lunes, 14 de julio de 2008

Paz

Mientras el sol se asoma por las ventanas cerradas, Paz ya lleva un rato disfrutando de la oscuridad que la rodea. Sentada sobre su cama cruza sus pequeñas manos mientras refunfuña palabras ininteligibles. A las 9 en punto la auxiliar abre su puerta y le pregunta a gritos si está despierta. Paz espera, escucha su voz y le pregunta quién es. La jovencita dice su nombre de nuevo a gritos y Paz le responde que no quiere verla, que la dejen en paz. La chica deja un vaso de zumo sobre la mesa y vuelve a cerrar con llave la puerta. Paz sonríe en la oscuridad mientras escucha como el carrito se aleja por el pasillo. Después de unos minutos se levanta y recorre con el dedo anular algunos de los recortes de periódico que tiene pegados en las paredes. Muchos son artículos de escritores importantes, sacados de El País u otros periódicos que mi madre suele llevarle todos los días. Él último que llegó a sus manos fue la foto de Ingrid Betancourt tras ser liberada y lo ha puesto junto al mapa político que tiene del continente africano.

En silencio y a oscuras saca una libreta del armario y comienza a escribir con fina caligrafía. A veces interrumpe su actividad para reírse, para quedarse mirando fijamente la puerta o para romper de golpe la hoja y tirarlo todo al suelo. Cuando vuelve a oír el carrito por el pasillo, sonríe. Hoy le apetece reírse.

Tiene el cabello rubio entrecano, melena corta por las orejas y ronda casi los 60 años. No mide más de un metro y medio y su espalda se ha ido corvando hasta dejarle una pequeña joroba en la espalda. Usa gafas con montura de oro y tiene los ojos grises, sin reflejo de vida. Aún así su mirada está llena de sentimiento, te escudriña, te hiere o te comprende de la misma manera que pasa las hojas de su libreta de papel. Algunos ancianos me dicen que está loca. Ella me ha dicho que las locas son las auxiliares.
Hoy le apetece horrores fumar un cigarrillo. Sabe perfectamente que nadie la dejará fumar allí, ni siquiera tiene un paquete o un encendedor. Tampoco le importa, las ganas de fumar se diluyen junto al zumo que ha vaciado por el lavabo. Sonríe.
Hoy tiene una larga tarea: escribir una carta a la directora de la residencia para que la permita tomarse unos días de vacaciones; otra a una mujer que trabaja en el banco porque se llama Carmen y quiere felicitarla en el día de su santo, hacer una lista con los libros que mi madre tiene que comprarle en la librería (Evangelios Apócrifos y Un guardia civil en la selva) y pedir que la de la limpieza se lleve todos los periódicos que ya no necesita.
Cuando llegamos a su puerta ella ya sabe que voy a verla. Nadie se lo había avisado, pero al entrar en la penumbra de la habitación y gritar mi madre "Te he traído una sorpresa", ella sólo responde "Es tu hija, tengo una corazonada" y se ríe. Sí, me acerco y me abraza con tanto cariño que me da pena separarme de ella. Después se coloca las gafas y me pregunta qué tal estoy y si vivo en la misma casa que mi madre. No sé que responder, menos mal que vuelve a reírse y saca la lista de tareas.
Ante mí se encuentra una mujer que trabajó en la Embajada Española en Londres, donde estuvo residiendo muchos años y fue una figura importántisima para las relaciones entre ambos países. Domina el inglés, obviamente y conoce todas las capitales de todos los países del planeta. También lee mucho, me dice que Benito Pérez Galdós es magnífico y sabe debatir sobre cualquier tema. Pasa de política a economía, de filosofía al amor, después se ríe tapándose la boca y susurra ¿tienes novio? ¡seguro que tienes muchos pretendientes! y vuelve a reír.
Después de un rato mi madre le dice que tenemos que irnos y que se llevará los periódicos que ella no quiera.
"¿Pero no los tirarás no? ¿Los llevas para que los lean otros no?"
Y mi madre asiente, pensando en dónde va a dejar ella 20 periódicos llenos de páginas rotas o recortadas de hace semanas.
"¿Seguro que quieres que me los lleve? Que luego me echas la bronca porque los querías"
"Espera, déjame quedarme con éste, y con éste y éste también"
Los tira todos al suelo y se aleja corriendo hacia la butaca, me mira y sonríe.
Antes de irme, le digo adiós con la mano.
Paz me mira sonriendo. Es tan menudita y regordita que podría confundirla con una niña de 11 años. Ella se queda en su oscuridad, con sus ventanas entrecerradas, con sus artículos, sus escritos, sus libros, su soledad. Al otro lado del pasillo, mientras mi madre cierra con llave la puerta que nos separa, sé que sigue ahí mirando el techo, creyendo que el mundo es muy diferente ahí fuera, pensando que todo va como siempre y muy pronto se irá, cuando le apetezca, de allí.
De repente se acerca una mujer cantando y mirándome le dice a mi madre, "¿es tu hija?" y agarrándome de la mano me lleva a su cuarto para presentarme a su marido, los dos delgaditos y sonrientes, que me muestran con orgullo los dibujos que han coloreado y pegado en la pared.
"Mamá, ¿por qué Paz tiene su puerta cerrada con llave?"
"Porque es una mujer admirable a quién la vida respondió equivocadamente...o no."
De la puerta de enfrente sale otra auxiliar que se ríe y me responde:
"Es esquizofrénica"
Mi madre no se ríe: "Sí, esquizofrénica, pero sin ninguna duda es una mujer admirable"
Y nos alejamos del pasillo de demenciados, mientras sigo sintiendo su mirada triste, loca pero llena de cordura, alegría y necesidad de compartir.
Mi madre tiene razón (como siempre), Paz es un ejemplo a seguir.
Mientras escribo esto me la imagino durmiendo en esa cama de madera, soñando que habla con Dios y le pide que le de unas pilas nuevas para su radio, porque sino cómo cree Él que va a escucharla, aunque los coloquios políticos son como un gallinero y se cansa muy pronto de ellos.
Sueña con su juventud, conmigo, con las poesías que escribe en inglés, con la libertad.
Tras su sonrisa se esconde alguien que en cualquier momento puede odiarte o desconocerte, pero no la temas, ella no tiene miedo de ti.
Si vas a verla se tapará la boca y se reíra. Entre esas cuatro paredes parece mucho más feliz que todos nosotros. Quizás por fin lo sea.

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