domingo, 22 de noviembre de 2009

Exploradores


Me llamó caperucita morada.

Para después cogerme de la mano.
Las calles dormitaban, sólo algún niño en patinete rompía la tranquilidad.
Me gustan las tardes de invierno
El sol no quema, acoge
y todos le perseguimos por las esquinas, de banco en banco.
De repente me llovieron hojas amarillas. Muy gracioso.
Y corrimos por la naturaleza que aún pervivía en este mundo de autómatas.
Nos dijimos cursilerías (que nunca falten)
y esperamos a que se hiciese muy tarde para darnos cuenta de que había que volver a casa.


Él y sus ojos verdes.
Y sus manos grandes.
Y sus cicatrices varias.
Yo, con mi caperuza morada.

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