miércoles, 25 de febrero de 2009

Cena en Madrid

Tiene hambre. El sonido de sus tripas retumba en las calles vacías. Es tarde, es lunes, no hay nadie. Sólo ella y su viejo pastor alemán, el señor Vejestorio, de un tiempo a esta parte más conocido como Cofi, en honor a aquel turista extranjero que (sería agosto o junio, no sabe) la encontró adormilada en una esquina, le entregó un vaso de papel verde y le dijo algo como " Teik dat, teik dat plis, cofi is cofi" y aunque ella no entendió ni una palabra, le agradeció el gesto y se bebió aquello que sabía igual que el café.
Sería café. Y a lo mejor fue lo primero que bebía en varios días. Así se quedó el perro con el nombre.
Tiene 36 años. ¡No miento! Es verdad. Aunque si la mirases ahora mismo de perfil creerías que tiene 56. Y si la miraras de frente te sería imposible quedarte cerca, no aguantarías el olor que desprende.
Ella lo sabe, por eso si se levanta con buen pie a lo mejor entra en algún bar que esté abriendo y se lava la cara y las manos. Después las axilas y luego se peina como puede esa maraña rubia.
Cofi la espera en la puerta, nunca se escapa. Seguramente también se sienta muy solo.

¿He dicho se levanta? No tiene porqué...muchas veces duerme de pie, o no duerme porque esa noche tiene la sensación de que está en peligro. Y escondida entre los matorrales se incorpora cada vez que escucha un chasquido, aunque sea a 200 metros.
Hace tiempo que se acostumbró a no ser un habitante de Madrid, sino una de esas personas en las que todos se fijan, pero se esfuerzan por no ver.
No quiere hacer nuevos amigos, ni siquiera le gusta charlar con el acondroplásico que vende cupones, ni con la gitana que vende medicamentos cerca del Corte Inglés, ni con los rumanos y africanos que se prostituyen en Sol por 4 duros...
Ella no es una más, no quiere pertenecer a nada sólo huir de su propia realidad.
Hoy tiene tanta hambre que por un momento se ha preguntado si sería capaz de matar por sobrevivir: la respuesta ha sido no, de momento. A lo mejor Cofi sí lo haría, pero no se lo ha preguntado. Hace mucho tiempo que desistió en enseñarle a hablar, es demasiado viejo ya.
Mientras camina arrastrando unas deportivas "del año la polca", recuerda aquellos zapatos de tacón que se compró para su graduación en el instituto. Eran morados, con tacón medio alto. Iba guapísima. Recuerda también la ilusión que le hizo ver allí a su abuela, la pobre mujer tan mayor y tan decidida a no perderse un día muy importante.
Ojalá hubiese vivido más días importantes, ojalá alguien se hubiese preocupado por animarla a seguir estudiando o trabajando...simplemente alguien que la reprendiera por llegar tarde a casa, por irse con malas compañías...alguien.
Alguien que nunca tuvo.
Sola, siempre sola. De casa de acogida en casa de acogida.
Y para ella aquel 23 de marzo no fue histórico por poder enseñar un DNI en una discoteca proclamando "Soy mayor ya", sino la seña del camino que le decía "eres adulta, se acabó tu esperanza".
Y no hubo alguien que le dijese no te vayas. Y se fue. Y se perdió por las calles creyendo ser una Madonna joven, pero no lo fue, no tuvo esa suerte. No sabía cantar.
Que injusta era la vida. Unos tanto, otros nada.
Odia a esos jóvenes del metro que cada sábado se emborrachan sin límite ni control.
Si ella hubiera tenido esa suerte...un hogar, unos padres que se morirían de vergüenza al ver a esos hijos "universitarios" tirados en el suelo tarareando canciones absurdas....
A lo mejor nunca habría conocido a Cofi,
ojalá nunca hubiese conocido a Cofi, piensa,
y en su lugar hubiese tenido un gatito o un periquito en una casa del centro.
Después de pensarlo se siente culpable. Ese perro es su familia. El único que no la mira como si fuera un despojo humano. Se para un momento y lo acaricia y él, puro y bello como sólo puede serlo un animal, le lame la palma de la mano.
A lo lejos divisa unos cubos de basura. Son las 00:00, ya hay mucha gente.
Está el matrimonio de ancianos que no llegan a fin de mes, la viuda delgada que nunca habla con nadie, dos niños chinos que sólo recogen fruta, los drogadictos, alguna prostituta más...Remueven las bolsas y encuentran bandejas de comida, hortalizas, pedazos de pan, algo de carne...y poco a poco llenan sus carros y sus estómagos.
Hablan de la crisis y sonríen, los que pueden. Otros escuchan mientras mordisquean y tragan en la oscuridad. Uno de los drogadictos empieza a bailar y todos aplauden, otro grita que ha salido en la tele, en Callejeros...
De repente aparecen 5 policías, gigantes. Algunos asustados salen corriendo, nadie los persigue.
Uno de ellos se tropieza, cayendo al suelo y abriéndose la cabeza. Le sale sangre. Uno de los policías se acerca y lo tranquiliza, sólo es una brecha. El hombre comienza a llorar y entre todos le dicen que no pasa nada, que se pondrá bien.
Mientras tanto los compañeros se acercan a los comensales y les avisan:
"La Comunidad de Madrid ha establecido una nueva ley...bueno, a ver, ustedes no pueden seguir abriendo las bolsas de basura y recogiendo los alimentos, desde ahora está prohibido. La multa es de 150 euros"
Maldita Esperanza, ya podría llamarse Angustias - dice un anciano que está comiendo un tomate picado pero de buen color.
Todos ríen, incluso los policías.
¿Tenemos que pagar? - pregunta una mujer que sostiene a un bebé en brazos.
- No, claro que no.

Cofi traga el último pedazo de pollo. Satisfecho se tumba sobre los pies de su dueña, para darle calor. Son las 3 de la madrugada. Sólo quedan ellos y el drogadicto bailarín que duerme en unos cartones cerca de un portal.
Ella lo acaricia de nuevo. Su pelaje está sucio, pero es suave. Lo quiere muchísimo.
Con el estómago lleno todo parece menos desesperante.
Gracias a dios hay gente buena en el mundo, piensa.
Ojalá no se cansen nunca.
Ojalá nadie olvide que estamos aquí.

2 comentarios:

Bea dijo...

Una vez más has conseguido ponerme la piel de gallina y los pelos de punta.

Cuando leo, suele ser buena señal :)

Un abrazo preciosa.

Nacho dijo...

Me apunto al comentario de Bea, aunque en este caso el que esto escribe tiene ganas de dejar de leer tanto y ver un poco más la luz del sol, que dicen que calienta.

Me ha encantado el relato, como siempre. Ánimo!!!

Nacho.