lunes, 14 de julio de 2008

Palacio de la Senectud

Esta mañana fui al trabajo de mi madre para hacerle una visita. El imponente palacio se alzó ante mí y antes de subir las interminables escaleras ya me sentía maravillada, como siempre. Unos minutos más tarde me encontraba recorriendo con ella los pasillos, las puertas, las escaleras torcidas y los infinitos ventanales. Sí, mi madre trabaja en un palacio.



Fue construido durante la Regencia de Mª Cristina (viuda de Fernando VII) y su historia pasa por muchos cambios: fue propiedad de los jesuítas, hospital militar y refugio republicano durante la guerra civil y, actualmente, es una residencia de ancianos.


Cuando me acerco y asciendo por sus escaleras no siento respeto hacia la magnitud del edificio que se alza ante mí, sino hacia quiénes se encuentran dentro de él.


Podría pasarme horas describiéndoles a uno por uno, detalladamente. Podría pasar días enteros escuchando sus historias, sus demencias, sus consejos y sus ganas de aferrarse a la vida.


Porque cuando entro en ese palacio y me reciben con ese cariño desbordante, me quedo sin palabras, son tantas las historias que allí sobreviven que esta nieta de impresor no tiene tinta suficiente para escribirlas todas. Aunque intente, a través de mi relato en los siguientes párrafos, que entiendas lo que he sentido hoy, sé que nadie podrá llegar a sentir esa sensación hasta que no vaya a un lugar igual y deje que sean ellos los que se descubran.


Bienvenidos a su mundo, al Palacio de la Senectud y de la vida.


(Mis relatos siempre se basan en la realidad, pero todo sale de mi imaginación. Las historias de hoy son totalmente reales, con nombres y apellidos que no diré por respeto a ellos. Y quién quiera conocerlos...ya sabe dónde ir)

El primero va dedicado a una mujer admirable a quién la vida le ha respondido equivocadamente...o no.

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