domingo, 13 de marzo de 2011

Vámonos

Eran unos treinta hombres, con sus respectivas esposas. Cabezas grandes y pequeñas, cerebros pequeños y.... medianos. Joyas, humo y alcohol ponían en el ambiente algo de elegancia, conversación y estupefacción.
Loren y Joan se miraban desde los sitios que ocupaban en la sala, lo suficientemente alejados como para que no pudieran cometer alguna estupidez. O por lo menos eso le había dicho Madre.
Pero ambos sabían que sólo era cuestión de tiempo. Aquella noche sería inolvidable para ellos y un mal presagio para otros, pues ninguna de las vidas de los que entonces reían y difamaban a la corona volvería a ser normal.
Las noticias de que la guerra estaba resultando un desastre para los aliados eran recibidas con pánico maquillado y manos sudorosas. Aunque aquello era algo muy lejano en la villa de los Delein, todos eran conscientes de que el mundo estaba transformándose y, después de tantos años protegidos por las clases sociales y el dinero, sus corazas no iban a ser efectivas contra los puños levantados.
Puños ennegrecidos por el trabajo y el sufrimiento, como los de Joan.
Totalmente opuestos a los dedos finos y nacarados de Loren.
Pero sólo hacía dos semanas que ella había saltado las verjas de la finca para reunirse con él y otros jóvenes, dispuestos a defender los ideales por los que otros habían muerto. Por eso sus manos estaban ásperas, de aferrarse a los principios
y las suelas de sus botines desgastadas, de correr hacia la libertad.
Siempre junto a Joan.
Él fue quién le mostró ese mundo de mujeres vivas y reflexivas, de amor con respeto y del placer que se alcanza, a veces, con una simple mirada.
Y por eso los padres de Loren la habían encerrado, aterrados al ver como su pequeña niña de porcelana quería destruir lo que eran ellos mismos. Madre intentó en vano hacerla entrar en razón, que viera que una mujer sólo es libre cuando tiene un marido poderoso o adinerado, porque puede vivir sin preocupaciones.
Pero la joven había cambiado, ya nada en sí misma era igual tras los encuentros con aquel joven moreno.
Aquella noche era especial, no era otra reunión más de las altas familias de la región. El matrimonio de los Delein iba a anunciar el compromiso de su única hija con un terrateniente llamado C. O, reciente poseedor de la mitad de tierras de aquella comarca.
Todos sabían lo que eso significaba: la futura pareja controlaría las relaciones comerciales e industriales de toda la zona.
Cuando Loren recibió la noticia se vino abajo, pero luego tuvo varias ideas que vertió en Joan, en una de sus escapadas.

- Me casaré con él y poseeré todo lo suyo. De esa forma podré cambiar las cosas, desde lo alto Joan ¿no lo comprendes?, confiará en mí y yo...
- No - había dicho él. - No sacrificarás tu vida por esto. Te quiero Loren y aunque haya jurado luchar hasta la muerte por la libertad, que me llamen egoísta, pero no renunciaré a ti por eso.


La sala abarrotada fue silenciada por la mano en alto de Patrick Delein.
Tras un largo discurso venerando las cualidades de su futuro yerno, anunció lo esperado.
Los aplausos y asentimientos recorrieron la amplia estancia, hasta llegar a Joan, que no se inmutó.
Entonces Loren dio un paso al frente, rompiendo el protocolo, y habló.

-No voy a casarme. No estoy enamorada de él. No es él a quién quiero.

Gritos ahogados escaparon de algunas gargantas y más de uno se atragantó con la copa, entre ellos su propio padre.
- Desde pequeña he vivido feliz, en una casa y con una familia, a la que debo todo.
Por eso no penséis que disfruto haciéndoos esto, yo también sufro, pero no tengo más opciones.
Quiero vivir. Quiero ser la mujer que llevo dentro y que pretendéis destruir. Yo no nací para tener ese marido, no nací para llevar vestidos y portar joyas. Quiero vivir mi vida.
Dentro de un tiempo todo cambiará. Los títulos que hoy os alzan, mañana os condenarán.
Ahora tenéis la oportunidad de redimir vuestra arrogancia e intolerancia hacia los otros, ¡aprended a trabajar con vuestras manos! ¡mujeres, dejad de obedeced y actuar por vosotras mismas!-.

Al oírla Madre cayó al suelo.

- Me voy y nadie podrá impedírmelo. Nunca más, nadie más, controlará mi vida salvo yo misma.

Antes de que nadie pudiera rebatirla Joan corrió, se acercó a ella y besó su frente.

- Vámonos - le susurró llorando emocionado.

Y asiendo su mano la llevó afuera, ante la fría e impotente mirada de los otros.
Fuera de la casa, de las velas amarillentas, del olor a tabaco y lilas.
Fuera, dónde podía respirar.
No se miraron, ni siquiera cuando ella rasgó su vestido para poder sentir la hierba rozándole las piernas.
Caminaron despacio, sin rumbo.
Él silbaba una melodía que ella conocía, mientras sus manos entrelazadas se habían adaptado a estar así, tanto que parecía como si ya no sirvieran para otra más que para estar unidas.
Ella suspiró feliz. Su meta, a su lado, era que el tiempo pasase, sin esperar nada.
Porque desde instante, al darse cuenta de que el mundo ya no podía hacerles ningún daño,
habían descubierto que tenían todo por delante.



Te lo dedico a ti Jesús, por ser mi inspiración cada día.

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