Un día llegó antes de empezar la reunión y encontró sentado en uno de los bancos a un joven de cabello negro. Lo que llamó su atención fueron sus ojos, dos grandes ojos grises que mantenían la mirada fija en ella. Se quedó parada devolviéndosela pero él siguió impasible, sin hacer ningún gesto. Fueron llegando los demás integrantes y oyentes y cuando volvió a reparar su vista en el banco, él seguía allí, con una media sonrisa, y con la mirada fija en ella. Con una mezcla de sorpresa e incomodidad se sentó en un banco opuesto y la reunión comenzó. Cuando le tocó iniciar su lectura volvió a mirarle y él seguía igual, con sus ojos fijos en ella.
"Amor demorado. Amor en los dedos que pulsa sin ruido, sin voces. Y yo te miro a los ojos, te miro y te oigo. Oigo el alma quietísima, niña, que canta escuchada. Amor como beso. Amor en los dedos, que escucho, cerrado en tus manos." Vicente Aleixandre. <<>>
Los aplausos inundaron la plazuela y él entre los demás la observaba, sonriendo. Al día siguiente se repitió la situación. Y al día siguiente. Día tras día cada vez que le miraba le sorprendía observándola. No era como los demás hombres que la acosaban a invitaciones y proposiciones alocadamente románticas. Él se limitaba a sentarse en el mismo banco, escucharla recitar mientras sus ojos grises se grababan sobre ella y antes de que pudiese mirarle de nuevo, desaparecía entre la gente sin dejar rastro. Una tarde decidió acercarse a él. Con la intención de que pareciese un encuentro fortuito, se sentaría a su lado y entablarían una conversación, así ella esperaría a que él hiciese algún comentario sobre lo guapa que era, lo mucho que le gustaba ir allí sólo para verla y luego intentar convencerla para irse juntos a tomar algo, cómo hacían todos lo demás. Mientras se acercaba a él sentía con más intensidad su mirada. Era diferente a todas las demás. Era pura, sin expresión, unos ojos que la desnudaban fugazmente.
Separados por un metro de distancia, tropezó sin querer con su tacón y cayó pesadamente sobre él. Éste, sobresaltado, no supo reaccionar y ella acabó tendida en el suelo. Fue en ese momento cuando la mirada gris dejó de observarla, porque no podía verla. Él, era ciego. Nunca la había observado fijamente, jamás había visto brillar sus ojos verdes, ni a su melena ondeando al viento. Nunca la había visto. Ni siquiera sabía que ella existía...Ahí, tendida en el suelo, sintió un dolor terrible en el corazón y más en el alma, por haber creído lo que no era.
- Lo..lo siento. He tropezado, ¿Te he hecho daño? son estos tacones que no los controlo y...
- No pasa nada, estoy bien espero que tú también. Creo que reconozco tu voz, eres...¿Eres la segunda lectora de poemas? ¿Te gusta Aleixandre...?
- Sí, sí, soy yo. ¿Pero cómo...?
- Desde que te escuché por primera vez me enamoró tu voz. Cálida y sencilla, con matices suaves. Esa belleza de acordes capaces de recitar versos de tal manera, que has conseguido que sienta todo lo que el poeta sentía al escribirlos, es más, incluso he conseguido ver cada instante de las historias. No sé cómo eres, ni quién eres, pero sé que tienes algo que te hace especial.
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