sábado, 21 de marzo de 2009

En la calle de Espoz y Mina

Anais se cansó.
Se cansó tanto de esperar que desabrochó sus zapatos y los abandonó sobre la acera.
Después alcanzó como pudo la cremallera del vestido y la bajó despacio, intentando alargar su sufrimiento, hasta llegar al tope con la tela.
Con suavidad dejó que resbalara sobre su cuerpo y cayera derrotado sobre el asfalto.
Eran las 23:59.
Un minuto. Sólo 60 segundos más prolongaban aún su estúpida creencia.
Quizás él llegaría.
El bello recogido que había sido creado durante 2 horas eternas predecía asustado su terrible desenlace. Vio roto el sueño de verse despeinado por el pasar de las horas, pues Anais introdujo sus dedos entres los bucles y los rompió.
Los tirabuzones precipitaron hacia el vacío, chocando irreversiblemente con sus hombros, hiriéndola.
Y, recordando las películas de amor más tristes que había visto, se chupó las yemas y restregó la pintura de sus ojos por sus mejillas.
La bella Anais. La Venus de Madrid. La mujer más linda de la calle de Espoz y Mina.
A esto se le acercó el camarero de un bar.
Pensó que Anais que era la viandante más hermosa que jamás se había parado en aquella calle.
Y la vio llorar.
Sus mejillas eran maquillaje en polvo surcado por ríos de tinta negra.
¿El amante no llegó? - preguntó con un deje paternalista.
Y ella no respondió.
Bueno, mujer, si él no la corresponde ¡fuera! Muchacha, en estos tiempos...mírese al espejo, con lo guapa y formal que parece usted, fíjese en lo que le digo ¡fíjese! enamora sólo con la mirada. Así que mándelo a la mierda y váyase a buscar un hombre mejor, que la quiera y que la cuide, que la proteja y la colme de regalos y piropos. Usted se lo merece. ¿Qué me dice? - dijo de nuevo el anciano.
Claro...gracias, es usted un buen hombre - murmuró ella.
Y desnuda, comenzó a caminar despacio hacia la boca del metro.

A las 00:02 apareció un hombre en la calle de Espoz y Mina, parecía nervioso y buscaba a alguien.
El camarero creyó reconocerlo, pero se hizo el despistado, era demasiado viejo para ser el amante de aquella chica.
- Busco a una joven, ¿no la habrá visto?
- Dígame cómo es.
- No lo sé, la última vez que la vi era sólo un bebé.


Y Anais regresó a casa.
Regresó pensando que él no la quería.
Pensando que era imposible olvidarle y encontrar a otro porque sólo él podía cumplir el papel que ella pedía.


Y aquel hombre se sentó en la acera de la calle de Espoz y Mina.
Y encontró unos zapatos rojos, supo de quién serían.
Y la imaginó descalza alejándose para siempre.
No podía creer que había estado a punto de conocerla.
No quería asumir que había vuelto a perder a su hija.

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