martes, 29 de enero de 2008

Sólo podrás llorar

Julián no pudo contenerse y comenzó a llorar.
Desde que conoció la noticia vio derrumbarse a su entereza.
Ya a sus 52 años creía que había conseguido domar hasta un punto la vida que no le daría malas sorpresas, o eso creía. Más que malas sorpresas, pensaba que ya nada podría hacerle daño después de tanto dolor acumulado.
Parecía que la creencia de "siempre le pasará a otro, a nosotros ya nos ha tocado demasiado" regresaba a su cabeza.
Por desgracia, se equivocaba.
Su esposa se lo dijo aprovechando que sus hijos no estaban.
En un principio no lo creyó. - ¿Cómo? Pero si es tan joven...
Ella asintiendo llorosa acarició su hombro.
Él, tembloroso, cogió el teléfono y marcó un número, 91 892...
- Hermano, acabo de saberlo, voy a tu casa.
Días interminables. Muchas veces al llegar de trabajar se quedaba quieto, en el umbral de la puerta y observaba a su hija estudiar bajo la luz de la lámpara, ya casi hecha un mujer. O miraba a su hijo de aquí para allá preparando sus oposiciones a policía, con lo flacucho que había sido siempre y lo fuerte y sano que le veía ahora. Cómo pasaba el tiempo tan rápido...
Pasaron seis meses, y su hermano fue ingresado en el hospital. Él se había acostumbrado a hacer el trayecto hasta el clínico cuando le acompañaba a las sesiones de quimioterapia. Recordaba con angustia el olor de aquellos pasillos y no borraba de su mente ver a su hermano postrado en el baño vomitando y maldiciendo "esta quimio me va a matar, no lo hará el cáncer, me matará la quimio ya lo verás"
Aún así no lo creía. ¿Cómo él? ¿Cómo un chico tan joven con sólo 39 años? La esperanza jamás le abandonaba, ni siquiera cuando esa imagen parecía obligarle a creerlo.
Ni siquiera cuando empezó a perder el cabello y tuvo que llevarle su máquina de afeitar para raparle. Él solía bromear diciendo que no le cortasen el pelo, que le pasaría como a Sansón y acabaría perdiendo fuerzas. Todos reían pero aquel silencio precedido por risa algunas veces dolía demasiado.
Nunca fueron hermanos muy unidos. Su diferencia de edad era bastante grande y sus padres tuvieron que tirar de él, por ser el mayor, para cuidar a su hermano.
No disfrutaron de confesiones secretas o amorosas, tampoco compartieron increíbles momentos juntos pero eso les parecía insignificante. Su fraternidad se basaba en "estoy aquí, sólo dímelo" y cada uno vivía lo mejor que podía.
Ahora le veía y sentía miedo a quedarse solo. A sus 52 años veía como aquella persona que agonizaba en esa cama era la única que quedaba en la tierra de su misma sangre, sin contar con sus hijos. Le avergonzaba sentir el miedo, pero hacía noches que no dormía pensándolo.
El fantasma de la soledad le recordó a su nuera. No hacía más de 11 años que llevaría casada con su hermano y realmente nunca habían profundizado mucho, hasta ahora. Él temía quedarse solo, pero ¿y ella?, ¿y ella y ese hijo maravilloso que tenían?
Todos, egoístamente, rehuían el pensamiento de que podía salir todo mal porque la muerte siempre hace daño, hace llorar y nadie quiere sufrirlo. En fugaces momentos de lucidez se sentían optimistas y se aferraban a cualquier mejora por pequeña que fuese, "hoy está más animado" "dice que tiene hambre"...
La noche que les dijeron que estaba empeorando y no sabían predecir cuánto tiempo seguiría con vida, Julián preguntó a su nuera donde estaba su sobrino. En un momento de terrible dolor su cabeza sólo le había traído la imagen del niño ajeno a todo.
- Lo sabe- respondió su nuera conteniendo las lágrimas - le he dicho que su papá se va al cielo y está en el hospital porque tiene que prepararse para el viaje.
Sonó la alarma de la habitación y los médicos y enfermeras entraron rápidamente.
Le estabilizaron y pidieron reposo para el enfermo.
- Es terminal..., lo sentimos.
Su nuera le abrazó y le pidió que esa noche le dejase a ella quedarse por si se moría, quería estar con él hasta el final.
Accedió y se marchó a casa para acostar a su sobrino.
Cuando llegaron la suegra de su hermano se encontraba en el salón, medio dormida.
- ¿Y el niño?- preguntó su esposa.
- Le dije que veníais y se fue corriendo a su cuarto, esperad que voy a buscarle.
Acababa de levantarse la anciana cuando el pequeño apareció por la puerta.
Julián se quedó inmóvil al verle. Su pelito castaño y sus ojos negros, iguales que los de su nuera pero el gesto de la boca era indéntico a su padre. No levantaría 1 palmo del suelo.
Parecía que había intentado con esmero abrochar los botoncitos de su abrigo, colocando en el ojal del primero el segundo botón y así los demás, pero qué más se le puede pedir a un niño de 5 años. Sus pantalones de pijama se asomaban por debajo de su chándal del colegio, con rayas azules y rojas. Aún se preguntaba Julián cómo había conseguido atravesar el pasillo sin caerse, cuando los cordones totalmente desatados eran arrastrados por el suelo y las zapatillas se le salían continuamente de los piececitos.
De su espalda, colgaba una diminuta mochila de pikachu.
Todos atónitos le observaron y Julián le dijo:
- Pero bueno, ¿te has vestido tú solito? Pero con lo tarde que es, ¿dónde te crees que vas forastero? - e intentando mostrar algo de alegría sonrió al pequeño, aunque por dentro su corazón estuviese envejeciendo de tristeza al pensar en su hermano.
Y colocando su mochila en su espaldita dijo:
- Me voy de viaje con mi papá.
Julián no pudo contenerse y comenzó a llorar.

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