sábado, 14 de noviembre de 2009

El chico de las cremalleras

No somos nada parecidos.
Todo empieza desde dentro, por arriba.
Su cerebro se compone de giros perfectamente integrados, su mente analiza el mundo, lo fragmenta y lo reconstruye en partes. Ordena lo que ve, lo asocia, lo diferencia y siempre se pregunta los porqués de todo: del funcionamiento, de la composición y de la energía.
No puede memorizar sin comprender.
De pequeño corría de un lado a otro, con sus ricitos rubios, desmontando y montando relojes y aparatos.
Mientras tanto, una yo más bajita y más joven, se dedicaba a cortarle el pelo a todas la barbies (y morderles los pies)
Por eso mi cerebro no es nada ordenado. No sé analizar el mundo, no entiendo las matemáticas, sólo veo formas y colores y muchísima esencia. A veces hablo entonando o soy casi pedante mirando por el vagón del tren:

- ¿Te has fijado en que los árboles tienen tantos colores que parece que están pintados, como en los cuadros?
Y él se ríe, porque le dije lo mismo, en el mismo lugar, antes de ayer.

Una vez le pregunté cómo veía él los días de la semana.

Me costó explicarlo, es algo metafísico: me refiero a cómo imagina, qué forma o contenido le da a un lunes o a un martes.

- Yo los veo como su significado romano, si te das cuenta, el lunes significa Luna y me lo imagino como tal, el martes, como el dios "Ares", el miércoles viene de Mercurio, el jueves de Júpiter, el viernes de Venus, sábado de Saturno y Domingo, "dominicus", de Sol.

Y me quedé como embobada escuchándole, porque nunca me los habría imaginado así.
Para mí que los días de la semana son como los continentes...

A veces, cuando le da el sol en la cara, en el viaje de vuelta, sus ojos parecen mucho más verdes.
Sí, somos muy diferentes.
Parecemos la letra y el número.
Y es por eso que nos complementamos tanto.

Es curioso. Si él me cuenta algo, siempre me lo creo, sea lo que sea, porque siempre habla de lo que sabe y sino controla, guarda silencio.
Por eso si tengo alguna duda, siempre acudo a él.
Es más que un amigo.
Un amigo al que conocí hace muchísimo tiempo.
Siempre fue diferente a los demás niños, porque era el único que mostraba una madurez distinta.
Nunca le vi riéndole las gracias a algún malote de turno de 10 años,
no le vi gastando bromas a las niñas porque sí,
no le vi pegándose con nadie,
quizás por eso siempre le admiré.
Supo ser él mismo sin que nadie le dijese lo que tenía que hacer
y nunca se rindió cuando quiso llegar muy lejos.

Es curioso, sí, porque mire dónde mire cuando viajo al pasado, estaba él.
Su conversación.
Su apoyo.
Su tranquilidad.

Es ahora, tanto tiempo después, cuando me doy cuenta de que sin él seguramente no sería quién soy.
Aprendimos juntos, aprendemos juntos.
Está haciendo que una de las etapas más importantes de mi vida
tenga dos asientos en el viaje, porque viene conmigo.

Tengo miedo, porque cuando no está le echo de menos.

Sólo él aguanta mis preguntas absurdas sobre el sentido de la vida,
y se sienta en el metro cogiendo mis libros y carpetas.
Sólo él sabe cuando tengo un mal, mal día
y con una mirada me baja los humos al instante.
Sólo él puede discutirme cualquier tema y reírse de mí cuando, quedándome sin argumentos,
me los invento.
Y pillarme en todas mis medias mentiras.
Sólo él me entrega una sinceridad y una confianza plenas,
que hacen que jamás dude de su palabra.
Él y sus electrocardiogramas,
y sus gafas de marca,
y el Aquarius de naranja con el mixto cremoso de la una.
Él y su Prometheus, yo con mi Netter.
Él y el frío.
Yo y los guantes de esquiar.

Juntos, en esta maravillosa etapa.

Sólo él sabe cuánto le quiero y lo poco que se lo digo.
Aquí estamos.
Él, el numero.
Yo, la letra.

Y vamos buscando nuestro lugar en el planeta.
Eso sí, sin darnos cuenta, no sabemos dar un paso al frente sin pararnos a esperar al otro.

Gracias, Miguel, mi proyecto de médico favorito, el otro ribereño de la clase, el fan del 20 minutos, al que hago correr hacia el autobús aunque haya tiempo de sobra, él que me llama por mi catarro, que toquetea todas mis cremalleras, que se acuerda de todo lo que me preocupa y nunca se enfada cuando llego "un poquito" tarde, el que me preguntará mañana "¿por qué me llamas el chico de las cremalleras?".

El que siempre cree en mí ,aún cuando yo dejo de hacerlo.

Gracias, por seguir aquí.


Para ti, Miguel Saíz.

Sé que vas a ser muy grande, lo sé.

3 comentarios:

Ruth dijo...

Oh! Cuando he leído Prometheus y Netter me ha dado un vuelco el corazón! Yo también estudio medicina :)
Me ha gustado mucho el post. Sabes cómo hacer que las imágenes se puedan leer.
Un saludo!

Ruth dijo...

En primero, y tú?
Yo no pude ir a la manifestación...soy de Valencia, y encima, ese día no tuvimos clase teórica pero tuve que ir a posta a la facultad a hacer la práctica de bioquímica...me hubiera gustado mucho ir =(
Un saludillo!

Ruth dijo...

Pues sí, me gusta bastante...aunque la bioquímica :S da un poco de miedo...yo la tengo toda en un año, creo que por allí la tenéis en dos, no? =)
Y también voy y vengo en tren a la facultad...media horita en tren y luego 10 minutos de metro..se hace un poco cansado pero con los tiempos que corren, quedarse a vivir cerca de la facultad es un lujo!
Un saludillo y que vaya bien!! =)