viernes, 5 de marzo de 2010

María Mateos

Ojalá pudiera recoger el océano en mis manos, aunque tuviera que llevártelo desde la orilla hasta tu puerta, en pleno Madrid, para que sintieses otra vez su inmensidad.
Y con las palmas aún mojadas tocar ese lienzo que te espera en la habitación,
para que la sal y el almizcle se fusionen con cada poro del papel.
Así, cuando volvieses a sentarte en el suelo,
con una pata doblada y la otra estirada,
con tu moño despeinado (¿acaso alguna vez te peinaste?)
con tu gesto de concentración (aquél que sólo aparece cuando pintas, cuando copias apuntes y cuando abres un kinder bueno)
y alzases con maestría tu pincel,
escucharías, retumbando en tus paredes "trescanteras",
como las olas dicen tu nombre.

Ojalá supiera hablar el idioma de las abejas,
y colgarme de tu oído, dejando motas de polen sobre tus hombros,
para hablarte del mundo que nunca conocerás por no ver
con la mirada ultravioleta.
Y contarte que te envidio porque tú sí que has visto el arcoiris.
Por eso lo plasmas en tus pinturas con la destreza de los abanicos de las geishas,
con la dulzura de la madre que protege.
Con la pasión de los amantes que mañana se separan.

Ojalá nunca te marcharas cuando llega la hora de irse a casa
y las clases no fueran clases,
para poder sentarme contigo, no delante dándote la espalda, sino de frente, perdiéndome en los ojos de la ternura que se mecen en miel.
Y hablar de cualquier tema candente del día:
de ti, de mí, de las guerras y del plan que estamos preparando para cambiar este lugar.

Ojalá te hubiera conocido mucho antes, para no haberte echado tanto de menos durante todos estos años, aunque ahora que estás conmigo soy consciente de que me has conquistado.

Ojalá no tuviera tanto miedo a la vida, que ya me quitó lo que más quería
y ahora la miro de reojo, por si me traiciona.
Por si te aleja como se marchan los veranos en septiembre,
como se pierden en mi mano los copos de nieve.
Como se quedan a medias las conversaciones cuando llega la parada del metro.

Ojalá te quedes aquí, aquí dentro entre los pulmones.
O por lo menos en cada trazo de color que un día dibujaste con el moño despeinado.

Porque te necesito.
A ti,
a ti y a tu risa, a ti y a tu locura,
a ti y a tu fuerza, a tu increíble fuerza.
A ti y a tus manos, a tus preciosas manos.
A esas manos que hoy duelen y arden.
Te prometo que nunca más habrá fuego,
sólo el humano, el que acoge y calienta porque sale de debajo del pecho.
No habrá más humo negro, ni más miedo.
Estarás tú y tus bellísimas manos.
Esas que tantas obras de arte han pintado
y que, muy pronto, volverán a surcar ese lienzo que te espera.

Mientras tanto, para que no te duelan, te dejo las mías.
Son de zurda, de escribir, no saben sentir las cerdas,
pero te quieren tanto que prometen esforzarse por hacerte feliz.

(Te quiero mucho María.
Gracias por no rendirte nunca.
Sé que tus manos se pondrán bien, que tu piel volverá a crecer y no habrá nada que te haga daño.
Tú eres la que nos ha enseñado lo que es la superación.
Para ti)

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Ojalá no tuviera tanto miedo a la vida, que ya me quitó lo que más quería
y ahora la miro de reojo, por si me traiciona."
¿Como te es tan fácil expresar lo que uno siente y no sabe decir?
MAN