miércoles, 20 de octubre de 2010

Mis tres pedazos de risa

Hoy han terminado de robarme el corazón. Ha sido rápido, casi ni me he dado cuenta. Lo tenía bajo el pecho como siempre, protegido bajo el abrigo y el cinturón del bolso y aún así él supo dónde estaba y me lo arrebató.
Le bastó con coger mis dedos mientras jugaba con él, balanceándose risueño sobre el regazo de su madre, para después llevárselos a su cara y apretar su mejilla contra la palma de mi mano, cerrando los ojos.
Así terminó de robarme el último pedazo de este corazón, ese que ya hace mucho tiempo sus dos hermanas habían saqueado.
Porque esas tres almas son mucho más que tres niños, son mucho más que los sobrinos de Jesús, son mucho más que tres risas constantes.
Son dos ojos de cuarzo verde, dos ojos de chocolate con nueces y otros dos de verde oliva.
Tres miradas que te atrapan y te enganchan y jamás te sueltan.
Seis manitas rechonchas que me llevan de aquí para allá y pretenden enseñarme ese mundo que dejé olvidado cuando guardé los tebeos en la terraza.
Son mucho más que tres corazones latiendo, son mis tres pequeños tesoros.
Él, el que me sonríe y deja de llorar cuando le tomo en brazos, ella, la que viene corriendo al verme y luego se muere de vergüenza,
y aquella, que me besa en la boca, me coge de la mano y se me sienta encima para cantar canciones inventadas.
Es por eso que hoy llego a casa tan llena de vida,
y no me doy cuenta de que mi corazón ya no está aquí debajo.
Para Y, L y C.

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