domingo, 6 de marzo de 2011

Señor Nadie

Estaba tumbado, boca abajo.
Muchos amanecieron así. En retretes de bares, en suelos de prostíbulos, en camas de hotel y habitaciones con pósters de Robert Pattinson.
Poco a poco iban despertando. Unos de un profundo sueño del que la borrachera fue responsable, ahora convertida en resaca dominical. Otros apestando a látex, tras una noche de desenfreno. Otros, por el contrario, esperaban en urgencias a que alguien les dijese como estaba su amigo, su primo, su vecina...con un brazo roto, un infarto después de la cena de ayer, un parto repentino a los 7 meses y medio.
Otros simplemente dormían, recuperando las horas que los días de la semana engullen sin educación.
Pero él no despertaba.
Sus manos negras, entumecidas, parecían agarrar algo invisible.
Sus párpados cerrados ocultaban unos ojos azules que habían visto demasiadas cosas.
Cuando la policía llegó sólo unos hombres estaban allí, a unos metros de él, observándole en silencio.
A veces alguien decía "pobre hombre" y no había respuesta.
La policía esperó al forense y al juez. Las dos mujeres llegaron rápidamente y pidieron a la gente que las dejase trabajar.
A las 12:30 se levantó el cadáver.

Señor Nadie de Nada. Hijo de Quién Sabe y Quién Sea, nacido en Alguna Parte, a la edad Bastantes años, ha fallecido hoy, en la madrugada del día seis de marzo, aproximadamente a las 4 horas de la mañana, por hipotermia.
Su cuerpo no aguantó el frío.
Nadie era un indigente, pero ese no era su verdadero nombre. Nadie fue un niño con padres, quizás infancia feliz, quizás no. Puede que tuviera hijos y esposa, puede que hubiese trabajado alguna vez o hubiese viajado a alguna parte.
Pero ahora sólo era un "pobre hombre".

Dicen que su corazón se fue parando. Primero se helaron las puntas de sus dedos, después los dedos y las muñecas. Más tarde los pies, los tobillos, las piernas. La sangre de su cuerpo iba enfriándose lentamente y moviéndose cada vez más despacio.
Empezó a respirar deprisa, a marearse, a sentir confuso. Después su corazón no pudo combatir y se fue enlenteciendo.
Su cuello estaba rígido, sus miembros, su cara.
Cerró los ojos, sus ojos azules.
Y murió.

Hoy es un día precioso de domingo. Con su sol, con su olor a casi primavera.
Pero no podía escribir nada bello después de conocer una noticia así.
Ese hombre murió de algo evitable.
Y no es un caso único, se repite noche tras noche.
La indigencia no es una elección.
Por él, aunque no sirva de mucho, escribí esta entrada.

Señor Nadie, para ti.

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