viernes, 26 de noviembre de 2010

Cuando no puedo dormir

Recostado en la escalinata del Templo de oro, el joven Glauco observaba el horizonte. Presentía que algo malo iba a suceder.
Los dioses llevaban tiempo ofendidos por las acciones de los reyes atlantes, pues habían ido convirtiéndose en gobernantes soberbios y ambiciosos, que parecían estar dispuestos a controlar el mundo a base de conquistas.
Y aquello no podía aceptarse de los hijos de Poseidón.
En el otro lado, a unos kilómetros desde dónde el muchacho se alzaba, la bella Medea lo observaba, de pie bajo la sombra del Templo de plata, consciente de que sobre su amada isla se cernía un halo de oscuridad.
Y, allí abajo, la población continuaba su ajetreada monotonía, ajena a la inminente tragedia.



A veces, cuando no puedo dormir, me voy a las Torres de Hércules y desde allí me lanzó al mar, en busca de la ciudad perdida.
Y guiada por Glauco y Medea surco las calles y paseos hundidos, visito los templos de oro y de plata que se construyeron en honor a Poseidón y me duermo escuchando una y otra vez cómo ocurrió aquella catástrofe.
Y siempre, cuando tengo que regresar a casa, ambos me hacen jurar que jamás contaré a nadie dónde se encuetra La Atlántida.

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