ansiedad? ¡Habría muerto ahogada!

- Disculpe no sabíamos nada y aquí la señora, que es su vecina...

- Déjelo..váyanse...yo pagaré lo que sea para arreglar esa gotera pero lárgense de una vez.

Y allí encogida, Olga pensaba en Eli, paseando por la ciudad en su silla, y en esos guardias que se irían con su coche a patrullar, y en María, que podría bajar cuando quisiera a casa de la vecina para discutir con ella. Se sentía mal, inferior, ¿por qué a nadie le ocurría lo que a ella? Pensar en la calle la aterrorizaba, ni siquiera ir pegada a la pared o pasear cerca de hospitales calmaba su ansiedad.

Allí, en su hogar, cerca del teléfono de emergencias, de sus medicinas, de sus paredes...allí nada podría pasarle, allí debajo de su manta resguardada en su sofá, lejos...muy lejos de la ventana.

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