lunes, 21 de julio de 2008

Desde lo más profundo


Seguro que este año habría estado muy nervioso, preguntándose si llamar o no, si yo estaría bien o si tendría ganas de tirar la toalla. Habría vivido con miedo el día en que me dijesen mi nota de Selectividad, del mismo modo, con el mismo ajetreo en el corazón que el día que nací, cuando le dijeron que tenía una clavícula rota y él ya se temía lo peor, aunque no fue nada de nada.

Seguro que habría estado despierto una hora antes de mi llamada y habría acordado decirme la misma felicitación fuese una buena noticia o no, a él no le importaba poner una sonrisa sólo para reconfortar al prójimo. Sé que se habría ilusionado muchísimo al enterarse y que sus ojos habrían brillado tanto que, sólo con mirarle, cualquiera sabría al instante qué había ocurrido.

Seguro que en el momento que hubiese sabido que lo había conseguido, habría temblado su voz, sus piernas y hubiese saltado como un niño chico, rebosante de alegría.

Sé que no ha podido llamar, ni esperar una llamada. No ha podido sonreírnos porque no le habríamos visto, ni tampoco nadie le ha preguntado qué ocurre. Pero también sé que, en el momento en el que abrí esa carta de la universidad, esa sensación, como si una mano cálida me acariciase suavemente la mejilla, no fue imaginación mía, sé que él estaba ahí a mi lado, saltando como un niño chico.


Por si nunca te lo he dicho, muchas veces las fuerzas que iban mermando crecían de nuevo gracias a ti. Estés donde estés, te echo mucho de menos, muchísimo.

Un abrazo de tu nieta, impresor.


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