jueves, 7 de octubre de 2010

Un cuento, papá

Cerró su taquilla y le asaltó una opresión fuerte bajo el pecho.
Recordó la mirada de sus compañeros, cuando se enteraron de que el trabajo se incrementaba y tendrían que invertir más tiempo y esfuerzo.
Se pasó la mano por la cabeza, mirándose al espejo. No le gustaron las arrugas que comenzaban a cubrir su rostro.
Miró el reloj de la pared. Todavía no había terminado sus tareas y ya habían pasado veinte minutos de las nueve.
Pensó en su mujer, en todo el tiempo que llevaba sin poder ir con ella a cenar una noche fuera de casa.
Y en los años que llevaba sin poder irse de vacaciones.
Recordó cómo era cuando empezó aquello, tan joven, tan inconformista y tan entregado y cómo su padre le decía: "No vivas por encima de tus posibilidades, todo irá llegando" y así lo hizo, sin perder nunca la fe en lo que hacía.
Por eso le dolía tanto el pecho.
Imaginó cómo sería el mundo si todos fuésemos libres, imaginó qué ocurriría si en algún momento él y todos los demás compañeros decisiesen dejarlo todo.
Y supo que jamás sería capaz de irse de allí. Porque le necesitaban.

Al salir fuera el aire le golpeó de frente y una oleada de rabia le sacudió por dentro.
Sintió deseos de tirarlo todo.
Tuvo ganas de huir.

Y cuando estaba a punto de derrumbarse sonó su teléfono, era un mensaje:

Mi vida, dice la niña que hasta que no le leas el cuento no piensa dormirse.

Sonrió.
Esta vez fue una oleada de amor lo que sintió.
Entró de nuevo en la sala y dejó todos los papeles pendientes sobre una mesa.
Marcó un número muy largo y esperó.
Tras varios minutos oyó una voz aguda y suave:

- Hoy toca "Caperusita" papá.

Y, aguantándose las ganas de llorar,
poniendo todo el empeño posible
aquel padre le contó, como cada noche,
un cuento a su hija.

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