lunes, 29 de noviembre de 2010

Alguien no vio nevar

Hoy Sonia comenzó a llorar de repente, apoyada contra la pared.
Todos hablábamos, inmersos en los ordenadores, redactando historias, compartiendo anécdotas, preguntándonos dudas.
Y no nos dimos cuenta.
Lloraba silenciosa, como lloran los adultos, para no ser vistos. Son esas lágrimas que drenan tristeza, porque la impotencia ya escapó por la piel.
Y lo hacia sin ruido, con calma, con paz. Rompiendo lentamente nuestras escafandras, adentrándose en los ojos y después más adentro.
Por respeto, tuvimos miedo de preguntar. A menudo los problemas personales nos desobedecen, y cuando los aparcamos fuera, junto al coche, se meten dentro con nosotros y no se van nunca.
Por eso todos pensamos que sus lágrimas eran circunstancias malas que no debíamos arañar.
Algunos nos acercamos, preguntando un ¿estás bien? y ella se limitó a sonreír, a secarse la cara y a decir que sí.
Y así, poco a poco, la sala se fue vaciando y todos acabamos la jornada de cada día.
Los "pollitos blancos" volvíamos a casa.
Pero ella siguió allí, apoyada contra la pared, sujetando el fonendo en una mano y la libreta en la otra.
Mientras tanto, a pocos metros de allí, un joven dos años menor que ella había dejado de mirar por la ventana, ya no vería los copos de nieve caer sobre el suelo sin llegar a cuajar.
Hoy había empeorado demasiado, un granito más en su reloj de arena.
Así, mientras lentamente fue sintiendo un alivio total de su dolor, uno de sus últimos pensamientos fue para aquella muchacha de cabello negro que siempre tuvo una sonrisa para él.

Sonia siguió llorando, preguntándose cómo la vida podía llegar a ser tan cruel y, en el mismo instante que él cerró los ojos para siempre, ella supo que nunca volvería a ser la misma.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eres alucinante.... admiro cada paso que das.
Por favor, no cambies nunca!