martes, 5 de octubre de 2010

El paciente que no sonreía

Me asomé asu habitación.
Estaba sentado en el borde de la cama, mirando hacia el suelo. El corsé parecía una armadura, le daba un aspecto extraño, tuve la sensación de estar acercándome a alguien demasiado frágil que sentía ahogarse en mundo demasiado controlador.
Las enfermeras corrían de un lado para otro y mi médico estaba atendiendo una urgencia en otra planta, por lo que me aferré a mis escasos conocimientos y mi curiosidad y crucé la puerta.
No me miró. Tampoco lo esperaba.
Con un hilo de voz que salió más grave de lo esperado me presenté.
Mi nombre es (...) soy estudiante, (...) espero no molestarle, sólo quería...
Pero no me escuchaba. Me sentí absurda, superflua.
Entonces levantó la cabeza y me miro con lástima.
- Si quieres saber qué me ocurrido, es que me rompí la columna y me han operado. Llevo aquí un mes y medio y ya va bien todo, puedo levantarme y caminar por el pasillo. Ha pasado ya mucho tiempo, pronto me iré de aquí.
Sonreí. Después le dije que me alegraba de que estuviera recuperándose.
Entonces hablamos un poco más, del dolor de su espalda, de sus cortos paseos, de su inminente marcha.
Al llegar el doctor para seguir la ronda me despedí rápido, le dije algo como encantada de conocerle y me fui.
No sé si me respondió, si lo hizo tan bajo que no lo oí o si hubiese preferido que me quedase conversando. Yo sí lo hubiese preferido.

Mientras caminaba hacia otra habitación le pregunté al médico sobre las operaciones de columna.
Él sólo respondió: Sí, ya te explicaré con calma. Respecto a este paciente, es un caso especial, está aquí porque se intentó suicidar.

Ahora mismo, mientras estoy aquí sentada escribiendo, me siento extraña.
Pienso en lo fácil que es cambiar una perspectiva sólo con una palabra.
Cuando le vi esta mañana sólo vi tristeza en su rostro y mi respuesta fue hablar.
Y hablamos, de cosas que rozaban su realidad, la mía, pero sin introducirme en su interior.
También siento miedo al pensar que de haberlo sabido quizás no hubiese entrado a verle, por temor a decir algo equivocado, por no saber qué querría oír.
También es miedo a haberle molestado y a no haber respetado ese aspecto que va pegado a él.
No he visto en sus ojos nada que me contase sus problemas,
no me ha mostrado nada de su interior
y ahora mismo me gustaría poder volver sólo para sentarme a su lado.
Aquí sentada siento mil cosas y veo como la experiencia va despacio, muy lenta todavía, pero se cuela por las rendijas y la sientes.

Hoy pienso en ese hombre que no encuentra sentido a la vida y me doy cuenta de lo fácil que es perder las ganas de seguir.
Pero también de lo fácil que es ganarlas de nuevo, si te ayudan.

Estos días he descubierto muchas cosas. Llevo mucho tiempo conociendo lo que es crecer y madurar y me asusta, pero me llena.
Hoy sólo sé que la vida es corta, es intensa y que estoy cansada de dimes y diretes. Estoy harta de los malentendidos que acaban en ruptura de amistades por orgullo;
de aguantar malas conductas y comentarios intolerables,
de tener fe en personas amigas que se alejan de ti por pereza,
de egoísmos malolientes, de carencias, de mentes primitivas.
Estoy cansada de egocentrismos absurdos, de conversaciones banales, de opiniones baratas, críticas superficiales y caretas de carnaval que duran todo el año.

Estoy harta, ¿por qué?
Porque cuando llego a esa planta veo a la vida
y la veo que lucha en cada cuerpo, de cada habitación
por quedarse.
Y por eso cojo todo lo anterior y lo quemo, lo mando fuera, lejos, no existe.

Y me quedo con la mano anciana que tiembla,
con la herida que sangra
y el dolor que no se va nunca.
Me quedo con la gente que sonríe y pregunta
que se agacha para no parecer tan grande
y se le achinan los ojos cuando ríe.
Me quedo con una nota en una taquilla
un fonendo de juguete
un gesto de complicidad.
Me voy con los que importan, con los que no callan y creen en lo cambios.
Entre sueños, canciones, libros y personas
me voy con quien me rodea, con los que vuelan alto
con los que flotan porque son esponjosas sus almas.

y lo demás va allí donde las enfermeras meten el dolor
que aquí sobra.

Dedicado a ti, porque me has mostrado desde tu sufrimiento que debo de valorar la vida y en ella debo dejar de sufrir cuando no merece la pena.
Espero poder ayudarte yo también a ti.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El dolor no siempre termina tras la perfección que esconden unas manos hábiles en un quirófano o una dosis de calmantes. A veces, hace falta una mirada cómplice, un gesto amable, un "estoy contigo", que calme el sufrimiento, que es algo que nace más allá del dolor. Hay personas que con solo su voz y sus ganas de cambiar el mundo, son capaces de cambiar la vida de quienes les rodean, y sin darse cuenta lo hacen, cambian el mundo. Tú eres una de ellas. Gracias.

...

Laura Navas M dijo...

Gracias a ti por decirme cosas así, aunque no creo merecerlas.
Gracias por venir, por darle vida a este rincón.
Gracias, (ojalá supiera quién eres).